ESPÍRITU NO CATÓLICO
Javier no era un espíritu teológico ni retórico; no le gustaba la elocuencia y quizá interiormente la despreciaba. De los poetas latinos, entendía mejor que a los otros a Ovidio, y de los españoles, a fray Luis de León. Tendía un poco al misticismo, pero tampoco exageradamente. El doctor Basterreche decía de él: «Yo dudo que Javier sea un verdadero católico. No quiere aspirar a altos cargos; no creo que pueda ser un buen cura de pueblo; yo le digo que lo deje, o que entre en la Compañía de Jesús, y allí se podría dedicar a hacer estudios musicales».
Para sus compañeros, aquellos clérigos educados en ideas de megalomanía, que pensaban en victorias imperiales de la Iglesia y en discursos ciceronianos, el espíritu de Javier Olaran les parecía despreciable. No ansiaba el triunfo, no se desarrollaba en él la emulación. No le gustaba lo colosal. Una iglesia pequeña, un altar pobre, le parecía mejor que una gran iglesia y un altar dorado y complicado.
Un sermón sencillo, en que se hablara de hechos corrientes de la vida y en el cual se exhortara a practicar las virtudes modestas, le gustaba más que un discurso grandilocuente y ciceroniano con muchas metáforas y contrastes.
En la oratoria no comprendía el arte. Para él, el arte estaba principalmente en la música.
Su deseo iba siendo que le nombraran cura párroco de un pueblo de Guipúzcoa donde se hablara el vascuence y estuviera solo.
Pasado algún tiempo, y cuando la pretensión no pareciera una extravagancia, pensaba trabajar en conseguir esto.