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después de que Cara me dijera que corriera, no llegué a ver qué les sucedió.

Henrik bajó la cabeza mientras lloraba en silencio entristecido por aquellos a quienes había dejado atrás a su suerte.

Sammie le pasó un brazo alrededor de los hombros. Las lágrimas también brillaban en sus ojos. Sentía una clara empatía con el sufrimiento de Henrik.

Ester se giró hacia Richard a la vez que rompía el silencio para proseguir con el resto del relato.

—Cuando el muchacho apareció aquí no conseguíamos comprender de qué hablaba. Estaba desesperado por conseguir ayuda, eso sí estaba claro, pero nos costaba mucho conseguir que fuera lo bastante despacio como para que pudiéramos entender qué clase de ayuda necesitaba. No hacía más que señalar y decirnos que nos diéramos prisa.

»Cuando empezamos a caer en la cuenta de que había gente que había sido atacada y que dos personas heridas necesitaban ayuda, supimos que no podíamos esperar a que nos contara toda la historia.

»Reacios como nos sentíamos a aventurarnos en territorio salvaje por la noche, también temíamos lo que sucedería si no os ayudábamos. Jamás habíamos oído hablar de tantísima gente como la que parecía que Henrik describía atacándolos.

»Pensamos que a lo mejor se imaginaba cosas debido a su estado de shock. No nos costó nada creer, sin embargo, debido al pánico que mostraba, que alguien os había atacado y que la situación era grave.

»Henrik no sabía dónde estabais con exactitud, pero finalmente conseguimos sacarle que veníais de la Trocha de Kharga, de donde vivía la Doncella de la Hiedra. No existe más que una carretera, muy poco utilizada, que va hacia a ese lugar pantanoso, de modo que teníamos una muy buena idea de dónde buscar. Dejamos al muchacho aquí arriba donde no corría peligro y salimos a buscaros.

—Lo hiciste muy bien, Henrik —dijo Richard al muchacho—. Nos has salvado.

Henrik se las arregló para mostrar una leve sonrisa.

—Me limitaba a devolver el favor, lord Rahl. Vos y la Madre Confesora me salvasteis la vida. —Indicó con la mano a Kahlan—. Jit me habría desangrado como a los demás. Ellos murieron en su guarida, pero la Madre Confesora me sacó de allí.

Richard asintió.

—Esa es la clase de persona que es. Siempre ha abogado por la vida. —Se restregó la frente a la vez que su mirada descendía abatida—. Ahora lucha por la suya.

Se sentía mareado, tanto por las heridas como por el miedo que sentía tras lo que Henrik le había contado sobre el misterioso ataque. La larga guerra había finalizado. Imaginó que no existía la paz en las Tierras Oscuras, pero sabía, no obstante, que esto era algo fuera de lo corriente.

Enfermo de preocupación por lo que podría haber sido de sus amigos, con la herida dejada por el mordisco produciéndole punzadas de dolor y con un martilleo en la cabeza que podría indicar una fiebre en ciernes, necesitaba acostarse.

Tras averiguar un poco más sobre que Zedd y Nicci habían empezado a curarlos a pesar de que la Doncella de la Hiedra había introducido en ellos el contacto abominable de la muerte, necesitaba que Sammie se ocupara de ayudar a Kahlan.

Estaba a punto de preguntar a Ester si sabía alguna cosa sobre las personas que habían atacado a sus amigos, cuando vio que el gato situado en el otro lado de la habitación se giraba hacia la entrada y arqueaba el lomo.

Richard sintió que los pelos de su propia nuca también se erizaban.

—¿Hace eso a menudo? —preguntó con voz queda.

Sammie se apartó un largo mechón de pelo rizado del rostro a la vez que miraba al felino torciendo el gesto.

—No. Sólo cuando siente miedo.

Las llamas de varias velas perdieron intensidad y se apagaron, dejando una voluta de humo que se elevaba en espiral en el aire inmóvil.

Richard oyó que otros gatos al otro lado de la puerta proferían maullidos salvajes.

Ester empezó a ponerse en pie.

—¿Qué diantres es lo que…?

Richard le agarró el brazo y tiró de ella hacia atrás, impidiendo que fuera hasta la puerta.

Y entonces, alguien a lo lejos lanzó un alarido espeluznante.

Richard se puso en pie de un salto. Aturdido y mareado, hizo un gran esfuerzo para no caer de bruces mientras concentraba la atención en los sonidos que se oían en los pasillos.

Su mano localizó instintivamente la empuñadura de su espada, que descansaba en la vaina junto a la cadera. Al principio fue un único grito, pero otros no tardaron en unírsele en un coro aterrorizado.

La cólera de la espada lo inundó al instante y la brusquedad con que lo hizo le produjo la sensación de ser repentinamente arrojado a un río helado. Inhaló profundamente debido a la impresión.

Su propia cólera surgió de aquellas aguas oscuras para unirse a la ira que ascendía vertiginosa desde la antiquísima arma.

Con la mano en la empuñadura, cualquier sensación de mareo que sintiera, cualquier dolor, cualquier agotamiento o debilidad que lo afectara, desaparecieron. El poder de la espada, su ira, chisporroteó en su interior, ávido de violencia como reacción a los alaridos de terror y dolor que oía en los pasadizos.

El sonido incomparable del acero resonó en la habitación cuando Richard desenvainó el arma. Producía una sensación estimulante, era embriagador empuñarla. Con la hoja libre, despertada la cólera del arma, el Buscador y la Espada de la Verdad quedaban fundidos en feroz determinación.

En aquellos momentos formaban un arma singular.

Ester se encogió acobardada al verlo espada en mano. Vagamente, Richard comprendió que su semblante ceñudo, y en especial la expresión de sus ojos, probablemente la asustaban.

Henrik gateó a toda prisa hacia la pared, para no estorbar.

Sammie se acurrucó protectora sobre Kahlan, lista para protegerla de lo que pudiera atravesar la puerta.

Richard apuntó con la espada en dirección a Kahlan a la vez que hablaba a Sammie con sosegada furia.

—Quédate aquí y protégela.

Con semblante resuelto, la muchacha asintió.

Richard apartó la piel de borrego que cubría la entrada al mismo tiempo que agachaba la cabeza para pasar por debajo y salir al corredor, dirigiéndose al lugar del que procedían los gritos.