LA EUSTAQUI
Al volver Javier y la tía Paula al pueblo después de las vacaciones entró en la casa a servir una sobrina-nieta de Shagua.
La Eustaqui no tenía más de catorce o quince años. Era una chica muy trabajadora, muy humilde y muy fina, de las que no se atrevían a asomarse a la plaza.
La Eustaqui había estado en una taberna de Monleón, y a pesar de que era pequeña, la perseguían los hombres. Por eso la tía Paula había querido llevarla a casa. Javier, al principio, se resistió. La chica era bonita y no quería tenerla cerca.
Pensaba que sería motivo de murmuración; pero, por otra parte, le daba pena dejarla abandonada entre borrachos y gente brutal y sin escrúpulos.
La Eustaqui tenía unos ojos castaños claros muy inocentes y muy alegres, el pelo rubio oscuro y la boca un poco abierta que mostraba unos dientes blancos y fuertes. Había entrado en la casa como un gato vagabundo y no quería salir de ella de ningún modo.
Era de una ingenuidad tan infantil en su conversación y en sus actos que sorprendía. Siempre estaba dispuesta a hacer un recado, a subir y a bajar y a ir y a venir si le mandaban algo.
La tía Paula le tomó pronto cariño y Javier también.