—Eres guapo, pero un pedazo de cabrón…
Y lo peor es que no me dolía reconocerlo. Es más, me sentía orgulloso de haber alcanzado ese grado de frialdad al relacionarme con los hombres.
Aquel chico no estuvo dispuesto a aceptar mi sonrisa, a darme la «victoria», y siguió con su crítica; aunque más bien, ahora lo se, era un consejo y una acertada advertencia:
—Cuando el físico no te acompañe, ¿crees que alguno de esos van a hacerte caso? —Se refería al resto de clientes del club gay que principalmente buscaban sexo—. Tú sigue tratando así a los que merecemos la pena… Ahora tienes a todo el que quieras, pero no le importas a ninguno… Algún día te verás solo, y te arrepentirás de haber despreciado a los hemos intentado conocerte y ayudarte.
Recordaba haber tenido con él alguna conversación por una red social, pero no haber reclamado nunca su ayuda. Debía ser tan evidente que la necesitaba…
Le hubiese abrazado, pidiéndole que por favor me entendiera, y me devolviese a aquel Mario tímido e inocente que había sido… Pero no tenía derecho a cargar a un reciente ligue con todo ese peso.
Ni Cristian ni Aitor, las relaciones que tuve tras mi transformación, pudieron soportarlo; y un casi desconocido, por muy interesado que estuviese en mí, llegaría pronto al límite en ese intento.
Temía su rechazo, así que dejé que el Mario a quien no le importaba ya nadie resolviera el asunto, e hiciese marchar a aquel chico, cuya cara de decepción se quedó grabada en mí durante mucho tiempo.
—¿Y a ti quién te ha dicho que necesito tu ayuda? Has quedado conmigo porque estoy bueno y quieres follar, como todos. Y yo también busco sólo eso, así que si no estas interesado… ya puedes irte, que aquí no me faltan voluntarios.
El verdadero Mario se rompió por dentro mientras mi cita se marchaba sin despedirse, y con inconfundible gesto de lástima. Lástima por mí, obviamente.
Sonreí artificialmente, la única manera que sabía hacerlo ya. Pedí otra cerveza, y busqué a un nuevo acompañante con quien pasar el rato.