Su rechazo fue secundario. No fue eso lo que me llevó de nuevo al club gay al que desde hacía unos meses evitaba ir. Volví porque lo deseaba, lo necesitaba.
Aquel lugar llenaba mi ego, y me transformaba en otra persona. Más seguro de mí mismo, un «chulazo» que sólo aparecía en lugares de ese tipo, donde con una cerveza en la mano y varios tíos mirándome y queriendo tener sexo, me sentía capaz de todo.
Claro que me molestaba que mi cita se hubiese marchado tras la cena. No era la primera vez que me ocurría en los últimos meses, y eso lo hacía más preocupante. Quizás con los otros me había excedido demasiado bebiendo durante la noche, lo cual cambia mucho mi personalidad, y por eso pasaron de largo.
Pero con él ya había tenido varios encuentros y todo parecía ir bien. Eso me dejaba una única explicación. La más dolorosa.
La conversación esa noche había tomado un tono algo serio, y cuando el otro descubre partes de ti que desconocía, y tras ello decide que no desea seguir conociéndote… todo está bastante claro.
Es doloroso, pero no iba a dejar que de nuevo un hombre me hiciese sentir como basura. Por lo menos no esa noche, cuando sólo deseaba pisar todos aquellos clubes, y llenar mi cabeza de halagos y alcohol.