17

17

richard permaneció inmóvil un instante, evaluando de dónde venían los sonidos. Una vez que tuvo la dirección y la distancia aproximada fijadas en su mente, corrió al interior de un pasillo. Al menos una docena de hombres lo siguieron pegados a sus talones.

Esta vez todos los hombres habían sacado sus cuchillos. Comprenderían mejor a qué se enfrentaban y qué había que hacer.

Richard sabía que iba en la dirección correcta porque los chillidos eran cada vez más fuertes. Sin embargo, mientras recorría los pasillos, de vez en cuando tenía que hacer pequeñas pausas en las intersecciones para volver a escuchar. El modo engañoso en el que el sonido resonaba por los corredores dificultaba el que pudiera saber al instante cuál tenía que tomar. Corrió tan deprisa como pudo a través de la laberíntica y opresiva red de habitaciones y pasillos, sabiendo que cualquier retraso significaba que más personas resultarían muertas o heridas.

A medida que se acercaba más a los gritos, reparó en que provenían de donde había dejado a Kahlan.

Aquella información debería de haberle espoleado a correr aún más deprisa, pero ya iba tan rápido como le era posible, recorriendo pasillos con salvaje abandono y atravesando intersecciones sin aminorar el paso.

Al doblar una esquina oscura, chocó de pleno con un hombre de gran tamaño. Era duro como un roble y apenas trastabilló por el impacto. Richard no lo había visto porque su piel era oscura y estaba reseca. Apestaba a muerte igual que los otros. El cadáver ambulante estaba tan ennegrecido por la putrefacción que se fundía con las sombras.

Al retroceder tambaleante, Richard vio que había interrumpido al atacante mientras estrangulaba a una mujer. Cuando los faroles de los hombres que venían detrás de él arrojaron luz sobre el atacante y su víctima, advirtió que el rostro de la mujer tenía un tono azulado y que sus ojos desorbitados tenían una mirada fija y sin vida. Ya no gritaría más.

El atacante rodeaba con ambas manos el cuello de la mujer, sosteniéndola en el aire mientras le aplastaba la garganta. Huesos y tejidos resecos crujieron y estallaron cuando volvió la cabeza. Fulminó a Richard con refulgentes ojos rojos a la vez que vociferaba una amenaza.

El potente golpe de la Espada de la Verdad al descender seccionó los dos brazos del hombre por la parte interior de los codos. La mujer cayó al suelo como un saco de patatas, desplomándose inerte. El hombre volvió a rugir a la vez que arremetía contra Richard, con los muñones de los brazos alzados, las mandíbulas abiertas de par en par, preparado para atacar con los dientes ya que la mayor parte de los brazos había desaparecido.

Un veloz tajo partió por la mitad la cabeza del atacante a través de la abierta boca. El cráneo quedó hecho añicos. Tendones y carne se desmenuzaron bajo el potente golpe. Dos mandobles más del arma acabaron de despedazar al hombre. Richard vio cómo los dedos de los brazos seccionados del suelo se crispaban, intentando atacar, pero incapaces de encontrar o alcanzar a una víctima.

Richard, todavía dominado por la cólera de su espada, volvió a girar hacia los hombres.

—Tenéis que quemar todos los pedazos hasta convertirlos en cenizas.

Los hombres bajaron la mirada, observando cómo los dedos de una de las manos intentaban reptar por el suelo en dirección a Richard.

Richard aplastó las manos con el tacón de una bota, triturando los dedos hasta convertirlos en polvo.

—No tengo ni idea de qué está pasando —dijo—, pero parece muy claro que hay involucrada magia negra. No quiero que quede ninguna parte de esa magia entre vosotros. Quemadlo todo. ¿Comprendido?

Todos los hombres asintieron con gran seriedad, asustados por la cólera de la voz de Richard aun cuando supieran que no iba dirigida a ellos.

Al oír aún más gritos, Richard giró en dirección al sonido.

Volvió a salir corriendo como una exhalación. Se preguntó cuántos atacantes habían conseguido ascender al interior de la cueva. Si eran muchos más, podían aniquilar a la mitad del pueblo antes de que Richard consiguiera localizarlos y destruirlos a todos.

En su avance por pasadizos estrechos, tuvo que abrirse paso por entre hombres, mujeres y niños que trataban frenéticamente de huir de la amenaza. Algunos lloraban, algunos chillaban, pero todos estaban aterrorizados, sin saber qué hacer salvo escapar del peligro.

En una intersección de diversos corredores, Richard siguió los escalofriantes rugidos al interior de un pasillo más amplio. Lo reconoció como el corredor que conducía al pequeño hogar de Ester. El monstruo estaba cerca y él se le aproximaba cada vez más. Al jadear debido a la carrera, inhaló el hedor pútrido de la muerte. Era como un recordatorio del contacto dejado por la Doncella de la Hiedra que acechaba dentro de él.

A lo lejos vio un destello de movimiento cuando una forma oscura desapareció doblando una esquina. En mitad de su carrera, Richard frenó bruscamente ante una entrada cubierta con una piel de borrego. Se introdujo dentro y a la luz de las velas vio a Kahlan sobre la alfombra donde la había dejado. Ester estaba allí, empuñando un cuchillo, en pie en actitud protectora. Richard sabía que la mujer no tenía la menor posibilidad de detener a uno de los muertos vivientes, sin embargo estaba dispuesta a intentarlo.

Sammie no estaba.

Richard dejó que la colgadura volviera a caer sobre la entrada a la vez que volvía a salir en persecución de la amenaza. Tuvo que apartar a empujones a algunas de las somnolientas personas que estaban paradas, como atontadas, en mitad del oscuro corredor.

Por delante de él, percibió otra vez un vago movimiento cuando Sammie cruzó como una flecha una intersección y desapareció en un pasillo lateral. Una figura oscura rugió a la vez que salía tras ella. Una segunda figura entró en el túnel, yendo detrás de la primera y de la niña.

La criatura paró un momento y volvió la cabeza para mirar en dirección a Richard. Desde allí atrás, en aquel túnel oscuro, Richard no pudo distinguir gran cosa del cadáver ambulante, pero pudo ver el penetrante resplandor rojo de sus ojos. Era como si le mirara furibundo desde la oscuridad de la muerte misma. Y entonces desapareció, desvaneciéndose en las sombras de un pasillo lateral, persiguiendo a Sammie.

Richard corrió a tal velocidad que los hombres que lo seguían no podían mantener su ritmo y perdió la ayuda de la luz de los faroles. Siguió corriendo a pesar de lo difícil que le resultaba ver por dónde iba. De vez en cuando una habitación estaba iluminada por velas de modo que su débil luz se derramaba al corredor, dejándole entrever el túnel lo suficiente como para no tener que reducir la velocidad.

En la oscuridad, se encontró con el segundo de los dos hombres que corría en pos de su compañero y de Sammie. También era un muerto viviente. Incluso sin poder echarle una buena mirada, el olor era inconfundible.

Cuando el hombre separó y se dio la vuelta para ver quién estaba detrás de él, Richard estaba ya descargando su espada sobre él con todas sus fuerzas. El techo no era muy alto, de modo que no pudo poner tanta potencia en el golpe como le habría gustado. Con todo, era una espada propulsada por más que simple músculo, del mismo modo que a aquellos hombres los movía algo más que la vida.

Al mismo tiempo que el intruso abría la boca para rugir una amenaza a Richard, la espada descendió. La hoja hendió al hombre desde la parte superior de la cabeza hasta el centro del pecho. Partes de su cuerpo se desprendieron en pequeños fragmentos.

Richard no aguardó a ver si era suficiente. Despedazó furiosamente al hombre, sin dejar de chillar, colérico. Cuando los hombres con los faroles que le seguían lo alcanzaron, Richard pudo ver por fin que había quedado reducido a un montón de escombros en el pasillo.

Eliminada aquella amenaza, Richard alzó la vista. A lo lejos, surgía una tenue luz de velas de una habitación situada a la derecha y vio la silueta del otro hombre. Bajo aquel resplandor, Richard pudo ver que el pasillo era un callejón sin salida. Sammie estaba atrapada. No tenía modo de escapar.

Richard salió disparado por el corredor, sabiendo que aquello era una carrera para matar al hombre antes de que este pudiera matar a Sammie. Chilló a todo pulmón mientras corría, en un intento de distraer al asesino. El hombre no le prestó atención. Su atención estaba puesta en su presa. El corpulento cadáver estaba parado justo ante la entrada, mirando al interior, y Richard no estaba lo bastante cerca. La oscura forma echó una ojeada en su dirección con ojos refulgentes, luego regresó la mirada a la habitación. Con un rugido amenazador irrumpió en la estancia.

Richard corrió con todas sus fuerzas. La oscura figura se adentró en la habitación. Richard no estaba lo bastante cerca. No iba a llegar a tiempo. Sabía que Sammie no tenía la menor posibilidad.

Justo cuando estaba a punto de alcanzar la entrada, la enorme sombra oscura del hombre salió despedida hacia atrás y se estrelló contra la pared del lado opuesto del túnel. El impacto levantó nubes de polvo.

El hombre estaba claramente aturdido, pero se recuperó con rapidez. Al mismo tiempo, Sammie apareció en la entrada.

Sammie y su atacante estaban demasiado lejos para que Richard pudiera ayudarla.

El hombre volvió a proferir un rugido atronador mientras arremetía contra la muchacha. Sammie alzó ambos brazos horizontalmente hacia adelante, con las palmas mirando hacia su oponente, como si de verdad pensara que podía detener la embestida.

Ante la sorpresa de Richard, el hombre volvió a salir despedido hacia atrás, chocando de nuevo violentamente contra la pared.

Esta vez, cuando el cadáver se apartó de la pared, yendo como una exhalación hacia la muchacha, esta lanzó un chillido aterrado. Era la tercera vez que trataba de detenerlo sin éxito.

Pero en esta ocasión Richard estaba allí y con un tremendo golpe la espada arrancó al monstruo la cabeza y un hombro. Un segundo tajo llegó a la velocidad del rayo, seccionando el otro brazo cuando este intentaba golpear a Richard. Mediante rápidos mandobles, despedazó el cuerpo hasta la cintura, y luego cercenó las piernas hasta la mitad del muslo.

La cabeza, con el cuello, un hombro y un brazo todavía pegados yacía en el suelo, mirando al techo. La mano agarró el tobillo de Richard, quien le asestó media docena de golpes con la espada, en veloz sucesión, separando a machetazos el brazo de la cabeza. A continuación aplastó la mano con la bota.

Richard permaneció allí de pie inmóvil, jadeando, con la espada en la mano, sintiendo cómo la cólera de esta vociferaba a través de él. Ladeó la cabeza, aguzando el oído, pero no oyó más chillidos ni rugidos. Parecía que este era el último.

Sammie alzó la mirada para clavarla en él.

—¿Estás bien? —le preguntó Richard.

Ella asintió a la vez que dejaba escapar un profundo suspiro de alivio.

Richard la atrajo hacia sí y con el brazo que empuñaba la espada, rodeó sus hombros menudos, dando gracias por haber llegado a tiempo. La muchacha había conseguido ganar unos segundos preciosos que permitieron que Richard llegara hasta ella y pusiera fin de una vez por todas a la amenaza.

—¿De verdad estás bien? —volvió a preguntar él—. ¿Estás segura de que no te hizo daño?

La muchacha se apartó unos cuantos mechones de polvoriento y crespo pelo negro mientras bajaba la vista al suelo, echando una mirada a los restos.

—No, estoy perfectamente —le aseguró, y sonaba notablemente tranquila.

—¿Entonces te importaría decirme qué estabas haciendo? —Richard apretó los dientes a la vez que cerraba con más fuerza el puño sobre la su espada. Se inclinó hacia ella—. Te dije que protegieras a la Madre Confesora. Cuando me fui, te dije claramente que te quedaras allí y velaras por ella.

—Estaba velando por ella.

—Hasta que saliste huyendo. No puedo culparte por sentir miedo, pero contaba contigo.

Sammie sacudió la cabeza.

—La estaba protegiendo…

—Se adentraron en las cuevas en su busca. Tú huiste.

Sammie cruzó los larguiruchos brazos y lo miró desafiante.

—No iban tras la Madre Confesora. Iban a por mí.

—Eso no lo sabes.

—Sí que lo sé. —Seguía mirándolo iracunda por debajo de una frente fruncida—. Por eso eché a correr… para protegerla alejando a los atacantes de ella. Era el mejor modo de mantenerla a salvo.

Richard irguió el cuerpo.

—¿De qué estás hablando?

—¿Está herida? No. ¿Hay monstruos despedazándola? No. ¿Por qué suponéis que eso es así?

Cuando Richard no contestó, se inclinó hacia él.

—No están matándola porque iban tras de mí. Cuando entraron en la habitación ni siquiera la miraron. Los dos me miraban a mí con esos incandescentes ojos rojos. Cuando vinieron me desplacé a un lado de la habitación para ver qué hacían. Sus miradas permanecieron clavadas en mí. ¿Sabéis lo que hicieron entonces?

—Fueron a por ti en lugar de a por ella —adivinó Richard en un tono de voz considerablemente más calmado.

—Así es. Ni siquiera parecieron verla. Probé toda la magia que conocía para intentar detenerlos. Admito que no tengo mucha experiencia, pero probé todo lo que sé. Nada funcionó.

»Entonces recordé lo que Henrik dijo sobre vuestros amigos, así que alcé un puño al aire como ellos habían hecho. No los lastimó, pero sí que los empujó hacia atrás justo el tiempo suficiente para que consiguiera alcanzar la puerta. En cuanto me di cuenta de que en realidad iban a por mí y no a por ella, corrí para que me persiguieran y poder así alejarlos de allí.

Se dio golpecitos en el pecho.

—A mí, no a ella. A mí. Así que sí, salí corriendo, pero lo hice para protegerla del único modo que podía.

»Sentía miedo, pero sabía que tenía que pensar en algo. Me pregunté si podría atraparlos de algún modo en un túnel sin salida. Entonces, cuando llegué allí abajo, tuve la idea de meterlos en aquella habitación y escabullirme tal y como había hecho antes, y luego derrumbar el pasillo para enterrarlos.

A la luz de los faroles, Richard miró a su alrededor. Ciertamente era un callejón sin salida. El plan de la joven podría haber funcionado. Desde luego, también podría no haberlo hecho y ella podría haber acabado asesinada salvajemente.

Sin embargo, de todos los habitantes del pequeño pueblo, ella fue la única con un plan y había actuado según este.

Richard se pasó los dedos por el pelo a la vez que soltaba un suspiro.

—Sammie, lo siento. Tienes razón. Gracias por actuar tan valientemente para proteger a Kahlan.

—No hace falta que os disculpéis —repuso ella a la vez que le dedicaba una pequeña sonrisa—. Puedo ver en vuestros ojos que os domina la magia de la espada. También puedo ver que su cólera es todo lo que os mantiene en pie. Es necesario que os cure.

Mientras asentía, Richard reparó en que sus heridas habían vuelto a abrirse y que de sus dedos goteaba sangre. Ahora que la apremiante exigencia de repeler el ataque ya no existía, empezaba a sentirse cada vez más mareado y el dolor volvía a acuciarlo.

—Escucha, Sammie, hay muchos heridos. Algunos están bastante graves. Necesitan tu ayuda. Por favor, ocúpate de ellos primero.

La mirada de Sammie recorrió los restos que había en el suelo. La muchacha parecía preocupada; Richard pensó que en cierto modo se la veía más adulta que antes.

Sammie empezó a caminar para abandonar el túnel sin salida.

—Será mejor que nos demos prisa, pues —dijo, hablando por encima del hombro.

—De acuerdo —respondió Richard a la vez que envainaba la espada.

Cuando el arma regresó a su funda, la cólera que emanaba de esta se extinguió.

En ese instante, todo el peso de aquella terrible experiencia, junto con el abrumador dolor de todas las heridas, hizo acto de presencia en toda su crudeza.

No sentía los dedos.

Parecía como si el túnel estuviera desplomándose sobre él y su peso asfixiante lo estuviera aplastando.

Todo parecía extrañamente lejano, como si mirara a través de un tubo largo y oscuro a un mundo situado muy a lo lejos. Los gritos de preocupación que oyó en alguna parte a su alrededor sonaron pavorosamente amortiguados.

Antes de que el suelo llegara hasta él, la oscuridad lo envolvió.