GENTE DE BUENA SOCIEDAD
Basterreche tomó la costumbre de ir con mucha frecuencia a casa de Javier. A pesar de que éste creía influir en él, tanto influía el cura en el médico como el médico en el cura.
Por intermedio de doña Andrea, le llamaron a Javier a casa de un accionista de la fábrica, hombre rico, don Juan. Una de las hijas de este señor se encontraba enferma. Don Juan, pariente de la mujer del doctor Basterreche, se mostraba enemigo del médico. La señora de la casa se manifestaba muy severa, sobre todo severa para la servidumbre y para las criadas: no las permitía que fueran acompañadas por ningún hombre o que bailaran en la plaza.
La chica hija del accionista era una muchacha consentida, histérica, erótica con tendencias al safismo. Sin duda en el colegio había adquirido estas inclinaciones o eran en ella constitucionales.
Esta muchacha, siempre muy mimada, no se preocupaba más que de sí misma y de la salvación de su alma. Tenía muchos escrúpulos.
Javier le dijo que no debía confesarse y comulgarse tan frecuentemente; que debía hacer una vida más activa y, al mismo tiempo, pensar más en los demás y no sólo en sí misma. Le convenía también casarse pronto.
La hermana de esta chica, sin saber por qué, estaba un poco despreciada y parecía la cenicienta de la casa.
—En todas las familias hay alguien a quien sacrifican —dijo Javier a doña Andrea—; una chica que hace de cenicienta, mientras a otras les toca el papel de princesas. La cenicienta ejecuta los trabajos desagradables: cepilla las botas, guisa en la cocina y se queda en casa.
Don Juan, el padre de las dos muchachas, al saberlo encontró mal que el cura protestase de esta distribución espontánea de los papeles en la vida corriente.
—Puede haber quienes sirvan sólo para puchero de barro y otros para búcaro —dijo con cierto mal humor y cierta inteligencia.
—Sí, tiene razón —contestó el cura cuando se lo dijeron—; pero no es lo cristiano.
En casa de doña Andrea, Javier se hizo amigo del médico viejo, don Evaristo, hombre aficionado a comer y a beber bien, tipo rojo, con una nariz carmesí. El hombre estaba casado con una americana bastante rica, y se burlaba de ella y de sus aficiones a la poesía y a las ideas románticas. El médico era muy inclinado a contar cuentos verdes. No creía gran cosa en la medicina; no tenía más que nociones prácticas de su oficio.