2
frustrado y furioso por no poder conseguir que los misterios de su don respondieran para ayudarlos a él y a Kahlan, Richard sabía que no tenía tiempo para intentar averiguar el motivo, así que, en su lugar, decidió utilizar aquello con lo que podía contar: sus instintos y su experiencia.
Al mismo tiempo que los hombres se abalanzaban sobre él, Richard se debatió violentamente, tratando de impedir que lo inmovilizaran. Estar en el suelo con el peso de sus atacantes sobre él le proporcionaría una clara desventaja, pero sabía que no podía permitir que eso le impidiera repelerlos.
Con ojos perturbados, ambos hombres cayeron sobre él para reducirlo a la vez que intentaban desgarrar su carne con los dientes. Richard había oído historias sobre personas atacadas y devoradas por osos, y los dos hombres amontonados sobre él le recordaron la indefensión que transmitían tales relatos, pero con la aterradora dimensión de la presencia de la maldad humana tras todo ello.
En varias ocasiones los dientes de los hombres se hundieron en su carne, pero Richard conseguía apartarlos de una sacudida, una contorsión o un codazo antes de que pudieran asestar un mordisco lo bastante profundo como para arrancarle partes del cuerpo. No comprendía por qué no se limitaban a matarlo a cuchilladas, ya que ambos estaban armados y además tenían su espada.
Era casi como si supieran que querían hacer, pero su inexperiencia los volviera menos efectivos. Con todo, los intentos parcialmente afortunados abrían heridas horrorosamente dolorosas de las que manaba sangre a borbotones. Puesto que se agotaba con rapidez al tener que pelear bajo el peso de los hombres, por no mencionar la pérdida de sangre, Richard sabía que era inevitable que acabaran venciendo.
Richard no sabía por qué entre los intentos de arrancarle trozos de carne los hombres hacían pausas para lamer la sangre como si estuvieran sedientos y no quisieran permitir que ni una gota escapara y cayera al suelo. La interrupción de los mordiscos para ir tras toda la sangre le proporcionaba tiempo para recuperar el resuello.
Contrariado al ver que no conseguían controlarlo, el hombretón presionó con un fornido antebrazo la garganta de su víctima y apoyó todo su peso en él. Richard pugnaba por conseguir respirar a la vez que intentaba escurrirse de debajo de la presión del brazo que lo comprimía. Era espantoso tener a ambos hombres sobre él, intentando desgarrarlo con los dientes, y no poder moverse y mucho menos sacárselos de encima.
Presionando con todo su peso, el brazo de su atacante resbaló repentinamente en la sangre y, al ver que caía, el hombre tuvo que apoyar una mano en el suelo para no perder el equilibrio. En un abrir y cerrar de ojos, con energías alimentadas por el miedo y la desesperación, Richard alzó sus brazos de debajo del hombre tendido sobre él y le pasó uno alrededor de la cabeza.
De un codazo, Richard apartó el brazo del atacante, quien, sin su punto de apoyo, perdió el equilibrio y cayó hacia adelante. Richard arqueó la espalda y se protegió con las rodillas al mismo tiempo, tirando al otro de espaldas. Por fin en una posición desde la que podía hacer fuerza, Richard tensó la cuerda que ataba sus muñecas sobre la garganta del hombre.
Haciendo uso de cada gramo de energía, tiró hacia atrás de la áspera soga que sujetaba sus muñecas, utilizándola como un garrote para asfixiar al hombretón.
Cogido por sorpresa, el hombre no había tenido tiempo de tomar aire antes de que Richard lo comenzara a estrangular. Jadeó, esforzándose por inhalar a la vez que arañaba con desesperación los antebrazos de su verdugo. Las uñas abrieron profundos surcos en la carne de Richard, pero toda aquella sangre lo volvía resbaladizo y el hombre no conseguía zafarse. Incapaz de escapar, echó los brazos atrás intentando alcanzar el rostro de su adversario para arrancarle los ojos, pero estaba fuera de su alcance y los dedos se cerraron en el vacío.
El segundo atacante corrió en su ayuda. También él intentó apartar los brazos de Richard de su compañero, pero no pudo hallar ningún punto en el que agarrarse y hacer fuerza. Richard, que luchaba por su vida, mantenía al primer hombre inmovilizado en una tenaza letal.
Al no poder retirar los brazos de Richard, el segundo hombre empezó a asestarle puñetazos, en un intento de conseguir que soltara a su camarada. Cegado por la ira, Richard apenas notaba los golpes.
A la vista de que sus esfuerzos no servían de nada, el hombre comprendió rápidamente que debía cambiar de estrategia. Chillando a su compañero que no se diera por vencido, lanzó puñetazos al rostro de Richard. Pero debido al modo en que tenía sujeto al hombretón, los golpes no fueron lo bastante directos y en varias ocasiones no hicieron más que rozar su mandíbula.
Richard no tenía intención de soltar a su agresor. Eso conllevaría una muerte inevitable.
El hombre al que Richard estaba asfixiando se contorsionaba frenéticamente, agitando los brazos a un lado y a otro mientras buscaba con desesperación algo a lo que agarrarse. Asestó patadas con los talones, dirigiéndolas a las espinillas de su contrincante, pero Richard alzó las rodillas para protegerse. La mayoría de aquellas patadas a ciegas dieron en el suelo y las que lo alcanzaron no fueron lo bastante directas. Apretando los dientes por el esfuerzo, Richard inclinó al hombre más hacia atrás sólo para asegurarse de que no podría hacerle ningún daño con los talones.
Entonces vio la hoja de un cuchillo alzándose en un puño cubierto de sangre y tiró hacia si del hombre para protegerse. No sabía si sería efectivo, pero era lo único que podía hacer.
De repente, sonó un tremendo y sonoro golpe. El hombre vaciló a la vez que intentaba girar. Otro embate más seco siguió veloz al primero. Con la tercera colisión, cayó una lluvia de sangre.
El hombre soltó el cuchillo al mismo tiempo que se desplomaba hecho un ovillo encima de aquel otro al que Richard estrangulaba.
Richard no estaba seguro de qué había sucedido, pero no pensaba soltar a su adversario para averiguarlo. Sin el segundo hombre peleando contra él, consiguió concentrar todas sus energías en la tarea que tenía entre manos. Los movimientos del hombretón eran ya lentos y débiles, pues lo estaba dejando sin aire y sin riego sanguíneo al cerebro.
Richard chilló rabioso para proporcionar energía a sus doloridos músculos. Al volverse más débiles los forcejeos, Richard cambió rápidamente la posición de los brazos, pasando uno alrededor del cuello del hombre para sujetarlo con una llave. Con toda la fuerza que pudo reunir, le torció la cabeza. Bajo la queda llovizna, cuando alcanzó el punto de resistencia, se echó un poco hacia atrás para acumular más potencia, luego empujó la cabeza del hombre hacia adelante con más energía. Al hacerlo, percibió por fin cómo el cuello se partía. El cuerpo de su adversario quedó flácido al instante.
Impulsado por su furia, Richard siguió estrangulando al hombre a pesar de que este ya no peleaba.
Una mano descendió para tocar con suavidad los protuberantes bíceps de Richard en un gesto tranquilizador.
—Ya se ha terminado. Está muerto. Los dos están muertos. —Era una voz de mujer que no reconoció—. Estáis a salvo —dijo esta—. Podéis soltarlo ya.
Jadeando aún por el esfuerzo y la cólera, Richard pestañeó al alzar la vista y ver varios rostros apelotonados sobre él.
No eran soldados. Por las sencillas ropas que vestían, parecían campesinos. Dos mujeres y dos hombres se inclinaron hacia él, mirándolo con atención. Por detrás de ellos, otro puñado de hombres se agolpó. También ellos parecían campesinos.