IX

LAMENTACIONES

JAUN.—¡Desdichado! ¡Desdichado! ¿Por qué pusiste tus entusiasmos de viejo en esta débil criatura? El mundo me parece ahora más negro, más sombrío que nunca. ¿Por qué haber colocado todas tus esperanzas en este niño? ¡Morir, morir! Ya no me queda más esperanza. ¡Salir pronto de esta angustia, marchar a la nada, escapar de un universo ciego y sordo!

CORO DE ESPÍRITUS INVISIBLES.—¡Jaun! La vida no es el capricho de los hombres, y el Destino lo rige todo ciegamente. Busca, sigue tu marcha hasta el final con valor y con energía.

JAUN.—Sí; somos unos pobres fantoches movidos por el Destino. Nuestra desgracia no es ni siquiera original; lloramos con los gestos que otros han hecho, repetimos las muecas de los demás y dejamos nuestro sitio en este pobre teatro a otros que repetirán nuestros gestos. ¡Oh terrible miseria!

CHIMISTA (el perro).—Mírame a mí, humilde, tranquilo, suspirando al lado del fuego. ¡Ésa es la vida!

JAUN.—El querer saber me ha matado. Pero ¿quién había de pensar que de la Ciencia saldría el universo ciego, la Naturaleza sorda a nuestros gritos, el cielo vacío? (Se asoma a la ventana. Comienza a amanecer.) El mundo entero es un cuerpo sin vida, es un cadáver grande, y los hombres somos sus tristes gusanos, que lo vamos royendo hasta que la muerte acaba con nosotros. Oigo voces. ¿Quiénes pueden ser?