12
el rostro de Henrik adquirió un aspecto sombrío mientras su mirada se perdía en sus recuerdos.
—Bueno —dijo por fin al proseguir con la narración—, íbamos tan deprisa como podíamos. Todo el mundo estaba preocupado por vos y la Madre Confesora y querían sacaros de las Tierras Oscuras y regresar al palacio.
»Zedd y Nicci tuvieron que subir al carro para poder trabajar en vuestra curación. Zedd soltó una palabrota y les dijo que iban a tener que aminorar la marcha porque la Madre Confesora estaba muy grave y él necesitaba cerrar la herida, pero no podía hacerlo con el carro dando brincos.
—¿Dijeron alguna cosa sobre qué iban a hacer para curarlos? —preguntó Sammie al muchacho, a la vez que se inclinaba con avidez hacia él—. ¿Dijeron cómo podían hacerlo con la muerte dentro de ellos?
Henrik negó con la cabeza.
—No sé nada sobre curaciones. Sólo sé que oí que Nicci decía a Zedd que podían curar las heridas, pero tendrían que dejar el contacto de la muerte dentro hasta que llegaran al palacio y al campo de contención.
—Eso es una buena noticia —indicó Richard a Sammie—. Confirma lo que pensaba, que puedes llevar a cabo una curación de los otros males incluso con lo que viste dentro de nosotros.
Ella asintió pensativa mientras escuchaba cómo Henrik seguía con su relato.
—Oscurecía. Zedd y Nicci estaban encorvados sobre vosotros dos, utilizando su don para curaros. —Su mirada se perdía en sus recuerdos, la voz se le quebraba de vez en cuando—. Mientras ellos trabajaban, todos los demás vigilaban con suma atención el terreno circundante. Las Tierras Oscuras ya son un lugar bastante peligroso a la luz del día, pero todo el mundo sabe que aquí afuera a uno no le conviene estar al raso por la noche si puede evitarlo.
Henrik jugueteó distraídamente con el borde de la burda alfombra en la que estaban sentados.
—Supongo que no podíamos evitarlo.
—Supongo que no —repuso Richard, sintiéndose culpable por ser el responsable de que sus amigos entraran en las Tierras Oscuras.
—Llevábamos un rato en marcha sin hablar, yendo muy despacio tal y como Zedd había ordenado de modo que Nicci y él pudieran concentrarse en intentar curaros. Entonces, de repente, los dos alzaron la mirada.
—¿Al mismo tiempo? —preguntó Sammie.
Henrik asintió.
—Si los dos alzaron la mirada al mismo tiempo debió de ser porque percibieron algo a través de su don —dijo Sammie a Richard.
Este se limitó a asentir, pues no deseaba interrumpir el relato de Henrik.
—Zedd susurró al general, que estaba en el pescante, que había gente en la oscuridad. El general preguntó cuántas personas. Zedd hizo una pequeña pausa y luego dijo: «Gran cantidad de gente». Yo miré a mi alrededor, pero no pude ver a nadie.
El muchacho fijó la mirada en el vacío, como si lo reviviera mentalmente.
—Aunque yo no podía verlos, parecía como si pudiera sentir sus ojos observándonos desde la oscuridad. El bosque nos rodeaba por todas partes y ello proporcionaba abundantes lugares en los que ocultarse.
»Con las nubes, la luna no emitía mucha luz. Era difícil ver.
Tragó saliva.
—Yo estaba asustado. Muy asustado. Creo que todo el mundo sabía en cierto modo que podríamos estar en alguna clase de apuro, pero nadie sabía qué esperar. Vi que algunos de los soldados agarraban con firmeza sus lanzas en tanto que otros tocaban sus espadas.
»De repente, vimos movimiento fuera de la línea de árboles a la derecha. Incluso con lo oscuro que estaba, seguía habiendo luz suficiente para ver montones de gente que salían en tropel del bosque. Ninguno hacía el menor ruido. No lanzaban gritos de guerra. Aquel silencio hacía que resultase aún más aterrador verlos acercarse. Eran tantos que parecía como si el suelo se moviera. Yo estaba muerto de miedo.
»Cara preguntó a su esposo si no deberíamos intentar huir con el carro. Antes de que el general pudiera responder, Zedd tomó la palabra para declarar que no podíamos escapar. Dijo que estábamos rodeados.
»Los soldados hicieron girar sus caballos para proteger el carro. Los lanceros formaron un anillo exterior y bajaron sus armas hacia la horda que avanzaba. Costaba imaginar que alguien fuera a intentar abalanzarse sobre aquellos soldados.
»Al mismo tiempo, otros hombres, en un anillo interior detrás de los lanceros, desenvainaron sus espadas. Otros sacaron sus hachas de guerra. Viendo la cantidad de gente que venía en masa hacia nosotros deseé que fueran más, pero eran soldados d’haranianos, al fin y al cabo. Ver a todos aquellos hombres fornidos desenvainar sus armas me hizo pensar que a lo mejor teníamos una posibilidad de sobrevivir.
Richard sabía que los hombres que habían salido del palacio con Zedd, Nicci y Cara eran hombres de la Primera Fila. No eran sólo los soldados más fornidos y mejores del ejército d’haraniano, eran combatientes de élite. Eran disciplinados, expertos en el combate y estaban dispuestos a pelear. Habían luchado toda la vida a punta de lanza para ganarse el puesto.
—Zedd se puso en pie en el carro intentando ver mejor —dijo Henrik—. Nicci también se levantó, refunfuñando enfurecida por tener que dejar de trabajar en vuestra curación, lord Rahl, diciendo que necesitaba más tiempo. A medida que aquella gente seguía saliendo en tropel del bosque, todos corriendo hacia nosotros, Zedd le dijo que le daba la impresión de que se les había acabado el tiempo.
»El general Meiffert indicó a sus hombres que no quería pelear, pero que parecía que iban a tener que hacerlo. Cara sugirió colocaros a vos y a la Madre Confesora sobre el lomo de caballos. Dijo que ella y un par de soldados podían salir corriendo para poneros a salvo mientras el resto mantenía a raya a la horda. Zedd dijo en voz baja que era una mala idea. Cuando le preguntó por qué, respondió que lo peor que uno podía hacer era salir huyendo de depredadores, porque eso los estimulaba a perseguirte. Dijo que venían de todas direcciones y que arrollarían a cualquiera que intentara escapar.
En la habitación reinaba un silencio sepulcral salvo por el quedo chisporroteo de las llamas de las velas. Sammie permanecía totalmente inmóvil, con los ojos abiertos como platos mientras aguardaba para oír lo que había sucedido a continuación. Incluso Ester había dejado de trabajar. Su mano, sosteniendo un emplasto, flotaba paralizada sobre Kahlan.
—Entonces Zedd alzó las manos hacia el cielo, enviando un destello de luz a las alturas —dijo Henrik—. En un principio, a medida que se elevaba en el aire, fue sólo una chispa, pero luego estalló convertida en un fuego centelleante que iluminó los alrededores.
Los ojos de Henrik estaban llenos de lágrimas.
—Bajo aquella llamarada de luz, pudimos ver por fin a los miles y miles que venían a por nosotros. Hombres y mujeres. La mayoría de los varones iban sin camisa y llevaban las piernas al descubierto. No vi a ninguno de ellos empuñando espadas, lanzas o escudos. Muchos de ellos tenían cuchillos, no obstante. También las mujeres. Nuestros hombres iban a caballo y tenían armas mucho mejores, pero nos superaban en número de un modo abrumador.
»El fuego que Zedd había enviado a las alturas empezó a apagarse, y cada vez era más difícil ver a toda la gente que corría hacia nosotros. Cuando se acercaron, intentó lanzar otra llamarada de fuego, pero no funcionó. Nicci le preguntó qué sucedía. Zedd parecía desconcertado. Tartamudeó y dijo que no lo sabía. De modo que Nicci lo intentó a continuación, pero tampoco pudo.
Henrik volvió a tragar saliva y bajó la mirada un momento. Richard posó una mano sobre el hombro del muchacho, pero no dijo nada, dándole tiempo para encontrar las palabras.
Tras aclararse la garganta, este prosiguió:
—Cuando estuvieron lo bastante cerca para poder oírlo, el comandante de la caballería se irguió en los estribos y chilló a los que corrían hacia nosotros, advirtiéndolos de que se detuvieran, que no se acercaran, o morirían. No sirvió de nada.
»Toda aquella gente había estado callada hasta entonces, pero empezaron a proferir gritos de guerra, como si estuviesen ansiosos por librar la batalla. Eran alaridos agudos. A mí me sonó como si fueran espíritus malignos precipitándose sobre nosotros desde el mundo de los muertos. Sus chillidos se entremezclaron en un aullido estremecedor que me puso los pelos de punta.
»Cuando el general Meiffert comprendió que no iban a detenerse y pudo ver cuchillos alzados, ya no existió ninguna duda de que tenían intención de atacarnos, así que ordenó a la caballería que acabara con ellos antes de que pudieran acercarse demasiado. Más o menos la mitad de los hombres corrieron a través del campo abierto mientras la otra mitad protegía el carro.
»La caballería se abrió paso al interior de la vanguardia de la multitud, abatiéndolos igual que si segaran un trigal en época de cosecha. A pesar de que estaba oscuro, la luna proporcionaba luz suficiente para que pudiera ver caer a los atacantes en cantidades ingentes.
»Me sentí aliviado, pensando que unos soldados de caballería tan poderosos harían que los atacantes rompieran filas y huyeran aterrados. Pero entonces vi que el enemigo no temía a los hombres a caballo. Muchos ni siquiera gritaban cuando eran abatidos. Aun cuando la caballería causaba grandes bajas, parecía que por cada uno que caía diez más surgían de entre los árboles.
»Entonces vi al primer hombre caer de su caballo. Era un hombre fornido, que combatía con ferocidad, abatiendo a los atacantes a docenas. Pero fue arrollado por la increíble cantidad de oponentes que caían sobre él.
»No había espacio para todos los que intentaban llegar hasta el soldado. Se apelotonaban, trepando sobre las espaldas de otros tanto vivos como muertos, intentando ser los primeros en alcanzarlo. Se pisoteaban y aplastaban entre ellos, y no parecía importarles los muertos ni los heridos. Sólo les importaba llegar hasta el jinete.
»A pesar de lo mucho que el soldado y su poderoso caballo se esforzaron y pelearon, el peso acabó por inmovilizar al enorme animal. Incluso mientras otros soldados corrían a intentar ayudarlo, asestando mandobles al enemigo para poder pasar, vi docenas y docenas de brazos agitándose en el aire, acuchillando al caballo hasta que este cayó.
Henrik volvió a tragar saliva y a secarse los ojos.
—Entonces todos se amontonaron sobre el hombre igual que una manada de lobos. Pero lo curioso era que no lo estaban apuñalando como al caballo.
Sammie frunció el entrecejo cuando Henrik permaneció callado durante un momento.
—¿Qué era lo que hacían, pues?
Richard conocía la respuesta. Había estado a punto de sucederle a él.
—La multitud le agarró los brazos, las piernas, incluso los cabellos, y por lo que pude ver daba la impresión de que lo desgarraban con los dientes. Lo estaban despedazando igual que una manada de lobos despedaza a una oveja.