XXVI

LOS TEBEOS DE MÁRTIODA

Al día siguiente Mary dijo que quería ver los alrededores del pueblo.

Después de comer marcharon primero a Mendoza. Estuvieron contemplando la aldea con su torreón gótico, cuadrado, lleno de hiedras que tapaban las paredes y las ventanas. Alrededor tenía su antigua muralla y más exteriormente sus fosos convertidos en prados. Los recorrieron. Apareció un charlatán campesino y después de decirles que de allí habían salido los Mendoza, familia que él consideraba muy ilustre en la historia, aunque no sabía lo que habían hecho, les preguntó si no habían visto los Tebeos de Mártioda.

—¿Qué son esos Tebeos? No he oído hablar de ellos —dijo Javier.

—Pues son una calaveras con una especie de careta de tela y alrededor un círculo como suelen tener los santos.

—Vamos a ver esos Tebeos —indicó la irlandesa.

—Vamos.

Pasaron cerca del río de Mendoza, que se llama el Laña. El pueblo, Mártioda, de muy pocas casas, estaba cerca y fueron subiendo a campo traviesa con el automóvil hasta él.

En la parte alta de un cerro, no muy lejos de la iglesia, se levantaba una torre cuadrada y antigua, a la cual habían añadido hacía tiempo una construcción para vivienda. Alrededor de ésta corría una tapia con una puerta de madera un tanto desvencijada.

Llamó Javier con el aldabón y apareció una muchacha morena, muy guapa.

—Quisiéramos ver los Tebeos que hay en la iglesia —le dijo Javier.

—Pues ahora le avisaré a mi tío.

Salió poco después el cura con unas llaves en la mano y saludó muy amablemente a Javier, a la irlandesa y a la señora de compañía.

La iglesia del pueblo era gótica, con el techo con unas nervaduras terminadas en claves. Pasaron la iglesia y entraron en la capilla. Había enfrente de la puerta una ventana; a un lado un armario con cajones y al otro un altar con relicarios con piedras y cruces. Sobre el armario de sacristía para guardar las vestiduras se veía un estante único con un cristal y dentro doce calaveras tapadas en parte por antifaces de tela con las iniciales: J. H. S. en unos, y en otros M. R. A. Estos cráneos tenían alrededor nimbos de paño bordado.

Mary, la irlandesa, preguntó si no se podían ver las calaveras y el cura sacó dos del estante.

Mary las llevó a la ventana y las estuvo contemplando.

—Qué pequeñas —dijo.

La vieja señora de compañía hizo signos de repugnancia.

En el altar de los relicarios había unas calaveras que parecían de niños escrofulosos, con las frentes abultadas.

—Y estos Tebeos, ¿qué son? —preguntó Javier al cura.

—Según la tradición, son unos mártires de una legión tebana que fue sacrificada, y estas calaveras dicen que las trajeron de Barcelona.

—¿Así que pertenecían a la Legión Tebana? —preguntó Mary.

—Sí, ¿tiene usted algunos datos sobre ella? —preguntó Javier algo extrañado.

—Sí; hemos estudiado ese asunto en Cambridge. Los mártires de la Legión Tebana fueron hechos por el emperador Maximiano en el Valais. La Legión Tebana se había formado en la Tebaida, en el Alto Egipto, en el siglo III, y se hallaba constituida por cristianos. La Legión iba en el grueso de las tropas del emperador Maximiano Hércules. Este emperador había enviado su ejército contra las Galias, y el año 286 iba a combatir a los bagaudes, quienes eran restos del partido de Carin y vivían en los alrededores de Lutecia. Estaba la Legión en Agaune, hoy Saint-Maurice, en el Bajo Valais, cuando el emperador mandó que sus soldados emplearan su tiempo de vacaciones en sacrificar a los dioses. Los de la Legión Tebana, como cristianos, se negaron, excitados por sus jefes, Mauricio, Cándido y Exuperio. El emperador mandó diezmarlos en castigo de su desobediencia, y como no se rendían, los diezmó de nuevo y acabó mandando que los acuchillaran a todos. La primera relación de este hecho es la Passio Agaunensium martyrum, que se cree que es de San Euquerio, obispo de Lyon del siglo V. Este asunto fue el que dio motivo a un extraño cuadro del Greco, El Martirio de San Mauricio y de sus soldados, que está en la salas capitulares de El Escorial. Algunos aseguran que esta historia de la Legión Tebana es una fábula.

—Sin embargo, aquí están los cráneos —dijo el cura.

—Saint-Maurice, en el Valais, está a poca distancia del emplazamiento que ocupaba antes la ciudad Agaunum o Tarnada —siguió diciendo Mary—, ciudad donde los romanos tenían la costumbre de transportar a sus muertos para darles sepultura. El nombre está dedicado a San Mauricio, por haber rehusado abjurar el cristianismo con los seis mil hombres de la Legión Tebana que mandaba. Algunos dicen que el suceso ocurrió el año 286, otros que el 302. Se cuenta que una gran parte de los cuerpos de los santos mártires fue echada al Ródano, y que muchas ciudades situadas a orillas del río recogieron sus reliquias. Así, Vienne cree poseer la cabeza de San Mauricio en la iglesia de los Santos Macabeos. Cuando la persecución cesó, se edificó una iglesia en honor de los tebanos en la plaza donde habían sido muertos, y más tarde, San Segismundo, rey de Borgoña, fundó el célebre monasterio de Agaune que llevó después el nombre de San Mauricio: Saint-Maurice d’Agaune. El Breviario de Tours cuenta que San Martín, al volver de Roma, se detuvo en el lugar del martirio de San Mauricio y de sus compañeros, y que habiendo pedido a Dios encontrar algunas reliquias de éstos, apareció en seguida sobre la hierba un rocío de sangre, con el cual llenó tres redomas. Dejó una en su metrópoli de Tours, hoy San Graciano, que dedicó a los mártires tebanos; envió la segunda a la Catedral de Angers, y legó la tercera a la iglesia de Candes, donde murió. La tradición de este milagro está consagrada por una fiesta solemne que se celebra el 12 de mayo en la diócesis de Tours.

Algunos teólogos protestantes, entre otros Du Bordieu, Hottinger, Burnet y Mosheim han negado la exactitud de esta tradición, y otros han creído ver en el martirio de los tebanos el castigo de un movimiento sedicioso.

El relato del martirio de la Legión, de San Euquerio, fue publicado en las Acta Sincera Martyrum en 1689. El benedictino Dom Joseph de Lisie escribió en Nancy en el siglo XVIII, una defensa de la verdad del martirio de la Legión Tebana, y dos escritores alemanes modernos, Hirschmann y Bag, han tratado de nuevo el asunto.

Javier felicitó a la irlandesa por conocer esta historia, que él, con más motivo, no conocía.

Ella se ruborizó y dijo que era una casualidad explicable, porque la había oído en aquel curso y aún la recordaba.

Después de la estancia en Mártioda volvieron a Vitoria. Mary quería ver de nuevo el Balcón de la Rioja.

A la vuelta se desviaron y estuvieron en el Condado de Treviño, donde vieron a un pastor que llevaba el capisayo antiguo que usaban los vascos en otro tiempo.

Treviño, pequeña comarca de la provincia de Burgos, en medio de Álava, tiene algunas aldeas, un balneario y en la capital, si se puede llamar así, del condado, un puente con una torre. Todo el país debió de ser muy devastado en la primera y en la segunda guerras civiles.

En la pequeña comarca se habla mucho de la ermita de San Fromerio. Allí cerca, en la última guerra, hubo un encuentro entre liberales y carlistas, terminado con una carga de caballería dada por un coronel liberal que destrozó al enemigo.

A la vuelta, al caer de la tarde, la irlandesa, Javier y la señora de compañía se detuvieron en Armentia. Vieron, en el atrio de la iglesia, los relieves románicos empotrados en la pared.

Al ir a ver el ábside saludaron al cura, que trabajaba en la huerta. Era todo un tipo, rojo por el aire y el sol, grueso, vestido con sotana raída y gorro negro.

Este señor, sonriente, de buen humor, se burlaba un tanto de los arqueólogos.

—Ya ven ustedes —dijo— este relieve del hombre a caballo. Para todos nosotros era Santiago. Vino aquí un sabio catedrático y dijo: «No; es el Redentor», y no hace mucho apareció un profesor de Barcelona y nos aseguró terminantemente que era Constantino.

El cura se reía a carcajadas de las interpretaciones de los arqueólogos y se ponía de color carmesí al reírse.

Luego dijo que Armentia había tenido en otro tiempo dieciocho mil habitantes cuando fue la diócesis del obispado de Álava.

—¿Y cómo se explica que no queden casas viejas? —preguntó Javier.

—Es que la época es muy lejana y las casas serían de madera y de tierra y se quemarían y se hundirían.

El cura les invitó a tomar algo.

—Qué señor más simpático —dijo la irlandesa.

Estuvieron paseando por delante de la Basílica con él hasta que se hizo de noche.

Al volver hacia Vitoria, en el auto, Mary y la señora de compañía le dijeron a Javier que hacía frío y que entrara dentro del coche. Él se sentó entre las dos señoras. De pronto la bella irlandesa puso su mano sobre la mano de Javier. Éste creyó que era un acto involuntario y sin malicia. Después ella tomó la mano del cura, la levantó despacio y la besó. Javier se puso rojo y después pálido. Afortunadamente para él, estaba ya oscuro.

—¿Qué tiene usted? —le preguntó ella.

—Me mareo un poco —dijo él.

No era la impresión de erotismo bajo, de pornografía, que sintió muchas veces en el confesonario y que por lo mismo era más fácil de vencer. Esta muchacha se sentía atraída a él como él a ella.

Cuando llegó a Vitoria y entró en su cuarto no pudo dormir.

—Para mí es un dolor —repitió varias veces—, pero yo no puedo ser más que cura.

Al día siguiente se despidió de Mary con indiferencia afectada.

Él trataba de considerar que en la vida la alegría o la tristeza se podían mirar con serenidad.

Releyó en la Leyenda Dorada los esfuerzos de los ascetas cristianos para dominar sus deseos.

Al cabo de algún tiempo, la irlandesa le escribió a Monleón. Ella no era rica y pensaba dedicarse a la enseñanza. Después siguió escribiéndole y se estableció una correspondencia entre los dos.

Una de las veces le pidió que le enviara una canción en vasco; él le mandó la primera estrofa de una poesía de Bilintx, llamada Juramento, que era casi una declaración de amor.

Después de pensar en ello comprendió que se había dejado arrastrar de una manera inconsciente.

Por las cartas que le enviaba ella a Javier se veía que era una mujercita demasiado sensible. Vibraba con las ideas; no se acomodaba a la vida instintiva, un poco vulgar y brutal.

Desde aquella época se escribían con frecuencia.

Ella tenía sus luchas por vivir, porque quería ser independiente y se consideraba desgraciada.