XII

IDEAS DE LA JUVENTUD

Javier era, al terminar la carrera, un tanto nacionalista y místico; aficionado a la música, entusiasta de Bach, de Haendel, de Haydn y de Mozart, con cierta afición a la historia y al folklore. Le gustaban las canciones populares y oír a la gente obrera cuando cantaba a coro en las sidrerías y en las tabernas.

Con pocos podía hablar de música; para él Mozart era el ideal; Beethoven, más barroco, más desesperado, le intranquilizaba.

De los maestros preferidos solía decir:

—Las sonatas de Mozart son la perfección absoluta. No hay nada parecido a eso; ¡qué serenidad, qué alegría, qué maravilla! Haendel es la elocuencia; no es un alemán, es un semidiós. De Bach yo no me atrevo a hablar. Bach es maravilloso. Es un espíritu que busca la armonía y la encuentra. Beethoven es como Prometeo: lucha contra el Destino y saca de su corazón unos ritmos y unos acordes desesperados y sobrehumanos. La obra de Bach es un monumento tan grande que se necesita la vida entera para conocerla y apreciarla. Weber, Schumann, son de lo más alemanes, de lo más exuberantes; les sobra la inspiración. Wagner es también de una gran inspiración, pero a veces es un tirano.