LOS COMPAÑEROS
Las calificaciones de final de curso de meritus, benemeritus y meritissimus se consideraban en el año siguiente. Había casos en que se bajaba de categoría, pero no eran corrientes. Javier era un buen alumno, aunque no una lumbrera.
Tenía fe religiosa y era disciplinado. Creía en la bondad de los superiores y en que estaban por encima de las debilidades humanas.
Para él todo eran sonrisas en el Seminario. Ya clasificado entre los meritissimus, se sostenía en la jerarquía. Los condiscípulos suyos encontraban que había en beneficio suyo cierto favoritismo.
Algunos de los profesores trataban de inculcarle sentimientos de ambición, pero él no los tenía. Para él, el ser cura de una aldea vasca constituía su ideal; esto le parecía lo cristiano y lo noble; no aspiraba a dignidades, a púrpuras ni a solemnidades. La vida de seminarista, con sus estudios, sus rezos, su confesión semanal, sus ejercicios espirituales, le llenaba el espíritu.
Naturalmente, no todo era filosofía y misticismo; había también en el Seminario diferencias por asuntos humanos y políticos.
La política dividía a los escolares. Había una gran cantidad de seminaristas vascongados de Vergara, Oñate, Durango, Elgóibar y de la costa, de Bermeo, Ondárroa, Guetaria y Fuenterrabía, y todos ellos o casi todos eran nacionalistas, partidarios de Sabino Arana.
En cambio, los grupos de la llanada de Vitoria no lo eran ni sentían entusiasmo por el vasquismo ni por el vascuence.
Javier se inclinaba también al nacionalismo y al vasquismo, pero no sentía antipatía alguna por los castellanos. A pesar de ello, pensaba que no le gustaría vivir en países secos, de mucho sol y de poca frondosidad.
A los alaveses, los vascos que hablaban vascuence les llamaban en broma los babazorros, y a los de Bilbao, los alaveses les decían los chimbos y les cantaban esta copla:
Birica comen
los de Bilbao;
los de Vitoria,
buena tajada
de carne asada
y de bacalao.
La birica es el bofe, que, sin duda, se consideraba como alimentación pobre y mísera.
Por entonces se dijo que de la Nunciatura de Madrid salió un documento político. En él se consideraba el nacionalismo vasco como peligroso y subversivo. Se recomendaba a los superiores la vigilancia de los partidarios de tales ideas. Con este motivo, los alumnos castellanizantes y españolistas cantaban el trágala a los vasquistas o euskadianos. Éstos no daban su brazo a torcer.
Algunos de los estudiantes vascos del Seminario y del Instituto solían ir los días de fiesta a posadas de la calle de la Cuchillería, y después de comer cantaban a coro el Gernikako, Potagiarena de Bilintx, y los seminaristas de Vitoria el zortziko de La del pañuelo blanco. Se les reunían pelotaris y jugadores del frontón.
En una de las posadas de la calle del Arca servía una chica de un caserío próximo al del abuelo materno de Javier. Esta chica quería dar la impresión de que en Vitoria vivía en un país extranjero, de extrañas y raras costumbres.
Algunas veces, Javier iba a desayunar allí por la mañana. El fonducho solía estar a aquella hora con el suelo lleno de cáscaras de naranja, de colillas y de papeles; las mesas con pedazos de pan y los manteles y las servilletas con manchas violáceas de vino.
La chica decía con su acento guipuzcoano: «Aquí gente muy rara viene». Después hablaba en vascuence y Javier la escuchaba con mucho gusto.