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El chico de la discoteca

Hacía un par de meses que había vuelto a casa tras mi segunda estancia en Huesca. Una vez aquí todo volvió a estar en orden, y así lo sentía. Recuperé el trabajo en el almacén donde había estado años atrás; e incluso me planteé continuar con lo del cine, y rodar algún otro cortometraje.

Recuerdo que pasé varios meses sin esa insistente necesidad de encontrar a un chico con quien compartir mis días. Simplemente no lo necesitaba. Estaba feliz y con buenos proyectos, y el terreno sentimental durante ese tiempo, y de forma excepcional, quedó en un segundo plano.

Con la vuelta a mis proyectos de cine, volví a contactar con Esteban, un chico de una productora con quien había rodado mis anteriores cortos. Aunque nunca habíamos hablado del tema, yo sabía que también era gay; y tras mi salida del armario y su duradero noviazgo con un chico, finalmente surgió la conversación.

Quedamos en salir juntos por el ambiente algún fin de semana, y allí me presentaría a su novio.

Lo cierto es que con 25 años aun no había visitado más que un par de veces los locales de ambiente. Por un lado mis amistades de siempre no pisaban esos lugares, y por otro lado a mí tampoco me despertaban un especial interés.

El caso es que, después de tantos meses fuera de mi ciudad, había perdido casi por completo el contacto con este grupo de amigos, con lo que poder salir con Esteban me pareció buena idea.

Nos citamos a medianoche en un bar musical en la zona gay de Barcelona. Allí estuvimos los tres (Esteban, su novio y yo) un par de horas hasta que decidimos ir a la discoteca de ambiente más conocida de la ciudad.

En una de las veces que fui al servicio me fijé en un chico que se encontraba taponando la entrada junto a su grupo de amigos. No me llamó la atención por su físico, sino porque era especialmente escandaloso y molesto.

Una casualidad que al cierre del local, cuando encendieron las luces y silenciaron la música, ese mismo chico se acercó a Esteban y, con un evidente «colocón», le saludó efusivamente.

Al parecer habían sido muy amigos años atrás; incluso contaron que fue ese chico quien le introdujo y le presentó algunos sitios de ambiente.

Mi amigo no le dio demasiado pie a la conversación, principalmente porque se encontraba junto a su novio, y no quería que aquel amigo del pasado contase nada que pudiese comprometerle.

Pero no se marchó, y algo molesto por el poco interés de Esteban le agarró del brazo y le soltó:

Si en verdad no me interesa hablar contigo. El que me interesa es tu amigo.

Ninguno hizo demasiado caso, aunque tengo que reconocer que me hizo gracia el comentario. Se situó a mi lado y comenzó a «comerme la oreja» como se suele decir. Poco a poco fue despertando mi interés. Era gracioso, y no estaba nada mal físicamente.

Evité darle pie a nada, pero él continuó pegado a mí durante el tiempo de espera en el guardarropa. Me invitó a ir a su casa y ver alguna película, sin que tuviese que pasar nada, aclaró. Riendo me negué, sin embargo no me pareció mal plan. Esteban y su novio se irían a casa y yo debía coger el tren solo, así que pasar la noche acompañado y coger el tren por la mañana se me antojó una buena opción.

El problema era que el chico andaba muy bebido, y a mi parecer también drogado, y eso me echaba bastante para atrás.

Pasado un rato, y viendo que no conseguía hacerse conmigo, se giró y comenzó a hablar con otro chico que tenía a su espalda.

Es estúpido pero me hizo sentir celoso, así que le toqué el hombro y cuando me miró le pregunté:

—¿Qué película has dicho que vamos a ver?

Se rio, olvidó al chico de su espalda y me rodeo con el brazo.

La que tu quieras mi amor. —Soltó una escandalosa carcajada.

A todo esto ¿cómo te llamas? —le pregunté también riendo.

Ah ¿que no nos hemos presentado? Me llamo Álex.