XXI

LA QUEJA DE URTZI THOR

Soy el dios Thor, el más fuerte de los dioses. Salido últimamente de Escandinavia, he llegado a reinar hasta en los Pirineos, en donde los vascos me rendían culto al mismo tiempo que a sus dioses locales.

Me llamaban Urtzi: el firmamento, la fuente del cielo, el solsticio del año, el trueno.

He oído hablar de un Aitor, padre de los euscaldunas; y ese Aitor es también mi antepasado.

Me agradaba ver mi reino extendido a las latitudes meridionales, a estos Pirineos, levantados, según la tradición, por el fuego. Me agradaba el homenaje de los vascos; el que, como los germanos y escandinavos, hubieran dejado el jueves bajo mi advocación, llamándole Urtz-eguna (día de Urtzi) y el que hubieran recordado mi nombre en su palabra trueno (trumoia).

He enseñado a los hombres el culto del heroísmo y del valor; he luchado con los gigantes y con la muerte, y si no los he vencido, ha sido por arte de encantamiento. He defendido al campesino y al forjador, y a todos los creadores y a todos los trabajadores de la Tierra.

Ahora los hombres me abandonan. El culto semítico de Jehová penetra por todas partes, y tengo que retirarme.

¿No me queréis, ingratos? Me iré con mis truenos y mis rayos y mis doce estrellas; me iré con mi martillo y mis guantes de hierro y el caldero en la cabeza. ¿No os gustan mis ojos torvos y mi barba roja? ¿No queréis nada con mis chivos? ¿Preferís los profetas judíos de pelo negro y rizado como figuras de escaparate de peluquería? Está bien. Me iré a mi reino aéreo. Ya no lucharé con la gran serpiente, el monstruo enemigo de los dioses y de los hombres, a quien vosotros, los vascos, llamabais Leheren-Suguia.

Yo no puedo mendigar. ¿No me queréis? Me iré, me embarcaré y desapareceré en los mares polares, en donde reina el sol de medianoche.

(Se acerca una barca vikingo pintada de negro, con un dorado mascarón de proa. Urtzi Thor entra en la lancha con sus machos cabríos.)