UN ILUSO
Había en el pueblo un empleado de la fábrica, teósofo, que había leído libritos un poco ridículos sobre ocultismo y filosofía india y creía en una porción de tonterías. Hablaba constantemente de planos astrales.
El teósofo había hecho un poema simbólico muy malo, en donde los personajes eran nombres griegos de los eones, sacados sin duda de algún diccionario enciclopédico.
El teósofo probablemente creía ser el único que estaba enterado de estas cosas, y en su poema, de una mediocridad absoluta, había el diálogo de la Eunoia (Pensamiento de Dios), la Enthymesis (Meditación), la discusión entre la Dynamis (la Fuerza) y la Dikaiosine (la Justicia), y la descripción del Pleroma o seno de Dios.
Había también monólogos del Demiurgo y divagaciones sobre la restauración o palingenesia final.
A Javier le llevó el poema para que lo examinara y viera si era condenable.
—Eso es literatura —le contestó Javier—, no tiene importancia.
Cuando se lo contó a Basterreche, éste dijo:
—Esas gentes ilusas nos suelen citar una frase del Hamlet que dice, poco más o menos: «Hay sobre la tierra y en el cielo muchas más cosas que las que vuestra filosofía ve en sus sueños». Claro que las habrá, pero no las que imagina la tontería de los espiritistas y de los teósofos, sino otras que no las sabe nadie, y que es lo mismo que si no las hubiera mientras no se conozcan.