Nuestro amigo Jaun marcha mal por el camino del intelectualismo. Los hombres graves, como el padre Prudencio y el mismo Macrosophos, le han querido disuadir de que vaya por esta fatal pendiente.
Él se ciega: quiere ver el pro y el contra de las cosas, con una absurda imparcialidad antes de decidirse; quiere esclarecer los asuntos con una odiosa crítica; pretende tener buen sentido. ¡En Alzate y en plena Edad Media!
A los escritores les pasa con sus personajes como a los creadores de monstruos y de homúnculos, por artes mágicas. Al principio, ellos, los padres, ordenan y mandan; luego son los hijos, los monstruos y los homúnculos, los que imponen su voluntad.
Yo no pensaba llevarle a Jaun por tan malos derroteros, pero él se ha precipitado en esta dirección, sin que yo le haya podido retener.
¡Pobre Jaun! ¡Desdichado Jaun! ¡Cuánto más te hubiera valido el ir a la novena o a las vísperas! ¡Someterse! Ésa es la verdadera senda de la felicidad.
¿A quién se le ocurre rebelarse y querer ser águila entre gallináceas?
¿A quién se le ocurre ser de la escuela del Pórtico, entre espesos sacristanes?
¡Pobre Jaun! ¡Desdichado Jaun!