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deberíamos comérnoslos ahora, antes de que mueran y se echen a perder —dijo una voz áspera.
Richard percibía única y vagamente el quedo rumor de voces. Puesto que sólo estaba consciente a medias, era incapaz de deducir quién hablaba, y mucho menos qué sentido tenía lo que decían, pero estaba lo bastante despierto para que su tono predatorio lo inquietase.
—Creo que deberíamos canjearlos —indicó un segundo hombre, a la vez que apretaba más el nudo de la cuerda que había pasado alrededor de los tobillos de Richard.
—¿Canjearlos? —preguntó el primero, agitado—. Mira la sangre que hay en las mantas en las que estaban envueltos y por todo el suelo del carro. Probablemente morirían antes de que pudiéramos canjearlos y entonces los habríamos desperdiciado. Además, ¿cómo podríamos llevarlos a ambos? Los caballos de sus soldados y del carro han desaparecido, así como cualquier otra cosa de valor.
El segundo hombre soltó un suspiro de tristeza.
—En ese caso deberíamos comemos al grandullón antes de que aparezca alguien. Podríamos transportar a la mujer, que es más pequeña, y luego canjearla.
—O guardárnosla para comerla más tarde.
—Nos saldría más a cuenta canjearla. ¿Cuándo vamos a volver a tener una oportunidad de conseguir tanto beneficio?
Mientras los dos hombres discutían, Richard intentó alargar la mano al lado para tocar a Kahlan, que yacía pegada a él, pero no pudo. Advirtió que tenía las muñecas atadas con una cuerda, así que le dio un empujón con el codo. Ella no reaccionó.
Richard sabía que tenía que hacer algo, pero también sabía que primero tendría que hacer acopio no sólo de sus facultades físicas, sino también de sus energías, o no tendría ninguna posibilidad. Se sentía peor que débil; se sentía febril debido a un malestar interior que consumía todas sus fuerzas y le dejaba la mente sumida en una entumecida confusión.
Alzó un poco la cabeza y escudriñó la penumbra, intentando ver, intentando orientarse, pero no consiguió distinguir gran cosa. Cuando la cabeza topó con un obstáculo, comprendió que Kahlan y él estaban cubiertos con una lona. Fuera, por debajo del borde inferior, pudo ver un par de imprecisas siluetas oscuras al fondo del carro. Un hombre se acercó más y alzó el extremo de la lona mientras el otro pasaba una cuerda alrededor de los tobillos de Kahlan y la ataba con fuerza, tal y como habían hecho con Richard.
A través de esa abertura Richard pudo ver que era de noche. Había luna llena, pero su luz tenía una tonalidad apagada que le indicó que el cielo estaba encapotado. Una lenta llovizna se deslizaba por el aire inmóvil y más allá de las dos figuras una lóbrega barrera de píceas ascendía hasta perderse de vista.
Kahlan no se movió cuando Richard le clavó el codo en las costillas con algo más de fuerza. Las manos de su esposa, al igual que las suyas, estaban cruzadas sobre el estómago. Su inquietud respecto a qué podría haberle pasado le hizo esforzarse por hacer acopio de todas sus facultades. Podía ver que al menos respiraba, aunque muy levemente.
A medida que iba recuperando la consciencia, Richard reparó en que además de sentirse débil debido a alguna especie de fiebre, tenía cientos de pequeñas heridas que hacían que le doliera todo el cuerpo. Algunas todavía sangraban. Vio que Kahlan estaba cubierta de la misma clase de cortes y pinchazos, y que tenía las ropas empapadas en sangre.
Pero no era la sangre que los cubría a ambos lo único que le preocupaba. El aire húmedo que penetraba por debajo de la lona transportaba un olor sanguinolento aún más potente que procedía de más allá de donde estaban los hombres. No habían estado solos, mucha gente había acudido a ayudarlos. Su nivel de alarma ascendió por encima de su capacidad para recuperar sus energías.
Podía percibir los persistentes efectos de haber sido curado y reconoció el contacto intangible de la mujer que lo había hecho, pero puesto que todavía le dolían los cortes y las magulladuras, supo que si bien la curación se había iniciado, no había ido más allá, y mucho menos se había completado.
Se preguntó por qué.
Por el lado en el que no estaba Kahlan, oyó arrastrar algo por el suelo del carro.
—Fíjate en esto —dijo el hombre de la voz ronca a la vez que lo sacaba.
Richard pudo ver entonces, por primera vez, el tamaño de los fornidos brazos del hombre cuando este los alargó al interior y alzó el objeto que había llevado hacia él.
El otro hombre soltó un silbido quedo.
—¿Cómo pudieron no ver eso? Aunque, bien mirado, ¿cómo es que no vieron a estos dos?
El hombre de mayor tamaño miró a su alrededor.
—A juzgar por todo este revoltijo, deben de haber sido los shun-tuk.
La voz del otro hombre descendió con repentina inquietud.
—¿Los shun-tuk? ¿De verdad lo crees?
—Por lo que sé de su modo de actuar, yo diría que fueron ellos.
—¿Qué estarían haciendo los shun-tuk aquí fuera?
El hombretón se inclinó hacia su compañero.
—Lo mismo que nosotros. Ir a la caza de los que tienen alma.
—¿Tan lejos de su tierra natal? Parece poco probable.
—Ahora que se ha abierto una brecha en el muro que les impedía el paso, ¿qué mejor lugar hay para cazar a las personas con alma? Los shun-tuk irían a cualquier parte, harían cualquier cosa para encontrar a gente así. Igual que nosotros. —Alzó un brazo para señalar a su alrededor con un rápido gesto—. Nosotros vinimos a estos territorios nuevos a cazar, ¿no es cierto? Lo mismo habrán hecho los shun-tuk.
—Pero sus dominios son inmensos. ¿Estás seguro de que se aventurarían al exterior?
—Por muy grande que sea su territorio y por mucho poder que posean, no tienen aquello que más desean. Con el muro roto pueden salir a cazarlo, igual que nosotros, igual que cualquiera.
La mirada del otro hombre se movió rauda de un lado a otro.
—Aun así, sus dominios están a una gran distancia. ¿Realmente crees que podrían ser ellos? ¿Tan lejos de su tierra?
—Yo, personalmente, jamás me he tropezado con los shun-tuk, y espero no hacerlo nunca. —El hombretón deslizó sus gruesos dedos hacia atrás entre sus cabellos greñudos y mojados mientras escudriñaba la oscura línea de árboles—. Pero he oído decir que dan caza a otros mediopersonas simplemente a modo de entrenamiento hasta que encuentran a los que tienen almas.
»Esto recuerda a su modus operandi. Acostumbran a cazar de noche. Con presas al aire libre, atacan con rapidez y contundencia en grandes grupos. Antes de que nadie tenga tiempo de verlos acercarse o de reaccionar, el asalto ya ha finalizado. Por lo general devoran a algunos, pero se llevan a la mayoría para más tarde.
—Entonces ¿qué pasa con estos dos? ¿Por qué los dejarían?
—No los habrán visto. En su prisa por comerse a algunos de los que capturaron y llevar al resto de vuelta con ellos, deben de haber pasado por alto a estos dos que estaban ocultos bajo la lona.
El hombre de menor tamaño jugueteó durante un momento con una astilla en el extremo del lecho del carro mientras escudriñaba con detenimiento el paisaje.
—He oído que los shun-tuk a menudo regresan para comprobar si han aparecido rezagados.
—Oíste bien.
—En ese caso deberíamos irnos de aquí por si acaso vuelven. Una vez dominados por el ansia de sangre, no pondrán reparos en devorarnos.
Richard sintió cómo unos dedos fuertes lo agarraban del tobillo.
—Pensaba que querías comerte a este antes de que muera y su alma pueda abandonarlo.
El otro hombre asió el otro tobillo de Richard.
—Tal vez deberíamos llevarlo a un lugar seguro, donde hubiera menos posibilidades de que los shun-tuk nos encontrasen. Detestaría que me sorprendieran una vez hubiéramos empezado a comer. Podemos conseguir un buen pellizco por la otra. Los hay que pagarían cualquier cosa por alguien con alma. Incluso los shun-tuk negociarían por una persona así.
—Es una idea peligrosa. —Lo meditó brevemente—. Pero tienes razón, los shun-tuk pagarían una fortuna por ella. —La voracidad volvía a estar presente en la voz del hombretón—. Este, sin embargo, es mío.
—Hay suficiente para ambos.
El otro gruñó. Parecía absorto en anhelos personales.
—Pero sólo una alma.
—Pertenece a quien la devore.
—Basta de charlas —refunfuñó el hombretón—. Quiero darle un bocado.
Mientras lo arrastraban fuera del carro, Richard seguía luchando por poner en orden sus ideas para conseguir darle algo de sentido a lo que oía. Recordaba perfectamente advertencias respecto a las Tierras Oscuras, y estaba lo bastante consciente como para comprender que por el momento su vida dependía de evitar que los dos hombres supieran que empezaba a recuperar el conocimiento.
Su torso cayó con fuerza al suelo cuando lo arrastraron a toda prisa fuera del vehículo, y aunque intentó arquear los hombros, las ligaduras de sus manos se lo impidieron. Tampoco pudo alzar los brazos para impedir que la cabeza recibiera un buen golpe al chocar con el pedregoso suelo. El dolor fue espantosamente agudo, seguido por una oscuridad envolvente y tentadora que resultaría fatal si no podía ahuyentarla.
Se concentró en el entorno, buscando una escapatoria. Por lo que consiguió ver bajo la lóbrega luz de la luna, el carro estaba solo y abandonado en aquel paraje selvático. Los caballos habían desaparecido.
Si bien no vio a nadie más por allí, sí que divisó huesos a poca distancia, y no estaban blanqueados por una larga exposición a la intemperie, sino llenos de manchas oscuras de sangre seca y pedazos de carne. Pudo ver muescas allí donde los dientes habían intentado raspar hasta el último pedazo de tejido.
Los huesos eran humanos.
También reconoció jirones de uniformes. Eran de la Primera Fila, su guardia personal. Algunos de ellos parecía que habían perdido la vida defendiendo a Richard y a Kahlan.
El hombre de menor tamaño seguía sujetando el tobillo de Richard, poco dispuesto a soltar su trofeo. El otro estaba de pie a un lado, contemplando el objeto que había arrastrado por el suelo del carro.
Richard se dio cuenta de que era su espada.
El hombre que sujetaba la espada tiró de Kahlan y la sacó a medias de debajo de la lona. Sus rodillas se doblaron y sus pies colgaron inertes por el borde del carro.
Mientras el hombre estaba distraído contemplándola, Richard aprovechó la oportunidad para incorporarse y abalanzarse sobre él, intentando hacerse con su espada. Su oponente la apartó hacia atrás antes de que los dedos de Richard pudieran cerrarse alrededor de la empuñadura. Al estar atado de manos y pies, no tenía suficiente libertad de movimientos para agarrarla a tiempo.
Los dos hombres dieron un paso atrás. No habían pensado que pudiera estar consciente. Richard había perdido el elemento sorpresa sin obtener nada a cambio.
Al verle despierto, los dos hombres decidieron no perder más tiempo. Gruñendo igual que lobos hambrientos, cayeron sobre él, atacando consumidos por el ansia de comida. La situación era tan estrambótica que resultaba difícil de creer.
El más pequeño de los dos abrió la camisa de Richard y este pudo ver un brillo vidrioso de ferocidad salvaje en los ojos de su atacante. El de mayor tamaño, mostrando los dientes con furia, fue directo a morder el cuello de su prisionero, pero este alzó el brazo de modo automático y desvió la arremetida en el último momento; sin embargo el ataque recayó en su hombro.
Richard lanzó un alarido de dolor al sentir cómo se hundían los dientes en la parte superior de su brazo y supo que tenía que hacer algo, y rápido.
Sólo pudo pensar en una cosa: su don. Buscó en lo más profundo de su ser para hacer aflorar energías letales, invocando con urgencia el poder que era parte de su naturaleza.
No sucedió nada.
Con la ira y desesperación que sentía, unidas a su temor por Kahlan, se daban todas las condiciones esenciales para que su don se activara, y en el pasado había respondido a una necesidad tan crítica. El poder debería haber acudido como una exhalación.
Era como si no existiera tal don.
Incapaz de hacerlo aparecer, con las muñecas y los tobillos atados, carecía de un modo efectivo con el que repeler a los dos hombres.