PEPITA
Llevaba algún tiempo de muchacha en la casa la Eustaqui, la neskatilla del caserío de Martín Shagua.
Al principio la dedicaban sólo a los recados y atendía un poco a la cocina; después se reveló como una buena cocinera, y ella hacía la comida, aunque con la alta dirección de la tía Paula.
Domingo le cantaba:
Nere maite polita
Nola zera bizi?
Zortzi egun honetan
Ez zaitut ikusi.
(Mi bonita querida, ¿cómo vives? En estos ocho días últimos no te he visto.)
La chica se reía.
La Eustaqui adivinaba los deseos del cura. Le llevaba las zapatillas cuando venía. A veces le quitó los zapatos cuando llegó muy cansado y mojado; pero Javier no quería estos servicios, porque le parecía que la rebajaba con eso.
Le preocupaba mucho la Eustaqui. Hablaba con ella con demasiada delectación. En su cabeza se iba formando una imagen confusa en que se mezclaban Mary la irlandesa y la Eustaqui como si fueran la misma persona.
La llegada de Pepita al pueblo alegró mucho la casa de Javier. Pepita entraba y salía, tenía muchas amistades y en todas partes la acogían con gusto.
El doctor Basterreche las llevaba a ella y alguna amiga en su automóvil a los pueblos de alrededor. Pepita se encontraba muy a su placer; tenía amistades con las muchachas principales de Monleón. Se la consideraba guapa, elegante y más que nada simpática.
Pepita mostraba siempre mucho cariño por Javier. Le había mimado a ella cuando era niña; tenía por él un afecto mixto, como de hija por un padre joven.
En las enfermedades de su infancia siempre había encontrado en la cabecera de la cama a su hermano Javier, que le sonreía y le cogía en brazos.
Quizá influyó también en su cariño el espíritu de contradicción, el que su madre le hubiese querido apartar de Javier. Pepita tenía mucha claridad de juicio, muy buen sentido y cierta intuición para juzgar a las personas.
Pepita y la Eustaqui hablaban con mucha frecuencia de Javier y se comunicaban su respectivo entusiasmo.
La entrada de Pepita en la casa fue un rayo de sol en una habitación mustia y triste, alegró a su hermano y a su tía, aunque ésta siempre guardaba la sospecha de que Pepita no correspondía a su cariño.
Algunas amigas de Pepita coqueteaban con Javier, quien no tomada en serio sus coqueteos. El cura seguía trabajando, tocando a Bach y a Haydn en el piano y cuidando de su huerta. Se mostraba un poco preocupado y sombrío.
Una de las cosas inadvertidas y no comentadas en el pueblo fue que el doctor Basterreche consiguió el divorcio en Bilbao. Como el médico se encontraba en aquella época en una situación de dimitido, nadie hizo mucho caso de él.
No se supo tampoco que Pepita y el doctor Basterreche tuvieran amores, y sólo meses después estos amores se dieron a conocer.