IDEAS DE LOS SEMINARISTAS
En España, cada región da un carácter especial a sus Seminarios. Un Seminario andaluz y otro vascongado, uno gallego y otro valenciano no se parecen. Las cualidades y los defectos provinciales se acusan y se acentúan en los Seminarios más que en ningún otro centro de cultura.
El Seminario de Vitoria representaba muy bien el carácter vasco, por lo menos el del tipo tradicionalista reservado y prudente. Imprimía un sello a los estudiantes imborrable y hasta los mismos que dejaban la carrera y marchaban por otros caminos no hablaban con libertad del sitio donde habían estudiado, ni desprestigiaban a los profesores que habían tenido.
La mayoría de los seminaristas tenían una idea tan arraigada de la otra vida, que muchos decían:
—Por egoísmo hay que ser buen católico.
Para ellos Dios era un juez severo que oía más al fiscal que al defensor, o un capitán de la Guardia civil inexorable.
Tenía Javier condiscípulos providencialistas, que veían la mano de Dios en los hechos más pequeños de su existencia. Se creían espiados continuamente por Dios y por el diablo.
Javier no consideraba su vida tan trascendental. Se hallaba vagamente inclinado a pensar que los pequeños acontecimientos de su existencia cotidiana no contaban dentro de las intenciones divinas.
Algunos de los seminaristas habían estudiado latín bastante bien, conocían los clásicos y traducían a César, a Cicerón y a Tácito; a éste se le consideraba muy difícil por su laconismo, su sobriedad y su estilo lleno de hipérbaton complicado.
Ya, cuando mozos, comenzaban los ejercicios espirituales y las meditaciones, bastante absurdas desde el punto de vista de un racionalista, puesto que tenían que terminar en soluciones ya de antemano dogmatizadas y previstas.
—Haga usted un juicio sobre tal hecho histórico, medite usted sobre él y saque usted en consecuencia que fue de este modo fijado ya de antemano.
Entonces, ¿para qué meditar?, se hubiera preguntado un hombre de espíritu libre.