10
de qué se trata? —Ester paseó la mirada entre Sammie y Kahlan—. Lord Rahl, ¿qué es lo que pasa? ¿Sabéis lo que significa? ¿Sabéis qué le sucede a la Madre Confesora?
Richard no respondió, posó una mano en el hombro de Kahlan, percibió su calor, su respiración, la vida que había en ella. A pesar de lo enfermo que se sentía, hizo caso omiso de su propio dolor. Ella tenía problemas más graves y necesitaba ayuda. Necesitaba el don.
Necesitaba más ayuda de la que Sammie era capaz de ofrecer.
Se aisló de todo lo que lo rodeaba a la vez que se replegaba al sereno centro que había en su interior. Las personas situadas en los pasillos y habitaciones de la morada del risco dejaron de parecer tan próximas y el quedo trasfondo de sus voces fue desvaneciéndose gradualmente. Las voces de Ester y Sammie pasaron a ser murmullos lejanos mientras se concentraba en lo que era necesario hacer, en lo que Kahlan necesitaba.
En aquel silencio interior, buscó penetrar en Kahlan para curarla, o al menos intentar percibir cuál era su dolencia. Quería verla por sí mismo. Quería ocuparse de ella en persona. Quería suprimir aquel terror oculto. Más que nada, quería quitarle el dolor. Ansiaba verla abrir los ojos y sonreír.
A pesar de que ya había curado a su esposa cuando había estado muy malherida, esta vez, cuando intentó invocar aquella habilidad sanadora que llevaba en su interior, pareció incapaz de hacerlo. El problema no era que tuviera dificultades para recordar cómo curar… parecía que jamás hubiera sabido hacerlo. Resultaba exasperante sentir que sabía adónde quería ir, que había estado allí antes, pero no ser capaz de hallar el camino.
Si no supiera que no era así, pensaría que nunca antes había sanado a nadie. No se le ocurría qué componente podía faltar ni cómo encontrarlo.
Allí donde debería haber percibido su empatía interior acudiendo a la superficie para conducirle al padecimiento de Kahlan, no había nada.
Desesperado como estaba por ayudarla, comprendió que ese no era el único problema que tenía entre manos.
Recordaba muy bien que había sucedido algo similar en el carro cuando había buceado en su interior en busca de la ayuda de su don para proteger a Kahlan de aquellos hombres. Tampoco había funcionado entonces. Si existía alguna situación en la que su don debería de haber acudido a su llamada, era para proteger a su esposa y curarla.
La cuestión no era que estaba demasiado malherido o demasiado débil. Sucedía algo más. Fuera cual fuese el problema, no sabía cómo arreglarlo.
Sintió miedo y alarma mientras se preguntaba si su don había desaparecido.
En lugar del poder sanador de su don, advirtió que podía oír un sonido apenas perceptible. La sangre se le heló en las venas al comprender que eran gritos.
No sabía si procedían de algo que percibía en Kahlan o si se encontraban en sí mismo. Se preguntó si podrían ser imaginaciones suyas. No podía evitar preocuparse por las cosas que Sammie le había contado.
Reprimió una creciente sensación de pánico. Había dicho a la muchacha que se calmara y sabía que él debía seguir su propio consejo. Tenía que pensar si quería actuar con efectividad.
Por el motivo que fuera, lo que hacía para intentar curar a Kahlan no estaba funcionando. Abrió los ojos, se levantó y regresó junto a la joven con una larga Zancada.
—¿Lo percibisteis también vos? —preguntó Sammie.
Richard asintió.
—¿Qué más percibiste en ella?
Sammie pareció confundida por la pregunta e intimidada por la estatura de Richard.
—Nada. Sentía miedo. Me retiré.
Richard volvió la cabeza para dirigir la mirada a Kahlan, pellizcándose el labio inferior mientras reflexionaba sobre ello.
Lo que fuera que afectaba a Kahlan, tenía que haber sucedido en la guarida de la Doncella de la Hiedra. Lo que fuera que lo afectaba a él había empezado allí también. Ambos estaban inconscientes cuando Zedd, Nicci y Cara los encontraron.
Recordaba haber matado a la Doncella de la Hiedra. Le habían advertido que ni su espada ni su don funcionarían contra ella. La máquina de los presagios, no obstante, le había proporcionado una profecía: «Tu única posibilidad es dejar que la verdad escape».
Con esa pista, comprendió que el modo de detener a aquella criatura vil era cortar las tiras de cuero que cosían su boca. Hacerlo provocó que liberara un grito contenido durante la mayor parte de su vida, lo que conllevó la liberación de la corrupción y muerte que habían estado retenidas, pudriéndose en su interior.
Primero, sin embargo, sabiendo lo que estaba a punto de hacer, Richard había confeccionado unos tapones con retazos de tela y los había introducido en los oídos de Kahlan y en los suyos propios para no oír el maligno grito nacido en el mundo de los muertos, para no oír la llamada de la muerte.
Al menos, pensaba que lo había impedido.
Volvió a mirar a Sammie.
—Necesito que uses tu don conmigo. Necesito saber si puedes percibir en mí lo mismo que percibiste en ella.
Sammie negó con la cabeza a la vez que retrocedía atemorizada.
—¡Escúchame! —chilló él, deteniéndola en seco—. No te pido que vayas más allá de ese velo verde, pero necesito saber si la misma cosa que percibiste en Kahlan está en mi interior.
Cuando ella volvió a empezar a recular él le agarró la delgada muñeca.
—Escúchame, Sammie. Fuiste capaz de salir de Kahlan, ¿no es cierto?
Los ojos de la muchacha giraron temerosos hacia la mujer.
—Sí.
—Así pues, eso no puede arrastrarte dentro. Tú tienes el control. Incluso a pesar de que te adentraste mucho en ella volviste a salir, ¿no es cierto?
Ella no respondió.
—¿No es cierto? —repitió él.
Sabía que la estaba asustando, pero era necesario.
—Eso supongo —dijo ella por fin.
—En ese caso eres tú quien tiene el control. Esa maldad puede intentar atraerte hacia ella, pero eres capaz de resistirte a su llamada siniestra. Tú eliges no ser arrastrada.
Sammie dejó caer el brazo cuando él le soltó la muñeca.
—Supongo que tenéis razón.
—Sé que la tengo —replicó Richard—. Lo sé porque regresaste por tu propia voluntad. Pero también lo sé porque otros estaban curándonos a Kahlan y a mí cuando fuimos atacados. Esas dos personas poseen una vasta experiencia y saben muchísimo más sobre curaciones de lo que tú y yo sabremos jamás. Ellos habrían percibido lo que había en ella y habrían dejado de sanarla si fuera una trampa letal.
—Pero ¿cómo podéis estar seguro de que la estaban curando?
—Curaron la herida de su estómago.
Sammie lo pensó durante un momento.
—Tenéis razón —admitió por fin—. Percibí esa curación. Era reciente, no hacía mucho otra persona había estado allí.
—Y ellos regresaron. Tú también fuiste capaz de regresar. Eso significa que tienes el control. No estás indefensa ante esa llamada de la muerte.
La muchacha pareció considerablemente más calmada, aun cuando no parecía relajada.
—Tiene sentido.
Richard dio un paso más hacia ella.
—Necesito que me examines. Necesito saber si esa misma dolencia está en mi interior.
Ella evaluó sus ojos un momento con una mirada propia de alguien mucho más maduro.
—Sospecháis que tenéis la misma cosa dentro de vos que ella tiene y pensáis que eso podría ser lo que impide que vuestro don funcione —dijo.
No era una pregunta.
Richard enarcó una ceja, luego se sentó en el suelo y cruzó las piernas.
—Vamos. Hazlo. Necesito saberlo.
Sammie profirió un suspiro de frustración, luego cedió y se sentó ante él. Siguió la mirada de Richard y vio a un gato que acababa de entrar como si tal cosa en la habitación, atisbando los lugares oscuros que había tras las almohadas apoyadas en la pared opuesta.
—Creo que el gato percibió lo que vi en la Madre Confesora —dijo Sammie.
—¿El gato?
Ella asintió a la vez que cruzaba las piernas, tal y como él había hecho.
—Mi madre dice que los gatos son sensibles a los espíritus, a las cosas del mundo de los muertos.
Richard contempló a la muchacha un momento sin decir nada, luego alargó las manos.
—Toma mis manos. Intenta curar unas cuantas de mis heridas. Haz lo que hiciste con Kahlan.
Sammie cedió con un suspiro. A Richard le costaba mantener en alto el brazo izquierdo y apoyó los antebrazos en las rodillas. La herida dejada por el mordisco había empezado a sangrar otra vez.
Las manos de la muchacha parecían diminutas sosteniendo las suyas, pero le pasó por la cabeza que en aquellos momentos, a pesar de lo joven que era y de su inexperiencia, ella esgrimía más poder que él. No era nada reconfortante.
La joven cerró los ojos y ralentizó la respiración. Richard hizo lo mismo, con la esperanza de ayudarla en su tarea. Ester retrocedió a un lado de la habitación, retorciéndose las manos mientras observaba.
Richard trató de no pensar en lo que Sammie hacía, en lo que podría encontrar. En su lugar, pensó en Zedd, en Nicci, en Cara y en el esposo de esta, Ben, el general que había dirigido las tropas que fueron en busca de Richard y Kahlan. Necesitaba saber qué les había sucedido. Ellos jamás los habrían abandonado voluntariamente.
Recordó los huesos y los restos de uniformes. Recordó que los dos hombres habían dicho que los que iban con Richard y Kahlan habían sido atacados por unas gentes llamadas shun-tuk. Había visto masas de atacantes muertos. Evocó el semblante vulgar de uno de aquellos cadáveres cuyos dientes manchados de sangre habían sido limados hasta convertirlos en puntas afiladas para desgarrar mejor la carne.
Muerta la Doncella de la Hiedra, pensó que la batalla había finalizado; pero parecía que no había hecho más que empezar. Había algo más. Algo que no comprendía.
Necesitaba hallar respuestas y sabía que el tiempo trabajaba en contra de todo el mundo. Si aquellas personas que tanto le importaban estaban en manos de los shun-tuk, cada día que transcurría hacía menos probable su supervivencia. También temía que, cuanto más tiempo siguiera Kahlan sin obtener ayuda, más empeoraría su estado.
También las gentes de Stroyza tenían problemas, probablemente muchos más de los que creían. Estaban acostumbrados a las duras condiciones y a los peligros de las Tierras Oscuras, pero estos salvajes que comían carne humana parecían ser algo nuevo.
Sammie lanzó un grito ahogado de repente y retiró a toda prisa las manos, soltando las de Richard como si estuvieran ardiendo.
—¿Qué viste? —preguntó él, inclinándose al frente.
Los ojos de la muchacha estaban desorbitados por el terror y llenos de lágrimas. Respiraba de un modo irregular y acelerado.
—Sentí vuestro dolor —musitó—. Queridos espíritus, ¿cómo podéis soportarlo? —No tengo elección. Las vidas de aquellos a los que amo y de la gente que he jurado proteger están en juego. Eso es lo más importante para mí en este momento. ¿Qué más percibiste?
Sammie se secó las lágrimas de debajo de los ojos.
—Tenéis dentro de vos la misma cosa que tiene la Madre Confesora. Percibí la muerte, tras ese velo verde. Ambos la lleváis en vuestro interior.
Richard no podía decir que lo sorprendiera. En realidad era lo que esperaba. Tanto Kahlan como él habían estado expuestos a los alaridos de la Doncella de la Hiedra, que habían sido liberados desde el mismísimo inframundo.
Alzó la mirada hacia el rostro lívido de Ester.
—Tráeme a Henrik.
—¿Queréis al chico? —Parecía confusa—. ¿Ahora? Lord Rahl, hay que ocuparse de vuestras heridas. Vuestro brazo vuelve a sangrar y debe…
—Ahora —dijo Richard.