QUINCE AÑOS DESPUÉS
Jaun ha llegado a su barrio de Alzate al anochecer de un día de invierno. Viene moribundo, apoyándose en un bastón.
JAUN.—Estoy perdiendo fuerzas por momentos; temo morir antes de llegar a casa. El viento helado hace temblar mi cuerpo con escalofríos. Me tendería aquí, al borde del camino, a morir, pero quisiera llegar a casa… ¡Ah!… Me acerco… ¡Ya estoy!
USOA. (Llama.) ¿Quién es?
BASURDI.—Es un mendigo.
JAUN.—No, Usoa; ¡soy yo, Jaun!
USOA.—¿Tú? Pobre amigo. ¡Cómo vienes! ¡Qué pena!
JAUN.—Sí, soy yo. Llévame a mi cuarto, porque no veo ya.
USOA.—¡Pobre! ¡Pobre!
JAUN.—¿Estáis todos bien?
USOA.—Sí: todos bien.
JAUN.—¿Vive Arbeláiz?
USOA.—Sí, todavía vive. ¿Quieres que le llame?
JAUN.—Bueno, sí.
USOA.—Ahora vendrá.
JAUN.—¿Qué hicisteis de mis libros?
USOA.—Los quemamos.
JAUN.—¿Y por qué?
USOA.—Los mandó quemar el padre Prudencio, para que otras personas no se trastornasen leyéndolos.
JAUN.—¿Y el mirador de la huerta? ¿Seguirán mis árboles?
USOA.—No, los mandó cortar el padre Fanáticus.
(Entra Arbeláiz)
ARBELÁIZ.—¿Has vuelto, Jaun? No esperaba ya verte. ¿Has encontrado la verdad que buscabas?
JAUN.—No hay verdad única, Arbeláiz… no… Urtzi es tan verdad como Jehová o como el Cristo. ¿Os habéis hecho católicos?
ARBELÁIZ.—Sí.
JAUN.—Ya lo he notado en que me han quemado los libros y me han arrasado el jardín.
ARBELÁIZ.—Los frailes franciscanos han puesto un convento aquí enfrente, en Celaya.
JAUN.—¡Pero esa casa es mía!
ARBELÁIZ.—Tu mujer se la ha cedido a ellos y ellos han catequizado al pueblo. Todos se han bautizado, menos Shaguit, el loco.
JAUN.—¿Así que él y yo hemos sido los únicos locos del pueblo?
ARBELÁIZ.—Así parece.
SHAGUIT. (En la calle, cantando):
Hiru txitu izan da
eta lau galdu.
Nere txituaren ama
zeinek jan du?
Atxeriak jan dio lepoa
eta erretore jauna tronkoa.
(¡Tener tres pollitos y perder cuatro! ¿Quién ha comido la madre de mis pollos? La zorra le ha comido el cuello, y el señor Rector el tronco.)
JAUN.—¿Esa voz es de Shaguit?
ARBELÁIZ.—Sí.
JAUN.—Dile que suba.
USOA.—¿No quieres que venga el padre Prudencio, Jaun? ¿No quieres confesarte con él?
JAUN.— No, no; que abran las ventanas para ver los montes queridos; que cante Shaguit y que me dejen morir en paz.