VIII

EL DOCTOR BASTERRECHE

A los dos años de estancia de Javier allí apareció en el pueblo un muchacho de buen aspecto, de barba rubia y anteojos. Era el doctor Basterreche.

Este médico joven, a quien conoció el cura en San Sebastián en una gira nacionalista, ejercía en una aldea próxima. Poco después, le dieron una de las titulares de Monleón.

El doctor Basterreche había estado algunos años en Alemania. Se manifestó como hombre de poca voluntad, un tanto desidioso y versátil. Era buen médico, inteligente, de cabeza clara, capaz de estudiar algo bien; pero se descuidaba muchas veces y no hacía caso de los enfermos, por lo menos se mostraba muy desigual en su trato con ellos y a algunos les decía: «Si no tiene usted nada, ¿para qué le voy a visitar?»

El doctor apareció oficialmente como regionalista y amigo de los curas; pero luego en la conversación se mostraba muy escéptico y de ideas revolucionarias. El doctor recetaba de una manera que parecía un poco bárbara, que a veces alarmaba al farmacéutico que le decía:

—¿No es mucha dosis, Basterreche? ¿No se ha equivocado usted?

—No, no; es así.

Los otros médicos decían:

—En Alemania tratan a la gente como a los caballos; sin duda, son hombres más corpulentos y más bárbaros; pero en España no se pueden emplear estas dosis brutales.

Javier y el médico se hablaban de tú. El médico, José María Basterreche, a los pocos meses de instalarse en Monleón, se casó con la hija de un fabricante rico de Bilbao.

El matrimonio lo prepararon los curas. Él se dejó llevar.

Antes de casarse, Javier, que le tenía afecto porque era un tipo parecido a él, le preguntó varias veces:

—¿Pero tú estás verdaderamente enamorado de esa mujer?

El doctor Basterreche se encogió de hombros.

—Ella, según dicen, es muy entonada y muy orgullosa.

—¡Bah, ya cambiará!

El elemento clerical influyó en la boda del doctor Basterreche, y en el tiempo en que estuvo en relaciones con la hija del fabricante rico se reportó un poco y dejó de mostrarse revolucionario.

Todos sus amigos le decían al doctor:

—Hombre. No te cases con ésa. Te vas a arrepentir.

Pensaban que por su debilidad de carácter iba a dar un paso en falso.

La muchacha que se casó con el doctor Basterreche era una mujer guapa y vistosa.

Demostró que no tenía las más elementales ideas de buen sentido y se manifestó de una perfecta vanidad y de una estupidez casi tan perfecta.

El padre de la chica era un fantasmón; quería ante todo figurar, tener un título para su hijo mayor. Visitaba al rey en Madrid y en Bilbao. El papá era tan orgulloso como su hija y casi tan poco inteligente. Al casarse su hija indicó al joven matrimonio que pasara un año en el pueblo y después fuera a instalarse a Bilbao. Él daría una pensión a su hija de cinco mil duros al año.

Arreglaron la casa y desde los primeros días el doctor Basterreche y su mujer comenzaron a reñir.

Ella no tenía la menor discreción; reprochaba a su marido su pobreza.

—Con ese sueldo miserable que tienes —le decía— no podrías ni comer ni vivir.

—Pues hija, he vivido hasta ahora —contestaba él.

A pesar de la natural debilidad de carácter del médico, no pudo resistir el orgullo y la estupidez de su mujer, y acabó riñendo con ella de una manera violenta: no quedaba posibilidad de arreglo. El doctor se quedó en el pueblo y ella se marchó a Bilbao.

A consecuencia del fracaso, Basterreche se manifestó decididamente revolucionario y anticlerical, y se afeitó las barbas sin duda para parecer otro hombre.

Desde entonces el médico hablaba muy mal de la burguesía.

—Habría que acabar con esa gente —decía—. Es muy mezquina y muy ruin.