CONSIDERACIONES FINALES

Parece claro que la dimensión sexual en sí misma, con las diferentes posibles maneras que los seres humanos tenemos para canalizarla, se sitúa en el centro del huracán de los convencionalismos religiosos, morales y sociales que más perjudican nuestra salud mental. La represión de la sexualidad —hasta la más ortodoxa orientada a la procreación—, a lo largo de la historia de la humanidad, en según qué culturas, como la judeocristiana, resulta más que evidente. Represión que todavía está ahí sin llegar a diluirse del todo. Analizada por Freud y los psicoanalistas ortodoxos y heterodoxos hasta la saciedad, no ha servido suficientemente para hacer desaparecer las actitudes homófobas de los más reprimidos. Los intereses económicos y de poder continúan teniendo un buen peso específico; y quizá lo más curioso de todo el análisis llevado a cabo por los estudiosos del psicoanálisis, posteriormente refrendado por el trabajo antropológico de campo que Kinsey y sus colaboradores publicaron en los Estados Unidos hace casi cincuenta años, con unas conclusiones sobre la conducta sexual humana que siguen en vigor a fecha de hoy, es que el impulso sexual de las personas se encuadra en una escala de preferencias que oscila, del 0 al 6, desde la conducta absolutamente heterosexual a la completamente homosexual, y que en esa banda nos situamos tod@s. Por tanto, si queremos preservar y mejorar nuestra salud mental, deberemos rechazar cuantas imposiciones represoras vengan del fundamentalismo católico o de cualquier otra institución de poder, con las que nos quieran coartar nuestra libertad de realización afectiva y sexual.

No he querido convertir este libro de autoayuda en un «devocionario de recetas milagrosas» que, por medio de una observancia total o cumplimiento a rajatabla de los consejos pautados, vaya a solucionar los problemas de soledad, angustia, depresión, baja autoestima o poca asertividad, como si se tratase con una varita mágica que, con un «par de toques», resolviese para siempre los problemas que nos preocupan.

Por ello, he preferido que, a través de una muestra representativa y significativa de personas encuadradas dentro de estos colectivos GLTB, nos hayan contado sus experiencias personales, vivencias y puntos de vista para que, por medio de ellas, podamos reflexionar sobre nuestra propia existencia. El que dos vidas nunca son iguales por mucho que se parezcan es más que evidente. Los enfoques que les demos no tienen por qué resultar concordantes para todos. No todos los gays, lesbianas, transexuales y bisexuales vamos a tener como marchamo un idéntico estilo de realización personal. La orientación afectiva sexual no tiene necesariamente por qué marcar una manera de vivir única; pero el caldo de cultivo social en el que estamos inmersos sí que es el mismo para todos. Y por eso, las experiencias de otras personas distintas pero afines en aspectos importantes, como son la salida del armario, o una carencia de modelos conductuales, pueden servirnos a la hora de canalizar aspectos personales de mejor manera que si no contásemos con referentes valiosos.

La mediana visibilidad de las mujeres lesbianas todavía es una asignatura pendiente para la convocatoria de septiembre. Los referentes de mujeres lesbianas desarmarizadas aún se nos presenta más bien escaso. La serie de televisión norteamericana L (The L Word), una rompedora serie que trata abiertamente las relaciones sentimentales entre mujeres que emite el canal Plus, puede ayudar a la consecución de una mayor normalización en la visibilidad de este colectivo. Las ventajas que encuentran algunas lesbianas en seguir manteniéndose invisibles, incluso ante su propias familias, pueden pasarles una cara factura a medio plazo.

Sinceramente creo que, dentro de las historias personales de todos los protagonistas de Tal como somos, así como en las dinámicas de grupo llevadas a cabo, encontramos las claves precisas para saber manejarnos en medio de unos entornos familiares, sociales y laborales de una manera más asertiva. Cuando constatamos que hay personas que han vivido situaciones parecidas a las nuestras y que, con sus aciertos y también con sus fallos, han sabido encontrar la salida adecuada para poder vivir serenamente en un medio, si no hostil, cuando menos, no fácil, comprendemos que nosotros también podemos saber situarnos inteligentemente en esta sociedad y, además, ayudar a eliminar actitudes homófobas que, no me cabe la menor duda, con el paso de los años, irán diluyéndose hasta que acaben por desaparecer.

Habrá gays o lesbianas cuyo ideal será el encontrar una pareja, planificar una vida en común e, incluso, tener hijos; para otras personas, en cambio, todo lo contrario. Vivir en pareja no resulta mejor, ni menos bueno que decidir vivir solo; dependerá de cómo cada cual prefiera orientar su vida. Con respecto a los que añoran vivir una vida en pareja, les referiré lo que, en unos sutras del Dharma de Buda, podemos leer: «Si encontráis a un compañero prudente con quien compartir la vida, de buena conducta y sabiduría, podréis regocijaros, a condición de que sepáis superar todos los peligros…» «Si no encontráis a un compañero con quien compartir la vida, que se comporte rectamente y sea sabio, deberéis, como un rey abandona un reino conquistado, vivir solos, como vive un elefante en el bosque de los elefantes…» «Es mejor vivir solo, no es posible el compañerismo con un loco. Si estamos solos no perjudicamos a nadie y nos libramos de preocupaciones, como un elefante en el bosque de los elefantes»[25]

Con estos pensamientos de Buda, no es mi intención, en absoluto, cuestionar la validez de la vida en pareja. Todo lo contrario. Lo que deseo expresar es la importancia de saber elegir, con sentido común, qué nos va a resultar más gratificante a la hora de canalizar mejor nuestra propia existencia.

Evidentemente, la vida de las personas es mucho más complicada de lo que pueda parecer, y por ende la de los gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, al igual que la de las familias de todos ellos, incuestionablemente más aún. Pero la realidad social está ahí, es como es, y no nos vale darle la espalda; con ello, empeoraremos más las cosas y seremos menos felices. Si plantamos cara y hacemos frente a las situaciones adversas, al final conseguiremos el triunfo; es decir, vencer las dificultades y seguir planteándonos retos nuevos.

Los seres humanos —los que nos situamos dentro de estos colectivos GLTB también somos igualmente personas de primera clase— deseamos fervientemente ser felices, pero el camino a la felicidad no acaba nunca de andarse; y por nuestro bien, es mucho mejor que sea así. Si nos quedamos parados y nos ubicamos en un determinado peldaño de nuestra escalera evolutiva de progreso sin seguir ascendiendo a estadios/peldaños superiores, por muy alto que nos parezca hoy que nos encontramos, mañana no lo será tanto y pasado mañana resultará insuficiente. Siempre necesitamos buscar y explorar otras dimensiones personales y antropológicas —los heterosexuales también— y ésa es, precisamente, la alegría de vivir con el orgullo verdadero de sentirse persona gay, lesbiana, bisexual o transexual. La orientación afectiva sexual o de género es lo que menos nos debe importar, sea cual sea nuestra mejora continua.

Los colectivos de gays y lesbianas en nuestro país han cambiado sustancialmente en estos últimos diez años. La consecución de unos derechos conjuntamente con el ejercicio de unas libertades constitucionales ha posibilitado mejorar y reforzar la autoestima y el orgullo de sentirse homosexual. Y sucede que, en la medida que se pierde el miedo o el temor a visibilizarse, la autoestima y la asertividad se refuerzan considerablemente.

Un aspecto muy importante a la hora de fortalecer nuestra autoestima es el nivel de optimismo con que enfoquemos nuestra propia existencia. Los problemas personales no se resuelven de igual modo cuando partimos de actitudes derrotistas en las que, a veces, nos culpamos hasta a nosotros mismos de ser como somos —en vez de autoestima, reforzamos el autoodio—, como si hubiésemos tenido arte o parte de pertenecer a una gran minoría —aproximadamente, un diez por ciento del total de los humanos. Todo ello cuenta con un valor añadido interesantísimo y muy importante: el tener que vivir y realizarse uno mismo a contracorriente, lo que nos lleva a desarrollar unas estrategias y mecanismos de defensa que nos convierten en verdaderos atletas de alta competición, y eso se traduce, si somos hábiles, en una madurez profunda, que nos permite ser mucho más seguros de nuestras propias convicciones que la generalidad de la sociedad heterosexual.

La vida de las personas gays, lesbianas o transexuales va a contracorriente. Una parte de la sociedad no quiere de buen agrado favorecer sus legítimos derechos. Así pues, es preciso desarrollar mecanismos de defensa especiales con los que poder defenderse, manejarse y desenvolverse en este mundo.

Cuando un gay o una lesbiana, plenamente aceptado, con una buena autoestima, logra sentirse cómodo/a y bien en su piel, no me cabe la menor duda de que ha alcanzado una inteligencia emocional superior a la media de los heterosexuales de a pie, por una razón muy simple: éstos no se han visto obligados a adaptarse y sobrevivir en un medio hostil.

Pero es evidente que, en ocasiones, precisamos de ayuda para afrontar con serenidad una vida que puede no resultar demasiado fácil. En este punto, la labor de las asociaciones y grupos de GLTB es encomiable. En ellos, se puede encontrar información y ayuda experta a inquietudes, ya sean personales, afectivas, de soledad, o temas de salud referidos al VIH. Están ubicados a lo largo y ancho de toda la geografía española, con lo cual no resultará difícil ponerse en contacto con alguna asociación o grupo cercano.

Confieso que he escrito este libro pensando en todas las personas GLTB, pero con un especial afecto hacia aquellos hombres y mujeres más jóvenes que, si bien son los que todavía tienen menos «heridas sociales», también cuentan con poca historia de vida y, por tanto, con más necesidad de ayuda. Por un lado, se benefician de la ventaja de vivir en una sociedad bastante más tolerante que la de un cuarto de siglo atrás; eso es una suerte valiosa, pero por otro lado, la mayor tolerancia social no va unida al fomento de unos valores éticos que les ayuden a situarse adecuadamente en el aquí y ahora. En el 2007, cuesta creer que, con toda la información acerca de las enfermedades de transmisión sexual existente, todavía sigan dándose casos de jóvenes gays infectados por el virus del VIH, que si bien hoy día en los países industrializados ya no es un pasaporte a la muerte, sí que sigue siendo un condicionamiento serio de por vida.

Otros colectivos, como los de hombres y mujeres transexuales, desempeñan en el aquí y ahora la ardua tarea de conseguir una ley de identidad de género que los ayude a eliminar, de una vez por todas, las dificultades legales y médicas por las que actualmente atraviesan. Los he traído aquí para abordar, con rigor y honestidad, las vidas de personas que la sociedad conoce mal, como es el caso de las mujeres trans, o literalmente desconoce por completo: los hombres trans.

La sociedad evoluciona y surgen modos diferentes de vida que vienen a enriquecer los modelos tradicionales; las familias homoparentales es un ejemplo claro de ello. Sus hijos tienen que contar con el apoyo normalizado de toda nuestra sociedad, que debe de entender que su existencia enriquece la pluralidad de maneras dignas de vivir.

No quiero pasar por alto el haz y el envés de Chueca, El Carmen o el Eixample: me atrevería a decir que, de estos barrios de libertad sexual plural, se pueden hacer lecturas diferentes; todo depende del punto de mira donde un@ se sitúe. Soy consciente de que, para bastantes gays y lesbianas, estos barrios no son unos referentes «sanos», pues analizan, tan solo, el aspecto más frívolo de los mismos, y puede que no se sientan identificados con algunas personas que acuden a según qué bares de encuentro con cuartos oscuros, o con las musculocas frívolas que se pasean por sus calles. Con todo el respeto a los que piensan así, tenemos que reconocer, haciendo una lectura más objetiva y profunda, que, sin ir más lejos, Chueca nos muestra otras realidades valiosas. A modo de ejemplo: seis librerías, dos de ellas especializadas en temática gay/lésbica/ transexual, cafés, restaurantes, tiendas y un alto nivel de seguridad ciudadana, que le otorgan un valor especial puesto que no se trata de un barrio marginal. Pero de lo que no cabe duda es de que estos barrios, en Madrid, Valencia y Barcelona, se han convertido en unos espacios necesarios de libertad que much@s precisan para encontrar referentes f reafirmar el orgullo y autoestima que la sociedad homófoba reprime.

En una de las dinámicas de grupo que llevé a cabo en la Fundación Triángulo con un grupo de mujeres lesbianas, una de ellas decía: «Yo prefiero que haya más visibilidad para que este libro de autoayuda que estás haciendo, Manuel Ángel, dentro de veinte años no valga para nada.» Yo le respondí que, ojalá en bastantes menos años, este libro de autoayuda para la comunidad GLTB pase a convertirse en un ensayo de Memoria Histórica.