XVI

UN EXCÉNTRICO SIN SABERLO

Otro tipo también curioso, contertulio de doña Andrea, que fue durante algún tiempo empleado en la fábrica, era un señor aficionado a escribir, que firmaba en un periódico de la capital con el seudónimo de Román de Udala. Este señor, serio, rechoncho, con una cabeza de puño de bastón, llevaba un sombrero hongo de hacía quince o veinte años, cuello de pajarita, corbata de plastrón de colores, y los días de gala un chaquet completamente ridículo. Román de Udala era un insaciable campeón de la literatura, hombre que veía todo de una manera sincretista.

El doctor Basterreche se burlaba de él y conservaba sus artículos. Según aseguraba, servirían con el tiempo para un psiquiatra.

Ramón de Udala era un espíritu retorcido y barroco. Quizá si hubiera tenido más cultura hubiese producido la admiración de las gentes como estilista. Le gustaba hablar de las ovaciones discretas, de las exaltaciones tranquilas y de los aplausos silenciosos.

También entraban en su repertorio las comparaciones de cosas bastante heterogéneas. Los barómetros y la producción del hierro han subido —escribía—. Los termómetros y los precios en el mercado de vacas han bajado.

Al final de una crónica sobre los Carnavales, Román había dicho elocuentemente, siempre con su manera sincrética: «Abandonemos, pues, al acaso las poltronas burocráticas, donde nos encanijamos hoy como ayer; disfrutemos de la alegría carnavalesca con honestidad y mesura, como buenos cristianos, y lancémonos sin rebozo a gozar de las fiestas exorbitantes de la vida disfrazada.»

Al hablar de una inundación decía: «Las madres de nuestros ríos han salido de su cauce, y como leonas heridas, en su furia cruel y devastadora, han arrasado algunas pequeñas y bonitas huertas de la localidad.»

Otros recortes guardaba el médico de don Román.

Sobre la cosecha de sidra había escrito una observación luminosa: «Este año la cosecha de manzana se presenta inmejorable, y si Dios nos protege y tenemos la suerte de que en las comarcas próximas no sea abundante, puede que la podamos vender mejor que el año pasado, en el cual no hubo transacciones comerciales por no haber ni muestra en nuestros campos de este sabrosísimo fruto.»

Sobre el tiempo aseguraba una vez: «El tiempo, durante el pasado marzo, ha sido verdaderamente delicioso y primaveral, si se exceptúan algunas semanas de nieve, borrasca y granizo, que nos han impedido salir de casa, y de algunas nieblas secas que han humedecido demasiado los campos.»

Al dar una noticia triste había dicho: «Nuestro querido amigo el veterano deportista Eusebio Salsamendi (Eushebio), que siempre se distinguió por su brío y su salud de hierro, ha muerto prematuramente a la edad de setenta y nueve años de una afección crónica.»

Otra de sus obras maestras era la reseña del suicidio de un empleado que se jugó el dinero de la caja. Decía Román de Udala que el suicida, hombre caballeroso, no había podido sobrevivir a su desesperado acto final, y que los hijos, al verlo colgado de una cuerda, habían prorrumpido en esta frase: «Ecce homo!»

Entre las notas de sociedad había ésta, que guardaba el médico: «Se ha verificado el enlace matrimonial de la bella señorita María Peruchena, hija del posadero Antón, del mismo apellido, con el joven don Nicasio Zacarrondo, empleado en el matadero de cerdos. La aristocrática pareja salió para San Sebastián, donde pasarán la luna de miel.»

De política decía: «Sería deseable que la política que desune al pueblo desapareciera y que todos se afiliaran a las sanas tendencias del partido conservador, necesarias para la prosperidad del país.»

Otra de sus magníficas observaciones era ésta:

«El conflicto difícil y espinoso de una de nuestras fábricas se encuentra hoy, indudablemente, mucho más cerca de ser resuelto que hace cuatro o cinco meses.»

A Román de Udala, Domingo el hortelano le llamaba Julio Verne. No se comprendía bien de dónde había sacado esta semejanza.

Román de Udala tenía como contrincante a un maestro de escuela que escribía en el periódico liberal de la ciudad y se firmaba Currinche.

Todavía entre ambos aparecía otro corresponsal nacionalista, agrio y de mal humor, el cual se metía con los dos en sus artículos, que titulaba Tropiesitos y que firmaba Beti bezela (Como siempre).