XXXV

EL ODIO CONTRA EL CURA

Al fracasar el movimiento revolucionario se hizo mayor el contacto entre los conservadores y tradicionalistas. Al ver la indiferencia de Javier, mucha gente comenzó a mirarle como a un enemigo. Se acentuó la enemistad al conocerse la noticia de que su hermana Pepita se había casado por lo civil en Bilbao con el doctor Basterreche y que la pareja de recién casados marchaba a pasar la luna de miel a Berlín.

Toda la gente clerical se conmovió y se escandalizó con la noticia de la boda.

Los curas y las beatas comenzaron a odiar a Javier, sobre todo por el matrimonio civil de su hermana con un hombre divorciado. Se decía que había tenido amistades y relaciones con los socialistas y que había protestado de la entrada de la tropa en su casa. Los curas, sobre todo, le manifestaron gran desprecio.

Don Mariano, en la sacristía, tuvo con él una conversación, que estuvo a punto de degenerar en riña. Le reprochó primero su amistad con los socialistas de la Casa del Pueblo; luego le acusó de haber hecho, con relación al dinero del hospital, causa contra la Iglesia.

—¡No es cierto! —dijo Javier—. Yo no hice más que asegurar que se debía aclarar dónde estaba ese dinero.

—¿Para que fuera a manos de los revolucionarios?

—No; para que fuera a manos de los asilados.

—Eso es trabajar contra la Iglesia.

Don Mariano y Javier se manifestaron mutuamente el fondo de odio y de desprecio que sentían el uno por el otro.

Javier tenía algunos amigos y defensores, no muchos, entre ellos doña Andrea.

Le dijeron que se estaban enviando denuncias al obispo contra él. No sería raro que le llegara alguna reprimenda o la destitución. No iba a poder vivir allí. Tendría que marcharse.

Su padre le escribió a Javier diciéndole que no contara para nada con él; tanto él como su hermana habían deshonrado a la familia. Sin duda, en San Sebastián se contaba una porción de embustes y se le pintaba como un cura anarquista.

A la carta contestó Javier con una violencia y un desprecio que no había empleado nunca.

Entonces su padre, por mediación de su administrador, le envió una libranza por la que le entregaba la herencia que le correspondía de la madre, unos tres mil duros, y le advertía que ya quedaban rotas para siempre sus relaciones.

Unos días después, para que todo saliera mal, vino la Eustaqui de la huerta sin poder tenerse y con la cabeza llena de sangre.

—¿Pero qué te ha pasado?

La chica no podía explicarse y le llevaron a la cama, llamaron al médico, éste la reconoció y encontró que tenía una contusión en la cabeza, en la región temporal. Sin duda, le habían tirado un pedrusco que le había dado encima de la sien. Esta barbaridad indignó a Javier y a la tía Paula. La Eustaqui estuvo muy grave; pero pasados unos días se repuso y se fue al caserío.

Los clericales aseguraron que era Javier el que había golpeado a la Eustaqui. Javier se confesó con don Martín y le contó sus asuntos. Don Martín no creía que tenía necesidad de dejar el pueblo; pero don Martín estaba siempre en las nubes y no veía las intrigas que se iban urdiendo contra su compañero. Javier decidió marcharse en seguida de Monleón. Más tarde recogería los muebles.