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¡No dejaré que te vayas!

Tienes que venir, he atropellado a Álex

Llamé a mi hermano de camino a casa, y para cuando llegué todo estaba algo más claro, pero aun así le necesitaba conmigo.

Álex me volvió a llamar mientras conducía, aclarándome que se encontraba bien, aunque me repetía que si no regresaba para recogerle se quitaría la vida. No hice caso de sus amenazas, y fui a encontrarme con mi hermano. Él sabría qué hacer, siempre sabe ayudarme cuando las situaciones me superan, que suele ser bastante a menudo.

Hacía algo más de dos meses que había dejado a Álex. Realmente nunca me sentí enamorado de él, aunque su obsesión me «obligó» a permanecer a su lado durante más tiempo del deseado. Por otra parte, a pesar de no amarle, me sentía querido estando con él, y siendo consciente de su absoluto enamoramiento, se me hacía imposible romper la relación. Por un lado era lástima y por otro comodidad.

Esa noche había coincidido con Álex en la entrada de un «antro» gay del que él mismo me había hablado hacía tiempo. Es un lugar donde la gente principalmente acude a tener sexo, pues tiene una especie de laberinto para practicar eso llamado «cruissing». El local también cuenta con una sala de estar, donde tomar unas cervezas y fumar, y una sala de ordenadores que se utilizan básicamente para chatear.

Aunque más tarde cambió mi percepción, en esos primeros meses mi intención allí no fue tener sexo rápido con algún desconocido, sino pasar el rato bebiendo cervezas y charlando con aquellos que buscaban lo mismo que yo, y que se prestaban a mantener una conversación.

Así aquella noche conocí a alguien, con quien hubo buena conexión y algunos morreos. Enseguida decidimos salir para ir a cenar juntos. Y en ese momento nos topamos de frente con Álex.

Con sus preguntas y su actitud violenta consiguió que en menos de cinco minutos mi acompañante se marchase sin tan siquiera despedirse.

Con tono amenazante me repitió, como era costumbre, que pasase la noche con él, que siguiese a su lado… Mi respuesta fue permanecer en silencio y caminar hasta el coche para marcharme.

Él insistía una y otra vez que no iba a dejarme ir para buscar a mi ligue, aunque yo le prometía que no me iría con nadie, que sólo quería volver a casa.

Pero no desistió.

Intentó acceder a mi coche a la vez que yo, pero conseguí dejarle fuera. Despacio arranqué y me situé en la carretera, donde un semáforo en rojo me impidió iniciar la marcha. Álex se subió al capó, y pegando la cara a la luna, gritó que no permitiría que me fuera sin hablar antes.

La rabia y la impotencia me cegaron, y rompí a llorar y a gritarle que me dejase tranquilo, que ya me había hecho bastante daño. En el instante en que bajó del capó queriendo acceder al interior, arranqué el vehículo sin dudarlo, golpeándolo con el lateral, y huí.

Llegué a casa sin poder parar de llorar, y lleno de angustia. El susto de mi madre al verme, la cual aun no conocía la historia, fue enorme. Pronto llegó mi hermano y todo se relajó.

Pero Álex no tardó en aparecer por casa.

A pesar de la insistencia por verme, fueron mi madre y mi hermano quienes a gritos le pidieron que me dejase por fin vivir en paz. Después de algunas amenazas de llamar a la policía, se marchó.

Mi hermano me propuso viajar al día siguiente con él, a un pueblo cercano a Tarragona donde vivía por entonces, a unos ochenta kilómetros de allí.

Por supuesto acepté, y no sólo a pasar una pequeña temporada, sino a buscarme un lugar para mí solo, y comenzar de nuevo.