VII

LA TÍA PAULA

La tía Paula seguía la vida del pueblo con más atención que Javier y se preocupaba de las cuestiones de la iglesia. La asistenta, la Gumersinda, le explicaba costumbres del país y le hablaba de muchas cosas.

Durante el verano le dijo que el año iba a ser malo. Había mucha endrina en los ribazos, y los labradores decían:

Año de mucha endrina, año de poca harina.

A la oblada u olada, o sea la ofrenda del pan, le llamaban en el pueblo minchón y a la hogaza la otana.

Cuando el gato se limpiaba el hocico con las patas, si miraba hacia la peña de Amboto era, según la Gumersinda, que barruntaba el temporal.

También, según esta mujer, el verano decaía a la mitad de agosto, por San Roque, cuando las moscas comenzaban a ponerse en las paredes cabeza abajo. La tía Paula consideraba imposible encerar aquellos suelos, lo cual, para ella, debía de ser manifestación de poca esperanza.

Para noviembre comenzó el frío. Javier puso su mesa de trabajo en la cocina, y en el piso primero, donde estaban las alcobas, mandó colocar una estufa.

En la chimenea baja se preparaba la comida y la cena; después se hacía la tertulia junto al fuego.

El invierno fue muy duro, y en el mes de enero quedó mucho tiempo la nieve en la sierra.

Por San Antón, según la Gumersinda, ya comenzaba a verse la salida del invierno, y se decía:

San Antón,

gallinita pon.

y también

Por San Antón,

huevos en trompón.

Siguió la nieve y el frío en febrero. A veces aparecían los pastores, como en los nacimientos de los chicos, con sus capotes de color sayal.

Algún domingo bueno había en la plaza bailes de pandereta y de acordeón, que en algunos pueblos de Vizcaya llaman triquitrí, y las viejas solían jugar a las cartas en los portales.

Estos bailes de triquitrí eran un tanto melancólicos, con una parte de ritmo más viva, el agudo; seguramente la palabra vasca agudo o auguro, que quiere decir de prisa, y después otra más lenta.