3
El romance (casi) perfecto

Él fue mi tercera relación estable, y a quien a día de hoy considero el único hombre con quien me he sentido cómodo; con quien, aunque sólo fuesen pequeños instantes, me sentí amado y llegué a pensar que podría funcionar.

Pero por entonces, con 27 años, yo ya me encontraba, como en ese juego de barcos, tocado y a punto de hundirme.

Fue en una fiesta, a la que me invitó otro ex novio, Álex (mi segunda relación estable) donde conocí a Cristian. Álex nos había invitado a ambos esa misma mañana y había hecho de Celestino, prometiéndonos tanto a Cristian como a mí que si íbamos nos presentaría al hombre que buscábamos, pues nos creía totalmente afines. A mí Álex me conocía bastante bien, pero de Cristian sólo sabía que era empresario, buen chico y con cochazo. Se habían enrollado unos días antes, y como a Álex había dejado de interesarle, pensó que conmigo congeniaría más.

Realmente no tuve intención de acudir a la fiesta hasta el último momento. Estaba en un local gay de Barcelona que desde hacía unos meses frecuentaba bastante, cuando pensé que estaba cansado de repetir siempre lo mismo, y me decidí a ir.

Cuando llegué ya había bebido bastante, así que no me limitó la timidez para integrarme enseguida en aquel grupo de desconocidos que acompañaban a Álex. Ligué con varios de los chicos que habían, pero apenas tuve unos besos con alguno de ellos.

Bastante entrada la noche, apareció Cristian. No era un chulazo de esos que llaman demasiado la atención, pero era guapo, y me atrajo desde el primer momento su seriedad y timidez. Con un poco de «tonteo» y un poco de ayuda de los demás, que se empeñaron en liarnos, ese día empezó nuestro romance.

Recuerdo un momento de la noche en que Álex, mirando como nos besábamos Cristian y yo, comenzó a llorar. Le aparté para preguntarle qué le ocurría y me contestó:

—Que lo siento. Siento lo que te he hecho.

Preferí dejar ahí la conversación.

Los primeros meses con Cristian fueron perfectos. Fueron esos los momentos a los que me refiero, en los que me sentí realmente amado, por primera vez. Compartía con él todo el tiempo que podíamos, mostrábamos sin vergüenza nuestros sentimientos, y nos decíamos «te quiero» sinceramente.

Pero como ya he dicho, yo había iniciado mi descenso personal. Una especie de transformación, posiblemente justificada, pero que pude haber frenado salvando mi relación y, por desgracia, no lo hice.

Y es que la mía con Cristian fue una relación de tres.