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richard apartó la mirada de Kahlan al oír que se aproximaba gente por los pasillos. Las primeras mujeres que pasaron por debajo de la piel de borrego que cubría la entrada transportaban baldes de agua, vendas y otros materiales.

Le sorprendió ver entrar a continuación a unas mujeres de más edad acompañando a una chiquilla menuda en plena transformación en mujer. Una larga masa de cabello negro enmarcaba el menudo rostro y había una expresión maravillada en sus ojos oscuros mientras permanecía de pie, muy rígida, en el protector cobijo del grupo. La tersa piel de su rostro estrecho insertado en la oscura masa de rizos tenía un aspecto pálido a la luz de las velas.

Ester se levantó y alargó una mano atrás señalando a Richard, sentado en el suelo.

—Sammie, este es lord Rahl. La mujer que yace ahí es su esposa, la Madre Confesora. Ambos están malheridos y necesitan tu ayuda.

Los ojos oscuros de la muchacha descendieron brevemente para dedicar una mirada a Kahlan antes de volver a alzarse hacia Ester. A instancias de la mujer, la muchacha se adelantó con paso vacilante. Alzó los lados de la larga falda y efectuó una torpe reverencia ante Richard.

Richard pudo advertir que la muchacha no era simplemente tímida; le aterraba estar ante él. Al vivir en un lugar tan pequeño y aislado, era probable que viera a desconocidos en muy raras ocasiones, y aún menos a desconocidos como ese. A pesar del dolor que sentía y de su inquietud respecto a Kahlan, Richard se obligó a sonreírle afectuosamente para tranquilizarla.

—Gracias por venir, Sammie.

Ella asintió a la vez que se rodeaba el cuerpo con los delgados brazos. Sin responder, volvió a retroceder para regresar al cobijo que le ofrecían las mujeres de más edad.

—Sammie, ¿podrías disculparnos un momentito, por favor? —Richard alzó la mirada hacia Ester—. ¿Puedo hablar contigo en privado?

Ester parecía saber por qué quería hablarle a solas, así que forzó una veloz sonrisa antes de conducir al pequeño grupo hasta la puerta. Las mujeres vacilaron un momento, mostrándose desconcertadas, pero por fin accedieron. Una vez que se hubieron marchado, la mujer cubrió la entrada con la piel de borrego.

—Lord Rahl, sé que…

—Es una niña.

La mujer irguió la espalda y entrelazó las manos a la vez que inspiraba profundamente. Se acercó más y escogió las palabras con cuidado.

—Sí, lord Rahl, y aunque no tiene más que quince años, posee el don. Eso es lo que ambos necesitáis. Yo puedo ocuparme de cortes y rasguños, tratar fiebres con hierbas, a veces incluso puedo recomponer un hueso roto —indicó con la mano a Kahlan—, pero no sé cómo ayudarla. Ni siquiera tengo la menor idea de qué es lo que le sucede. Sí, Sammie es joven, pero no carece de conocimientos y habilidades.

Richard recordó la época en que había sido tan joven como Sammie y había pensado que ya era todo un adulto. Si bien sabía más de lo que la mayoría de los adultos le atribuía, a medida que fue cumpliendo años cayó en la cuenta de que no obstante lo mucho que supiera, era menos de lo que pensaba, principalmente porque nunca se daba cuenta de las muchas más cosas que le quedaban por aprender. Ahora, como un adulto que volvía la vista atrás para evaluar a alguien de esa edad, sin importar lo mucho que pudieran saber, conocía lo limitada que era realmente la comprensión del mundo de una persona joven.

Aquella edad de temprana confianza en uno mismo era algo parecido a un falso amanecer. Los auténticos conocimientos iban de camino, sin embargo, a pesar de estar ya cerca, todavía no se habían consolidado del todo. Y siempre hay más cosas que aprender. Recordó a Zedd diciéndole que llegar a viejo significaba que la única cosa que se sabía con certeza era que no era posible saberlo todo, y mucho menos llegar a saber lo suficiente.

Poner la vida de Kahlan en las manos de alguien con una experiencia tan limitada le producía más que una cierta inquietud.

—Pero es una chiquilla —dijo Richard en voz baja para que los que estaban fuera no lo oyeran—. Esta es una tarea difícil y compleja incluso para alguien con experiencia.

Ester inclinó la cabeza respetuosamente.

—Lord Rahl, si no queréis que Sammie lo intente, eso es por supuesto decisión vuestra y la acataré. Haré todo lo que pueda por coser las peores de vuestras heridas y ocuparme de otras lesiones según mis conocimientos. Puedo intentar adivinar lo que la Madre Confesora podría necesitar y preparar unas hierbas que podrían ayudarla.

La mujer alzó la cabeza para mirarle a los ojos.

—Pero creo que sabéis tan bien como yo que no va a ser suficiente. Los dos necesitáis que os cure alguien con el don.

»Si no queréis que Sammie intente llevar a cabo esa tarea necesaria, entonces todo lo que puedo sugerir es que os dirijáis a otra parte con la esperanza de hallar a alguien más de vuestro gusto. Será un viaje difícil. En las Tierras Oscuras no hay modo de saber qué distancia tendréis que recorrer para encontrar a tal persona. Si puedo deciros que no hay muchas con habilidades como las que precisáis. No muchas en las que yo confiaría, en todo caso.

»Debido a eso, Jit consiguió aprovecharse de los desesperados por encontrar auxilio. De vez en cuando ayudaba a algún necesitado para crear esperanza y de ese modo atraer a más victimas.

»¿Creéis que estáis en condiciones de emprender un viaje para encontrar a alguien digno de confianza que os pueda ayudar? ¿Creéis que la Madre Confesora puede efectuar tal traslado? ¿Estáis dispuesto a arriesgar su vida? Si acabáis sintiéndoos desesperado, ¿pondréis en peligro su vida recurriendo a alguien con motivos ocultos y acabando en las garras de alguien como Jit?

»Ya habéis visto que estamos dispuestos a ayudaros, incluso a riesgo de ponernos en peligro nosotros mismos.

—¿Y por qué haríais eso? —preguntó Richard.

Ester se encogió de hombros.

—Porque querríamos que alguien nos ayudase si estuviéramos en peligro. Es nuestro modo de ser. Siempre ha sido nuestro modo de ser, transmitido desde hace generaciones. Enseñamos a nuestros hijos a auxiliar a aquellos que lo necesiten porque un día podríamos ser nosotros quienes necesitásemos asistencia, y sólo podemos esperar obtenerla si somos dignos de ella, si somos de la clase que la daría y no tan sólo la recibiría. Creemos en tratar a los demás como querríamos que se nos tratase.

—Supongo que también he intentado vivir mi vida de ese modo —respondió Richard.

—Lord Rahl, puede que sólo tenga quince años, pero tiene el don y un buen corazón. Eso es todo lo que podemos ofrecer. ¿Estáis seguro de querer rechazar nuestra ayuda, pobre como es?

Richard sabía que no estaba en condiciones de curar a Kahlan él mismo. Y lo que era peor, no creía que pudiera. En el carro había intentado invocar su don para salvarle la vida y no había respondido. Era evidente que le pasaba algo muy grave. Si no era capaz de salvarla de ser asesinada, tampoco respondería para curarla.

No sabía qué podía ser lo que le impedía usar el don. Sólo sabía que no funcionaba. Ambos necesitaban ayuda.

También sabía que en su estado actual no podría llegar lejos. Recordaba que Zedd y Nicci habían empezado a curarlos incluso mientras yacían en la parte trasera de un carro en movimiento, y no lo habrían hecho si no fuera urgente.

Con todo, no confiaba por completo en los motivos de estas gentes.

Si no estaba dispuesto a aceptar la ayuda del don de la muchacha, entonces la única opción era que Ester se ocupara de las heridas de ambos con aguja e hilo, hierbas y emplastos, y sabía que no era suficiente, en especial para Kahlan.

A Richard lo habían atacado en varias ocasiones, pero esta vez percibía algo distinto, algo más que simples heridas. Quería hacer caso omiso de sus sentimientos, pero no podía, al menos no durante mucho tiempo. También sabía que fuera lo que fuese el sombrío vestigio de dolencia que notaba en su interior, a Kahlan le afectaba aún más que a él.

Zedd y Nicci trataron de curarlos, pero no pudieron finalizar esa tarea. Y habían desaparecido. Richard sabía que las vidas de Kahlan y de sus amigos dependían de que tomara la decisión correcta. No creía que hubiera tiempo que perder.

Pero con don o sin él, no sabía si se atrevía a confiar la vida de Kahlan a una muchacha tan joven e inexperta. Un error podía resultar fatal.

—¿Confías en sus aptitudes?

Ester se remangó el vestido gris y volvió a arrodillarse junto a él.

—Sammie es una muchacha que se toma las cosas en serio. Su madre era una hechicera. Eso puede que explique por qué ella parece más adulta de lo que su edad sugeriría. Ya que no poseo el don, no sé gran cosa sobre él, pero si sé que a Sammie se lo transmitió su madre. No hay duda respecto a eso.

—¿Dónde está su madre?

Ester posó la mirada en el suelo.

—No hace mucho encontramos los restos de su marido, pero no los suyos. Creemos que la capturaron y se la llevaron. Aunque Sammie mantiene la esperanza, no creo que siga viva.

—¿Se la llevaron?

La mirada de la mujer ascendió al encuentro de la suya.

—Como le sucedió a vuestra gente. Como casi le sucede a la Madre Confesora.

»Las Tierras Oscuras siempre han sido un lugar peligroso. Hemos vivido mucho tiempo con esos peligros y sabemos mantenernos relativamente a salvo. Pero ahora están sucediendo cosas terribles que no comprendemos y contra las que no podemos luchar. Necesitamos ayuda.

Richard se pasó una mano por la boca. Tal y como había pensado, eso era a lo que se habían referido los hombres que habían ayudado a salvarlo. Aunque siempre habían vivido según el código de auxiliar a otros tal y como querrían que los ayudaran a ellos, en ese momento necesitaban una asistencia que pensaban que tan sólo alguien como el lord Rahl podía proporcionar. Teniendo en cuenta las cosas aterradoras que había visto, no era difícil ver por qué estaban desesperados por obtener ayuda. No podía culparlos.

Volvió la mirada hacia Kahlan. Contempló brevemente su somera respiración. ¿Se atrevía a poner su vida en manos de una muchacha tan inexperta?

¿Acaso tenía elección?

—De acuerdo —dijo por fin, con un suspiro de resignación.