III

PRIMERAS LECTURAS

No había leído Javier el libro del señor inglés, tío de Mary la irlandesa, y lo leyó con atención. La tesis del autor era que la mayoría de los germanos y anglosajones habían entrado en el cristianismo muy tarde y arrastrando elementos de sus antiguas creencias paganas. Esta tesis le hizo pensar si a los vascongados les pasaría lo mismo, y leyó con curiosidad el tomo de la España Sagrada, que había comprado en Vitoria, y sacó en consecuencia que el país vasco había sido cristianizado muy tarde.

El tomo XXXII de la España Sagrada, dedicado a Vasconia, estaba escrito por el padre Risco, y tenía datos para Javier desconocidos y citas de autores antiguos. El retrato de los vascongados que se desprendía de ellos no se parecía nada al tipo de cromo que querían dar como auténtico los escritores nacionalistas y católicos de última hora. Los vascos, según estos testimonios antiguos, resultaban ser agoreros, inquietos, turbulentos y paganos.

Para ponderar la afición de Alejandro Severo al arte de agorar, dice Lampridio que aventajaba a los vascones y panonios:

Omeoscopos magnus, ut et Vascones Hispanorum et Pannoniorum augures vicerit (gran agorero hasta aventajar a los vascos españoles y a los panonios).

Prudencio habla en el siglo IV de la brutalidad pagana de los vascones.

En el siglo VI, asegura el padre Risco, los vascones que vivían en las montañas del otro lado del Pirineo conservaban la costumbre de los augurios como testifica el autor de la vida de San Amando, Baudemundo. Este escritor del mismo siglo dice que San Amando, hijo del duque de Aquitania, fue a la Vasconia, que antiguamente se llamó Vacceia, con el fin de instruir a aquellas gentes, de las cuales había oído decir que veneraban los ídolos y además de esto se hallaban entregadas a agüeros y engañadas con varios errores. San Amando esperaba obtener las palmas del martirio entre la ferocidad de los vascos.

Huebaldo, hablando de Santa Rictrudis, dice que los vascos se dedicaban a la brujería y al culto de los demonios. Santa Eusebia, hija de Santa Rictrudis y de San Adalbaldo o Adolbaldo, estaba en el país vasco dedicada a Dios en medio de gentes dadas a prácticas diabólicas.

El padre Henschenio explica el paganismo de los vascos diciendo que en algunos lugares marítimos, a donde solían arribar los anglosajones y otros que no profesaban la religión cristiana, se adhirieron a algunos errores gentílicos varios pueblos que perseveraron en el culto de los ídolos aun cuando en las ciudades vecinas florecieran obispos excelentes en doctrina y santidad de vida.

Así, otros historiadores explican algunos siglos después el martirio de San León en Bayona, atribuyéndolo no a los vascos, sino a los normandos; pero esto ¿quién lo puede esclarecer?

Todo hace pensar que la implantación del cristianismo en el país vasco fue relativamente rápida en la ciudad, en la civitas, pero muy tardía en el campo, en la aldea, en el vicus.

Que había monasterios, sobre todo en la Navarra Baja, y que el catolicismo reinaría en las ciudades en los primeros siglos, es evidente; pero no en los campos, a donde no llegaría hasta el siglo XIII o XIV.

Sobre la tendencia conservadora y tradicional de los vascos, en el libro del padre Risco se encontró Javier con unos vascos rudos, feroces, agoreros, versátiles e inquietos.

Inquietos vascones se les llama en la Ora Marítima de Avieno.

Después de prolija búsqueda —dice el padre García Villada en un estudio— se llega a la conclusión de que lo que hoy constituye las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa no había recibido aún el Evangelio en el siglo XI. De hecho —sigue diciendo— la diócesis de Valpuesta no llegó más allá de Amurrio, las Encartaciones y Salinas de Añana; y la de Pamplona no pasó de San Sebastián y Alsasua.

La carencia en dichas dos provincias de recuerdos cristianos —inscripciones, monasterios, monumentos arquitectónicos— en los once primeros siglos de nuestra era apoyan esta opinión. Se halla además la misma reforzada por las narraciones de los peregrinos franceses del siglo XII, que iban a Santiago y entraban por Fuenterrabía, los cuales describen con tintas muy negras la ferocidad e inmoralidad de sus habitantes, hasta el punto de que al llegar a la altiplanicie de Vitoria cantaban un Te Deum en acción de gracias por haber escapado de ellos con vida.

—Hemos debido de ser paganos hasta hace muy poco —pensaba Javier—; quizá eso explique las epidemias de brujería del final del siglo XVI y principios del XVII y el fanatismo católico actual como hecho reciente.

Los autores —dice el padre Risco— comúnmente han notado a los vascones de ligeros en sus resoluciones, de inconstantes, inquietos e infieles.

Esto parece más bien referirse a los guipuzcoanos; porque ni navarros, ni alaveses ni vizcaínos han dado prueba de ligereza ni de inconstancia.

Aquellos pueblos de la provincia de Álava debían de ser de los más antiguos cristianos del país vasco. Ya al comienzo del siglo XI pagaban ganados y una reja o barra de hierro al monasterio de San Millán de la Cogolla. En toda la comarca quedaba la devoción por San Millán y su sepulcro, y había la influencia del obispo de Álava, que radicaba en Armentia.