18
cuando despertó, Richard no reconoció lo que había a su alrededor. Yacía sobre una estera de paja en una habitación sin ventanas suavemente iluminada por velas agrupadas a lo largo de estantes que habían sido excavados con meticulosidad en la piedra. La superficie de las paredes había sido aplanada y pulida con delicadeza, para imitar el aspecto de un enlucido; esta era una vivienda lujosa.
Kahlan descansaba en otra estera junto a él. Seguía inconsciente y no respondió cuando le tocó el hombro, aunque, con gran alivio por su parte, vio que respiraba más acompasadamente y con más facilidad que antes.
Le sorprendió ver que las ropas de su esposa ya no estaban empapadas en sangre y que los desgarrones, rotos y cortes que tenían habían sido cosidos con esmero de modo que casi daba la impresión de que la camisa tenía un dibujo bordado en ella. Lo más importante, sin embargo, era que su piel ya no estaba recubierta de cortes y pinchazos.
Esa parte lo reconfortó un poco, si bien seguía intranquilizándolo el hecho de que su esposa permaneciera inconsciente.
Bajó la mirada y vio que sus propias ropas estaban limpias. Confirmó que le habían curado la horrenda herida dejada por el mordisco. Al deslizar los dedos por la zona descubrió sólo una leve hinchazón. También había desaparecido gran parte del dolor, aunque todavía podía sentir una molestia persistente en el músculo. Pudo percibir un hormigueo que reconoció como el efecto residual de haber sido curado.
Aun cuando sus heridas externas parecían haber sido curadas, todavía podía percibir el espantoso peso de una nefasta dolencia interna que era el contacto de la muerte. Y sabía que la misma llamada de la muerte seguía estando también en el interior de Kahlan.
Se incorporó, mirando a su alrededor. El habitáculo era más grande que el de Ester. Las alfombras eran más gruesas, estaban mejor confeccionadas y sus colores eran más vivos. Había unas cuantas sillas y una mesa que, si bien no eran lujosas, estaban bien hechas. La puerta era de madera en lugar de ser una simple cortina. Por el modo en que las paredes parecían cuadradas y niveladas, sospechó que era el hogar de alguien importante.
Al verlo incorporarse, Ester se levantó de su asiento.
—No intentéis poneros en pie todavía, lord Rahl. ¿Cómo os sentís?
—Mejor. —Richard pestañeó, confuso—. ¿Qué es lo que sucede? ¿Dónde estamos?
—Estamos en la casa de nuestra hechicera. —Apretó los labios con gesto pesaroso—. Bueno, este era su hogar, antes de que… —Lo reconsideró y luego efectuó un movimiento circular con la mano para indicar toda la estancia—. En realidad, supongo que todavía es el hogar de una hechicera. Sammie todavía vive aquí y es la única hechicera que nos queda. Era el hogar de sus padres, pero ahora supongo que es el suyo.
Richard miró a su alrededor.
—¿Dónde está?
Ester indicó con un ademán una puerta al fondo de la habitación. Tallada en el centro había una Gracia, el dibujo que representaba la Creación, la vida y más allá de los límites del mundo de la vida la eternidad del inframundo. Extendiéndose al exterior a través del mundo de la vida y del inframundo situado más allá había líneas que representaban el don.
Un dibujo así no sería un lujo, en especial no en el hogar de una hechicera. La Gracia era utilizada a menudo como una herramienta importante y con frecuencia servía como simbólico recordatorio para los hechiceros de cuál era su deber, su propósito en la vida, su oficio. Jamás se dibujaba o usaba simplemente como decoración.
—Sammie está descansando. Pobre muchacha, estaba agotada.
—¿Agotada? ¿Entonces ayudó a los heridos?
—Sí, sí, trabajó muy duro —dijo Ester a la vez que desechaba su preocupación con un ademán, pareciendo ansiosa por cambiar de tema—. Luego dijo que tenía que curaros a vosotros lo mejor que pudiera, al menos. Le dije que necesitaba descansar antes de acometer una tarea tan exigente, pero insistió en que no podía esperar más.
Richard estaba muy agradecido a Sammie. No obstante, sabía que necesitaba encontrar a Zedd y a Nicci, y que tenían que regresar al Palacio del Pueblo antes de que fuera demasiado tarde si querían eliminar el contacto de la muerte de su interior.
Lo que no sabía era cuánto tiempo más podrían sobrevivir a aquel veneno que llevaban dentro. Kahlan, en especial, precisaba con urgencia de tal ayuda. No conseguiría sobrevivir en aquel estado de inconsciencia. Sin comida y agua su situación no haría más que empeorar.
La puerta del fondo de la habitación se abrió de repente. Sammie se quedó de pie en el umbral, restregándose el sueño de los ojos, antes de mirar con atención al interior de la habitación iluminada por las velas.
—Lord Rahl… estáis despierto. —Su sorpresa inicial se trocó rápidamente en alivio.
Richard asintió.
—Lo estoy, pero Kahlan sigue inconsciente.
Sammie dirigió una breve mirada a la Madre Confesora.
—Lo sé.
Antes de que él pudiera decir nada más, la muchacha efectuó una leve inclinación de cabeza en dirección a Ester.
—Gracias por cuidar de ellos por mí, Ester. Ya estoy despierta. Puedes ir a descansar un poco. Tienes aspecto de necesitarlo.
La mujer bostezó.
—¿Estás segura? Sólo has dormido unas horas. Tras todo el trabajo que has llevado a cabo, ¿no crees que necesitarías descansar un poco más?
Sammie se alisó hacia atrás la despeinada melena negra.
—Tú también has estado trabajando duro para ayudar a la gente y llevas dos noches sin dormir. Lord Rahl todavía va a necesitar descanso para que su cuerpo pueda acabar de curarse. Puedo ocuparme de ellos mientras descansan.
Ester soltó un profundo suspiro.
—De acuerdo. Admito que me iría bien, pero primero quiero ir a ver cómo están algunos de los otros heridos. —Ester dedicó una veloz sonrisa a Richard—. Sammie, ven a buscarme si me necesitas para cualquier cosa.
Sammie asintió mientras acompañaba a la mujer a la puerta.
Una vez cerrada la puerta, Sammie regresó a toda prisa para colocar dos dedos sobre la frente de Richard, examinándolo con su don.
—¿Y bien? —preguntó él tras un momento de silencio en el que ella no mostró indicios de lo que podría estar detectando.
Sammie retiró la mano, frotándose los dedos como si hubiera tocado algo totalmente desagradable.
—Es difícil de decir con seguridad, lord Rahl, pero la curación que conseguí llevar a cabo, pobre como fue, parece aguantar.
—Tuviste miedo de curarnos la otra vez —dijo, y pensó que era un poco extraño que la muchacha hubiera superado su temor.
—El relato de Henrik sobre cómo vuestro amigo el mago…
—Mi abuelo, Zedd.
Sammie asintió.
—Sí, él y la hechicera. Una vez que supe que os estaban curando a pesar de que vieron lo mismo que yo, supe que podía al menos intentarlo.
Richard seguía sintiendo recelo.
—¿No tuviste miedo?
La naricita de la muchacha se arrugó.
—Sí, pero sabía que debía hacerse, así que intenté no pensar en lo asustada que estaba y concentrarme tan sólo en mi deber.
—¿Qué pasa con Kahlan? ¿Por qué no está despierta como yo, si sus heridas están curadas?
Sammie dirigió una breve mirada preocupada a la Madre Confesora.
—Lo siento, lord Rahl, pero hice todo lo que pude. La presencia de la muerte parece más fuerte en ella. Eso es algo que no puedo curar y fue más difícil sortearlo para poder trabajar en lo que podía curar. La muerte proyecta una sombra más oscura sobre ella que sobre vos.
Richard asintió a la vez que lanzaba un suspiro de preocupación. Incluso Zedd y Nicci habían dicho que no podían eliminar aquella fuerza oscura sin estar en el palacio. Considerando las dificultades, Sammie lo había hecho muy bien.
—Gracias.
Esperaba que fuera suficiente para mantener a Kahlan con vida hasta que pudiera llevarlos a todos de vuelta al palacio.
—Tened presente que no soy una experta, lord Rahl, pero creo que con sus heridas curadas lo mejor que pude, puede que tan sólo haga falta un poco más de descanso para que despierte. Vos habéis dormido mucho tiempo. Sus heridas eran peores que las vuestras, de modo que tal vez sólo necesite dormir un poco más.
Richard quería creer que era cierto, pero temía que fuesen ilusiones vanas.
—¿Qué hay de los demás? Todas las personas que resultaron heridas, ¿las curaste primero?
Sammie tardó un buen rato en responder.
—A algunas de ellas.
Richard alzó la mirada.
—¿Por qué no las curaste a todas?
—Porque de no haber parado para poder curaros, vos habríais muerto. Corríais un peligro más inmediato debido a vuestras heridas y la pérdida de sangre. Tuve que elegir.
A Richard se le cayó el alma a los pies.
—¿Quieres decir que tuviste que dejar morir a algunos de los vuestros para salvarme a mí?
Sammie tragó saliva.
—Sí.
Richard arrugó la frente lleno de inquietud.
—Esas personas eran tu gente, Sammie. ¿Por qué tendrías que abandonarlas para curarnos a nosotros?
La muchacha tomó asiento junto a él. Puso parte de su peso en las manos al lado de las menudas caderas y se balanceó un poco mientras pensaba en el modo de contestar a la pregunta.
—Sólo estoy yo —dijo en un tono sosegado—. Trabajé en aquellos que podía salvar, trabajé tan deprisa como pude, hice lo que pude. Algunas personas iban a morir hiciera lo que hiciese. Sabía que si pasaba la noche intentando salvar a algunos de aquellos heridos, acabarían muriendo igualmente y entonces otros ya los que podría haber salvado también fallecerían.
»Había muchas personas que necesitaban ayuda. Lo que no había era tiempo suficiente para curarlas a todas, incluso aunque no os hubiera sanado a vos. Jamás iba a conseguir salvarlos a todos.
»Esta es la segunda noche desde el ataque. Dormisteis la noche del ataque, todo el día de ayer y la mayor parte de anoche. No tardará en amanecer. Esa primera noche, después de que hubieseis puesto fin a la amenaza y finalizara la batalla, perdisteis el conocimiento.
»Hice que os trajeran aquí mientras yo curaba a varias personas. Algunas murieron mientras esperaban, murieron mientras yo curaba a otras que pensaba que tenían una mayor posibilidad de vivir. Algunos tenían heridas que estaban más allá de mis habilidades y supe que tenía que abandonarlos. Ester y otros les ofrecieron consuelo lo mejor que pudieron.
»Durante toda la noche, entre curaciones, estuve comprobando cómo estabais vos y la Madre Confesora para asegurarme de que ninguno de los dos había empeorado y que vos podíais esperarme un poco más. Trabajé en aquellos que tenían una mayor necesidad durante tanto tiempo como pude. Pero luego me fue imposible demorarlo más.
»Tuve que escoger a quién iba a ayudar, a vos y a la Madre Confesora o a alguno de los otros que todavía esperaban. Sabía que si no hacía lo que pudiera por vos y la Madre Confesora, ambos moriríais.
»Tenía que tomar una decisión. Decidí ayudaros mientras aún podía.
Richard se pasó una mano por la cara, consternado al oír que ella había tenido que enfrentarse a una decisión como aquella, que salvarles la vida a Kahlan y a él les había costado a otros la suya.
—Jamás había tenido que tomar una decisión como esa —siguió ella—. Mi madre nunca me habló sobre eso. No sé… a lo mejor ella tampoco habría sabido qué hacer. No había nadie que pudiera decirme cómo actuar. Tenía que resolverlo yo sola.
Richard había tomado desgarradoras decisiones en el pasado y sabía que dejaban cicatrices que jamás curaban por completo.
—Decidí que tenía que curaros mientras aún podía —dijo ella por fin—. Salvasteis a muchísima gente esa noche. Sé que, en realidad, nos salvasteis a todos. La mayoría de la gente que vive aquí habría muerto… todos podríamos haber sido asesinados… de no haber estado vos aquí. Sois el elegido. Es necesario que viváis. Al ayudaros, estoy ayudando a muchas más personas.
Richard frunció el entrecejo.
—¿Qué quieres decir con que soy el elegido?
Sammie se encogió de hombros incómoda a la vez que desviaba la mirada.
—Vos sois el que yo elegí.
Él supo que eso no era lo que había querido decir. Eludía responder, pero no quiso presionarla. Ya se lo contaría cuando estuviera preparada.
—Comprendo, Samantha.
Ella frunció el entrecejo y alzó los ojos hacia él.
—¿Por qué me llamáis así?
—Porque Sammie es como te llamaban cuando eras una chiquilla —repuso él—. Efectuaste una difícil elección adulta. Te estás convirtiendo en una mujer. Creo que Samantha es un nombre más apropiado para ti, si me permites el atrevimiento.
Samantha empezó a sonreír orgullosa ante el inesperado reconocimiento.
—Gracias, lord Rahl. Siempre he querido que me llamaran Samantha, suena mucho más adulto, pero todos me han visto siempre como Sammie. Es duro ser una jovencita que intenta descubrir cómo hacerse mujer. Sois el primero en verme como Samantha. Gracias.
Richard inclinó la cabeza en un gesto de asentimiento.
—Ahora, Samantha, cuéntame el auténtico motivo de que dejaras morir a otros y eligieras en su lugar curarnos a Kahlan y a mí.
Ella lo miró a los ojos y dijo:
—Porque sois el único que puede salvarnos a todos.
—Mejor será que expliques lo que eso significa.
Samantha asintió.
—Creo que será lo mejor. Se nos está agotando el tiempo. A todos.