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Cambiar para siempre

Nada de lo que estaba pasando era real. Tenía la sensación de estar viviendo una pesadilla de la que pronto me despertaría, pero no fue así. Durante mucho tiempo tras ese día, la pesadilla comenzaba al despertarme

Ni siquiera me salían las lágrimas. Marché de la consulta del doctor y fui con decisión hacia el coche. Debía ver a Álex y explicárselo. Recuerdo que de camino a su trabajo sonaba de uno de mis CDS una canción que se titula «Sin medida»; tal era mi desconcierto ante lo que estaba ocurriendo que la repuse durante todo el camino, cantándola inconscientemente, con la voz rota y las lágrimas a punto de salir.

Sin medida,

se pasó toda la vida sin medida,

ocultando sus heridas con mentiras

apostando y perdiendo todo

por un corazón que le traicionó

su belleza como el humo se esfumó

y envejeció solo y sin medida.

Llamé a Álex cuando estuve en la puerta de la empresa donde trabajaba, y le pedí que bajase a verme urgentemente, pues tenía algo importante que decirle. Le esperé mirando fijamente el papel que tenía en las manos, sin poder asimilar lo que leía.

Desde el interior de mi coche aparcado, le vi llegar. Y en ese momento al ver su cara de preocupación me derrumbé.

—¿Qué te ha pasado nene?

No conseguí articular palabra. Únicamente le extendí el papel que tenía en las manos, y observé su gesto sin dejar de llorar.

—¿Te lo he pegado yo? —Preguntó.

Álex ya conocía la respuesta. Indudablemente había sido él. Lo sabía, pues había visto como me enfermaba tras seis meses de iniciar la relación. Y, por si albergaba alguna duda, le recordé las analíticas que supuestamente los dos nos habíamos realizado antes de dejar de usar protección al tener sexo.

Yo le había enseñado las mías, pero no llegué a ver las suyas; porque no existían, o porque prefirió mentirme por miedo a que le abandonase… Había confiado en su palabra de que todo estaba correcto, y arruinó mi vida.

—¿Y qué hay que hacer ahora?

No lo sé… —Le contesté con las manos en la cabeza y llorando sin consuelo.

Se sentó a mi lado en el coche, y permanecimos inmóviles y en silencio varios minutos, sobrepasados por la situación.

En mi mente aun retumbaban las palabras de aquella desconocida doctora que me había dado la fatal noticia:

Bueno, aquí veo que eres VIH positivo. Así que lo que me explicas que te ocurre es normal

Perdón, ¿qué ha dicho?

Debía estar equivocándose. Sólo hacía unos tres meses desde mi última analítica, y siempre me había protegido al máximo en ese aspecto. Llevaba meses con pareja estable, y los dos nos habíamos realizado las pruebas antes de dejar de usar los preservativos.

Ah, ¿no lo sabías? Pensé que tu doctor ya te lo habría dicho… Lo siento

No, no lo sabía… —Creí perder la conciencia, y sólo acerté a decir—. Mi madre… se va a morir cuando lo sepa… ¿cómo le cuento esto?

Ella no podía darme la respuesta. Su trabajo no incluía ayudarme a afrontar aquello frente a los míos.

Me habló durante algunos minutos de la enfermedad, pero no puse atención a lo que me decía. En lugar de eso la interrumpí, y me marché mirando aquella copia de las analíticas donde estaba escrito que mi vida, con 25 años, había cambiado para siempre.