VII

LAS NOVENAS DE LA TÍA PAULA

La tía Paula era, indudablemente, más devota que su sobrino. Oía todos los días misa, se confesaba los sábados y parte del tiempo libre rezaba el rosario y recitaba novenas. Tenía en su cuarto una porción de libritos impresos en San Sebastián y en Tolosa a principios del siglo XIX.

Javier no había mirado estos libritos con atención, aunque algunos los encontraba muy bien, por sus poesías. Uno de éstos era el Responsorio de San Antonio de Padua:

Si buscas milagros, mira

muerte y error desterrados,

miseria y demonio huidos,

leprosos y enfermos sanos.

El mar sosiega su ira;

redúcense encarcelados

miembros y bienes perdidos

recobran mozos y ancianos.

Este responsorio lo encontró en latín, en la canción atribuida a San Buenaventura en loor de San Antonio:

Si quæris miracula

Mors, error, calamitas

Dæmon, lepra, fugiunt

Aegri surgunt sani.

No todas las poesías de las novenas tenían el carácter poético de este responsorio, pues algunas parecían más bien cómicas que otra cosa, como aquellas dedicadas a San Roque:

Pues médico por el cielo

señalado sois, San Roque,

el enfermo que os invoque

tendrá seguro consuelo.

La tía Paula ponía en su cuarto, una vez al mes, la imagen de una Virgen a la que trasladaban de una casa a otra, a la que alumbraba con unas mariposas encendidas que flotaban en una capa de aceite sobre el agua en un vaso.

La tía Paula tenía un pesimismo especial, lo que no le impedía muchas veces mostrarse animada y hasta alegre. Parecía que las calamidades le excitaban. Al poco tiempo de comenzar el verano decía a su sobrino:

—Ya empiezan a acortar los días, ya vamos cara al invierno y a los días tristes.

—¡Pero si casi no ha comenzado aún el verano! —exclamaba él.

Las malas cosechas, los pedriscos, las tormentas, las enfermedades, parecían animarle y hacerle hablar.