Cristian consiguió calmar durante algún tiempo muchas de mis peores costumbres; esas que había adquirido tras conocer mi enfermedad y caer en una depresión.
Lo que no pudo contener fue mi actitud autodestructiva, y mi consumo de alcohol fue creciendo durante los casi tres años que permanecimos juntos, y por mucho tiempo después.
No estaba preparado para enamorarme tan pronto tras el diagnostico. Aun hoy sigo sin estar preparado para ello. Antes debí haber afrontado el problema y aceptado mi enfermedad, lo que nunca acerté a hacer. Sólo supe lamentarme y preguntarme ¿Por qué yo? No me merecía aquello… Yo no había hecho nada malo para «ganarme» esa horrible enfermedad.
Conté a Cristian mi problema apenas una semana después de haberle conocido. El consejo de muchos de los especialistas que había visitado era esperar siempre a que la relación madurara un poco antes de explicarlo. Así, habiendo ya sentimientos de por medio, el rechazo por la desinformación se hacía menos probable.
Pero yo no podía esperar. Por un lado creía en el derecho de Cristian a decidir; y por otro lado, más egoístamente, se haría mucho más doloroso el rechazo si, tras despertar sentimientos en mí, decidía abandonarme.
Lloró por mí mientras oía la historia. Y posiblemente también por él, sabiendo que aquello representaría un problema para ambos. Pero no huyó, al contrario.
Me besó dulcemente, y afirmó que, aun y conociéndonos de sólo unos días, sentía por mí algo muy especial, algo que no deseaba frenar por nada del mundo.
Su actitud me hizo feliz, y a la vez me hundió. Él merecía demasiado la pena para que alguien como yo estropease su vida. Así que la mañana siguiente a la confesión le llamé para romper la relación. Pero no atendió mis insistentes llamadas. Estaba claro: no había hecho falta que yo se lo pidiera.
Comprensiblemente él mismo había entendido que lo nuestro no podía ser…
Cristian no tardó en ponerse en contacto conmigo. Antes de que pudiese decir nada, quise dejarle claro que entendía que mi situación ponía las cosas difíciles, y que creía que lo mejor era no ir más allá.
Con su respuesta lo cambio todo. Tal vez fuese la única que podía servirme y convencerme, y fue justo la que pronunció:
—Necesitaba que me informaran de todo, y por eso he pasado la mañana en un centro de salud sexual. Si ya lo tenía claro ahora aun más. No va a pasar nada, sólo tenemos que hacer las cosas bien.
Era la primera vez que me enfrentaba a esa situación tras el diagnóstico; y lo que había imaginado como imposible estaba sucediendo: me aceptaba. Al revés que yo, él sí era capaz de ver más allá de un chico infectado de VIH…
—Tu mereces la pena tanto como yo y lo sabes. Si quieres dejarlo que sea por otro motivo, porque esa no es razón para no estar juntos. Me gustas mucho, pienso en ti todo el día y quiero tener una relación contigo.
Estaba mal, pero no lo suficiente como para dejar marchar a un chico como él.
Esta es la parte bonita del asunto. Pero una vez dentro de la relación todo se complica. Y es que uno de los dos nunca logró evitar el rechazo que sentía por la enfermedad. Y curiosamente no fue Cristian, sino yo mismo.