LA VIDA SEXUAL
Poco después se siguió hablando del mismo jesuita de las fotografías de Ezquioga, porque éste había dado una conferencia acerca del erotismo y de la vida sexual. El doctor Basterreche discutía esta cuestión con Javier y con Satur Ezcurra.
—Creo que esta obsesión del erotismo que domina sobre todos los países católicos, no se hubiera producido sin la represión exagerada —dijo el doctor—. La vida sexual hubiera ocupado su parte sin la ansiedad que produce ahora.
Javier tendía a creer que éstas eran imperfecciones de la naturaleza humana.
—No; no son imperfecciones de la naturaleza humana —replicó el médico—; es la naturaleza humana que es así. Por eso le sigue al hombre a todas partes, y seguramente en el Seminario mismo habría erotismo y vicios solitarios y quizá homosexualismo.
—No sé —dijo Javier— si había vicios solitarios o no, pero te juro que no había homosexualismo. Se comía poco; los jóvenes, entre ayunos y abstinencias, eran feos, mal alimentados y rudos. ¿Qué erotismo se iba a tener allá comiendo mal, bacalao a todo pasto, en sitio frío, pobre y triste? Allí no se pensaba más que en comer, ésta era la gran ilusión. Si había algún vicio, era la gula.
Ya comprendía Javier que su argumento era materialista y de poco valor religioso, pero para convencer a su contrincante no encontraba otro.
—Sin embargo —dijo el doctor—, en otros Seminarios suele haber amistades estrechas de jóvenes que se llaman en broma tíos y sobrinos.
—Allí no las había. Lo creas o no lo creas, la moral era austera.
A Javier le molestaba la idea mala de Basterreche. Por otra parte, había algo de cierto en ella. Los chicos buscaban en el diccionario el significado de las palabras eróticas, y a los jóvenes no se les permitía el uso de este libro. A algunos alumnos les habían expulsado por faltas a la pureza. ¿Qué se escondía bajo esta palabra vaga? No lo sabía.
—El que yo crea que en los Seminarios, como en los cuarteles y en los presidios, como en todas las agrupaciones de hombres solos, haya manifestaciones eróticas desviadas no quita para que yo os considere a los curas como gente de gran valor —dijo Basterreche.
—¡Muchas gracias!
—No es broma. Formáis una milicia admirable. Claro que hay viciosos y perdidos…
—¿Tú crees?
—Es evidente. Yo he estado algún tiempo en una clínica de una capital de provincias y he asistido a curas enfermos de enfermedades secretas.
—Sería algún caso raro…
—No digo que fuera corriente. En general creo que formáis una milicia admirable. ¿Cuándo tendrá el Estado un ejército como tiene la Iglesia en vosotros? Nunca. Entre vosotros cada soldado es al mismo tiempo un general que manda, trabaja y se sacrifica generosamente por la causa común. En cambio, el Estado Mayor vale poco. Obispos, arzobispos y cardenales son ramplones, mediocres con alguna rara excepción. ¡Lástima que trabajéis por una causa que ya no tiene porvenir!
—¿A ver con qué se la sustituye?
—Eso puede ser verdad. Por ahora no se ve sustitutivo, pero ello no quita para que vuestra comunidad vaya también para abajo y que vuestros superiores sean ramplones. Esa circular de vuestro obispo sobre la modestia de los vestidos es de lo más mezquino y ratonero que se puede escribir.