XXXIX

PARA LA SOLEDAD DEL PUEBLO

Unos días antes de salir de Vitoria, al pasar por una librería de viejo, entró en la tienda, registró los estantes y compró varios tomos de clásicos con el texto en latín y en francés: Horacio, Lucrecio y Ovidio, y un manual práctico de botánica.

También compró un tomo de la España Sagrada, que trataba de Vasconia, y un volumen de versos de Gonzalo de Berceo.

Había oído decir que en la llanada de Álava se empleaban todavía palabras y giros del más antiguo poeta castellano.

Después preguntó a la librera si no tendría libros antiguos de religión, y ésta le sacó algunos y le compró uno, en pergamino, titulado Fuero de la conciencia, del padre fray Valentín de la Madre de Dios, con algunos capítulos escabrosos en latín, y los Desengaños místicos del padre Arbiol.

En éste, en la primera página, con una letra de mujer y una tinta amarilla, ya vieja, ponía:

Mañana se marcha.

Soy de amor la víctima.

¡Válgame Dios!

Y debajo una rosa dibujada.

¡Qué desengaño de amor se escondería en aquella frase!

Al día siguiente decidió ir a ver el pueblo adonde le destinaban.