7
en cuanto tuvo la conformidad de Richard, Ester se puso en pie de un salto. Apartó la gruesa cobertura que pendía sobre la entrada y salió a toda prisa al vestíbulo. Richard pudo oírla pidiendo a los demás que por favor concedieran al lord Rahl y a la Madre Confesora intimidad. La gente murmuró que lo comprendía.
Al poco, Ester condujo a la muchacha de vuelta a la estancia, dejando a todos los demás aguardando en el pasillo. Con una mano tranquilizadora posada sobre el hombro de la joven, la mujer la encaminó al interior a la vez que volvía a dejar caer la gruesa piel de borrego sobre la entrada.
Un gato negro se coló por debajo de la puerta y siguió con tranquilidad a la muchacha. El felino tomó asiento a un lado, alzando una de las patas traseras mientras se lamía el reluciente pelaje de la barriga.
Sammie permaneció inmóvil, muy rígida, justo pasado el umbral, parecía demasiado asustada para acercarse. Su piel perfecta extendida sobre unas facciones inmaduras que todavía no habían emergido por completo le daba el aspecto de una estatua tallada en el más pulido de los mármoles.
Richard alargó la mano sana y movió los dedos en un gesto de invitación.
—Por favor, Sammie, ven a sentarte aquí a mi lado.
Cuando la joven se aproximó arrastrando los pies, él le cogió la mano con suavidad y la instó a arrodillarse. Ella se sentó sobre los talones, temerosa de acercarse demasiado. Sus enormes ojos centellearon a la luz de las velas mientras permanecían fijos en los suyos. La joven no sabía que él estaba más asustado que ella.
Una vez que vio que la muchacha estaba en manos de Richard, Ester utilizó el pie para deslizar el balde de agua por el suelo a la vez que transportaba las vendas y otros materiales hasta Kahlan. Se acuclilló a su lado y empezó a limpiar a toda prisa las peores heridas de la Madre Confesora.
—Lamento mucho el fallecimiento de tu padre y la desaparición de tu madre —dijo Richard.
Las lágrimas afloraron a los ojos de Sammie ante la mención de sus padres.
—Gracias, lord Rahl. —Su voz era tan débil y tímida como el resto de ella, y llevaba consigo el doloroso y triste tono de la pena inconsolable.
—A lo mejor si nos ayudas, luego, cuando yo esté en condiciones de hacerlo, puedo buscar a tu madre.
La frente de la muchacha se crispó brevemente y la invadió la confusión.
—Sois el gobernante del imperio d’haraniano. —Se secó las lágrimas de debajo de los ojos—. ¿Por qué tendríais que preocuparos por ayudar a alguien del pequeño pueblo de Stroyza?
Richard se encogió de hombros.
—No me convertí en gobernante porque quisiera mandar. Me convertí en gobernante porque quería ayudar a salvaguardar a nuestra gente. Si una de las personas que he jurado proteger resulta herida o está en peligro, es mi obligación actuar.
Ella se quedó perpleja.
—Hannis Arc gobierna todas las Tierras Oscuras, incluido nuestro pueblo. Jamás lo he visto, pero nunca he oído decir que le preocupe protegernos. Muy al contrario, he oído que sólo le importa la profecía.
—He oído lo mismo —repuso Richard—. Yo no comparto su interés por la profecía. Creo que nosotros construimos nuestro propio futuro. En parte eso es lo que me trajo aquí. La Madre Confesora y yo resultamos heridos mientras nos asegurábamos de que una profecía terrible no se hiciera realidad y perjudicase a nuestra gente. Nuestro libre albedrío, no la profecía, fue lo que influyó en última instancia en lo que sucedió.
La muchacha miró a Kahlan por el rabillo del ojo.
—Lamento que vuestra esposa esté herida. —Sus enormes ojos giraron de nuevo hacia Richard—. Mi madre a menudo decía que yo tenía el don, pero que era cosa mía, no del destino, sacarle partido.
—Un consejo sensato. ¿Y te enseñó a utilizar tu don?
Un poco de la tensión desapareció de los hombros huesudos de Sammie.
—Toda mi vida me enseñó cosas sobre mi don, pero la mayoría de las veces eran cositas insignificantes.
—Las cosas pequeñas son un buen punto de partida. La comprensión se construye sobre ellas. Reunimos esas cosas pequeñas que aprendemos en conceptos de mayor envergadura.
Con un pulgar, Sammie alisó un pliegue de su vestido a lo largo del muslo.
—Justo empezaba a enseñarme más cosas, a enseñarme a usar nuestro don para curar. Dijo que ya era lo bastante mayor para empezar a aprender más. Pero todavía soy joven. Mi habilidad no es nada comparada con el don de mi madre, y mucho menos comparada con el vuestro, lord Rahl.
Richard no pudo evitar sonreír.
—Ni siquiera averigüé que poseía el don hasta que fui mucho mayor de lo que tú eres ahora. Nadie me enseñó. Imagino que con todo lo que aprendiste de tu madre, debes de saber más que yo.
La tersa frente se arrugó con escepticismo.
—¿De veras?
—De veras. Desde entonces he utilizado mi habilidad, pero de un modo distinto al de la mayoría de las personas que la poseen. He destruido y curado, pero lo he hecho a través del instinto y de necesidades desesperadas, dejando que el don me guiara.
Sammie se sentó sobre la cadera mientras pensaba en ello. El gato negro avanzó con tranquilidad hasta ellos para restregarse contra la muchacha antes de seguir adelante sin hacer ruido en dirección a Kahlan.
—Debe de resultar aterrador poseer el don y no saber cómo usarlo, no saber cómo controlarlo.
A pesar del dolor que sentía y de su inquietud por Kahlan, no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
—Ni te lo imaginas.
Ella lo miró con una mirada indescifrable.
—De todos modos, debéis de ser capaz de utilizar vuestro poder bastante bien. Al fin y al cabo, sois el lord Rahl. He oído decir que los habitantes de D’Hara son duros como el acero de modo que vos podáis concentraros en vuestra magia.
Richard no le contó que en aquel momento su poder no funcionaba.
Por el rabillo del ojo, vio que el gato se estiraba con cautela para olisquear la bota de Kahlan. La naricita negra se deslizó a lo largo de ella, cerniéndose justo por encima de la pierna y ascendiendo luego por el brazo, sin llegar a tocarla. De repente, el animal reculó y lanzó un siseo que dejó al descubierto diminutos dientes afilados. Richard pensó que no debía de gustarle la presencia de una desconocida que olía a sangre entre ellos.
—¿Son negros todos los gatos que viven aquí? —preguntó a Sammie.
Ella alzó los ojos.
—Lo son cuando necesitan serlo.
Richard frunció el entrecejo.
—¿Qué significa eso?
—En la oscuridad son todos negros —repuso ella, enigmáticamente.
Ester, arrodillada junto a Kahlan, agitó el trapo que sujetaba en dirección al gato, ahuyentándolo. Con las orejas pegadas atrás, el felino salió disparado de la habitación.
Richard volvió a mirar a Sammie. No estaba seguro de a qué se refería, pero tenía cosas más importantes en las que pensar. Devolvió la conversación al tema que les ocupaba.
—Y bien, ¿sabes curar a la gente?
La frente de la muchacha se crispó mientras consideraba su respuesta.
—Mi madre empezaba a enseñarme. Me habló sobre los rudimentos y luego hizo que la ayudara en cosas pequeñas. Sólo he realizado curaciones sencillas: golpes y rasguños, estómagos revueltos, dolores de cabeza, sarpullidos. Cosas así. Me guio sobre cómo dejar que mi habilidad descendiera al interior de una persona para percibir lo que la aquejaba.
Richard asintió.
—He experimentado eso cuando he curado gente. —Su mirada se sumió en sombríos recuerdos—. A veces, debido a que la necesidad era tan extrema, he tenido que penetrar tan dentro de una persona que sentía como si perdiera mi propia esencia mientras me adentraba en su alma para retirar el dolor y asumirlo yo.
—Jamás he penetrado tan adentro. —Sammie pareció incómoda—. No sé si seré capaz de descender al interior del alma de una persona.
—Si has curado personas entonces sospecho que lo has hecho, aunque no te dieras cuenta —dijo él—. Así es como funciona. Mientras curas, te aventuras al interior de la esencia, al alma. Al menos así es como funciona para mí.
—Eso suena… aterrador.
—No si realmente te importa ayudarlos.
Ella observó con atención sus ojos un momento como si contuvieran algún profundo secreto.
—Si vos lo decís, lord Rahl.
Richard echó una mirada a Kahlan, que yacía a poca distancia. Ester, con el semblante fruncido en profunda concentración, limpiaba e inspeccionaba con cuidado los cortes de los brazos de la Madre Confesora.
—He curado a Kahlan otras veces —dijo Richard—, pero no tengo fuerzas para hacerlo ahora y estoy sumamente preocupado por ella.
La mirada de Sammie abandonó a Kahlan para deambular por algunas de las heridas más graves de Richard. Su inquietud respecto a la tarea que él le pedía que asumiera quedaba muy patente en su expresión tensa.
—No sé la profundidad que he podido alcanzar en la esencia de una persona, pero si sé que jamás he curado heridas tan terribles. Sólo he curado cosas pequeñas. Nunca nada tan grave.
—Bueno, por experiencia puedo decirte que, hasta cierto punto al menos, la gravedad de las heridas es irrelevante. Desde luego, en algunos casos no lo es, como sucede cuando la persona está cerca del velo y en vías de cruzar al mundo de los muertos. Eso es distinto.
Los ojos de Sammie se abrieron como platos.
—¿Os referís al momento en que la persona está cruzando los limites de la Gracia?
Richard la contempló más serio.
—¿Tu madre te enseñó lo que es la Gracia?
Sammie asintió.
—El símbolo que representa la chispa de la creación, el mundo de la vida, el mundo de los muertos y el modo en que el don cruza esos límites para enlazarlo todo. Aquellos que poseen el don, me contó, deben conocer la Gracia para no profanarla. Esta define el modo en que fluye el don y cómo funciona… su capacidad y sus límites… así como el orden de la creación, la vida y la muerte. Todo nuestro trabajo, decía mi madre, está representado por la Gracia, guiado por ella, y en última instancia debe ser gobernado por ella.
—Eso es lo que yo aprendí —dijo Richard—. Al dejarme fluir a lo largo de esas líneas del don tal y como las representa la Gracia, descubrí que curar la mayoría de las lesiones implica básicamente el mismo proceso. Si dejas que la necesidad de la persona te guíe, entonces puedes percibir qué es necesario hacer. Mediante tu empatía retiras el dolor y lo mantienes dentro de ti de modo que el poder curativo de tu don pueda fluir al interior de la persona a la que estás ayudando. Siempre me ha parecido que la necesidad de la persona es la que me guía en realidad, la que me atrae hacia ella.
Pero por algún motivo su don había dejado de funcionar.
La muchacha arrugó la frente.
—Creo que sé a lo que os referís. Mi madre me hacía penetrar profundamente en las personas, percibir el problema que había en su interior.
—¿Y te enseñó a sacarles ese dolor y asumirlo tú?
Sammie vaciló.
—Sí; pero yo tenía miedo. Es duro sentir el dolor que padecen. He sentido lo que ellos sentían, aunque sólo se trataba de heridas menores. Luego intento quitárselo y, como habéis dicho, dejar que la calidez del don penetre en ellos para curarlos.
Richard asentía mientras ella hablaba.
—Yo también he experimentado eso.
—Pero dijisteis que habíais curado a personas cuando estaban en los límites de la Gracia, cuando estaban cruzando al mundo de los muertos. Habéis discurrido a lo largo de esas líneas que fluyen al interior del mundo de los muertos.
No sonó como una pregunta, sino más bien como una regañina por hacer cosas que a ella le habían enseñado que estaban prohibidas.
—Te sorprendería, Sammie, lo que serías capaz de hacer por tus seres queridos. —Volvió a mirar en dirección a Kahlan—. La amo muchísimo y temo por ella, pero esta vez no tengo la energía necesaria para el esfuerzo que hace falta para curarla. ¿Puedes hacer eso por ella?
La mirada de Sammie se deslizó hacia allí para observar cómo Ester limpiaba con delicadeza la sangre del rostro de la Madre Confesora.
—¿Qué le sucede?
—No lo sé con seguridad. Una Doncella de la Hiedra la capturó, estaba empezando a beber su sangre y…
—¿Jit? —Sammie se inclinó bruscamente hacia él con una mirada penetrante—. ¿Habláis de Jit? —Al ver que Richard asentía preguntó—: ¿Cómo conseguisteis huir de la Doncella de la Hiedra?
—La maté.
—Ya lo creo que la mató —dijo Ester por encima del hombro; sumergió la tela en el balde y luego escurrió agua roja de ella—. Así es como resultaron heridos ambos —indicó con una última mirada antes de regresar a la tarea de limpiar las heridas de Kahlan.
Sammie no pareció reparar en las palabras de Ester, contemplando maravillada a Richard.
—En ese caso realmente sois un protector de vuestro pueblo. —Se contuvo, echó una veloz mirada a Ester, que estaba ocupada en su trabajo, luego se inclinó más hacia Richard y dijo en tono confidencial—: Sois el elegido.