Cuando miro atrás queriendo encontrar el momento en que mi camino empezó a torcerse, y mi moral y amor propio a agrietarse, recuerdo aquel error que cometí.
No creo en el castigo divino, pero desde luego el venderme por dinero tuvo consecuencias negativas, como llenarme de arrepentimiento y avergonzarme de mí mismo.
Ocurrió mientras me encontraba viviendo por segundo año en Huesca, donde me marché a estudiar la carrera, queriendo tener más intimidad e independencia de cara a mi familia.
Hacía ya unos meses que Ricardo me había dejado, pero seguía bastante colgado por él. Aunque algunos ligues pasaron por mi vida en ese tiempo, aun pesaba la inseguridad, y permanecía grabado el pensamiento de que nunca nadie me querría a su lado.
Me había marchado con apenas el dinero justo para pasar el primer mes, pues estaba convencido de poder regresar al trabajo que había dejado antes del verano. Pero no fue así, y enseguida me encontré desesperado, sin manera de pagar el siguiente mes de alquiler ni de continuar independizado de mi familia.
Aclaro que siempre pude volver al hogar familiar sin ningún tipo de problema, con lo cual no hay justificación en ese sentido para hacer lo que hice. Lo hice porque fue lo más fácil; siempre pensando que sería la última vez, pero llegaron a ser bastante las veces y el dinero que saqué de ello, hasta que conseguí un empleo que me permitió dejarlo.
No me sentí jamás como una especie de chapero, además no pienso que aquello pueda llamarse así. Fue sexo por dinero, pero hubo algo más que eso. No trato de suavizar ni justificar nada, pero hay que conocer la historia para juzgar. Y según mi juicio, aquello estuvo mal por haberme aprovechado de alguien que estaba locamente enamorado de mí, pero no por el hecho de «vender» aquellos encuentros.
Me encontré a David dirigiéndose hacia mí en la calle. Le vi desde lejos, y pensé que no se atrevería a hablarme después de haberle amenazado meses antes con partirle la cara si volvía a molestarme.
Aquello ocurrió en mi primer año en esa ciudad. Yo trabajaba en un restaurante de comida rápida y David era un cliente habitual que se enamoró de mí a primera vista, y comenzó un tremendo acoso que incluso llegó a asustarme. Desde la amenaza no había vuelto a saber de él, hasta que aquel día se acercó a conversar como si nada hubiese ocurrido.
El chico era bastante atractivo, aunque muy amanerado, algo que nunca me ha atraído. Charlamos un rato de mi vuelta a la ciudad y de otros temas, hasta que surgió la conversación que llevó al asunto en cuestión.
Yo le conté mi situación económica, y que no tardaría mucho en marcharme de vuelta a casa si no encontraba pronto un trabajo. Fue entonces cuando me lo ofreció.
Por pudor no voy a dar detalles de nuestro acuerdo. Esa «relación» duró poco más de un mes, como ya he dicho hasta que encontré un empleo a media jornada en un supermercado, y ya no lo necesité.
Seguí quedando con David algunos días, ya sin ningún tipo de recompensa económica, pero su enamoramiento era cada vez más evidente, y más grandes mis remordimientos. Así que decidí no volver a hablar con él.
Durante semanas llenó mi teléfono de llamadas y mensajes que nunca contesté. Muchos de ellos eran merecidos insultos, pero en la mayoría me pedía una última cita a cambio de una gran cantidad de dinero, que día a día fue subiendo ante mi silencio.
Por supuesto estuve tentado de aceptar, pero no sólo no lo hice, sino que me marché de vuelta a casa lleno de culpabilidad por haberle utilizado.