Muchos esquizofrénicos pasan la mayor parte de su tiempo, no en la tierra o el cielo, ni siquiera en el infierno, sino en un mundo gris y sombrío de fantasmas e irrealidades. Lo cierto de estos psicóticos lo es también, en menor medida, de ciertos neuróticos afligidos por una forma más suave de enfermedad mental. Recientemente, se ha podido inducir a este estado de existencia fantasmal mediante la administración de una pequeña cantidad de uno de los derivados de la adrenalina. Para los vivos, las puertas del cielo, el infierno o el limbo se abren, no con «macizas llaves de metales hechas», sino por la presencia en la sangre de una serie de compuestos químicos y por ausencia de otra serie. El mundo de las sombras habitado por algunos esquizofrénicos y neuróticos se parece mucho al mundo de los muertos, tal como ha sido descrito en algunas de las primeras tradiciones religiosas. Como los fantasmas en Sheol y en el Hades de Homero, estas personas mentalmente perturbadas han perdido el contacto con la materia, el lenguaje y sus semejantes. No tienen agarradero alguno en la vida y están condenadas a la inacción, la soledad y el silencio, interrumpido únicamente por los ininteligibles chillidos y farfullos de los fantasmas.
La historia de las ideas escatológicas señala un progreso auténtico, un progreso que puede ser descrito en términos teológicos como el paso del Hades al Cielo, en términos químicos como la substitución de la adrenolutina por la mescalina y el ácido lisérgico, y en términos psicológicos como el avance desde la catatonía y las sensaciones de irrealidad a una impresión de realzada realidad en la visión y, finalmente, en la experiencia mística.