XV

EL MONTE LARRUN

Soy, de los Pirineos, el monte más occidental. Soy el rey de este pequeño país vasco, tan amable y tan variable. En medio de un terreno carbonífero, del que estoy rodeado, me asiento sobre un fondo de roca primigenia. Tengo grandes peñascales, formados por enormes conglomerados, taludes verdes y rincones pedregosos con yezgos digitales y beleños.

Cuando quiero soñar, miro a esa estrella lejana, de la que estoy enamorado hace millones de años; cuando me siento melancólico, contemplo los montes abruptos e intrincados de España; si tengo la veleidad de sonreír, miro la fértil llanura de Francia.

A mi alrededor se cobijan Vera y Urruña, Hendaya y San Juan de Luz, Echalar y Sara, Ascaín y Zugarramurdi.

Veo los valles próximos de la Nivelle y del Bidasoa, alegres y risueños. Columbro la cuenca del Nive, que va a reunirse con la del Adour, en Bayona; el bosque de Saint-Pée, el Pico de Mondarraín; y contemplo las olas del mar, que dejan una línea blanca en la playa y rompen en espumas en los acantilados de Socoa, de Bidart y de Guethary.

Soy el vigía de este Golfo de Gascuña, tan inquieto, tan turbulento, tan pérfido.

He presenciado desde mi atalaya cataclismos geológi eos; he contemplado el lento hundimiento de la costa en el Océano, y la lucha de los ríos próximos para abrirse paso por la tierra. He sido testigo de guerras marítimas y terrestres; he visto desembarcar a los romanos y a los vikingos; he observado cómo se organizaban los republicanos de la Revolución en la Croix du Bouquets y en el Campamento de los Sansculottes; he visto atrincherarse a los carlistas españoles en Peñaplata; a Muñagorri en el fuerte de Pagogaña de Erláiz, y al cura Santa Cruz en las guaridas de Arichulegui.

Tengo en la cumbre la Ermita del Espíritu Santo, que de día es cristiana y de noche se dedica a la brujería. Pero nada de esto me inquieta; lo que más me preocupa es esa estrella lejana, de la que estoy enamorado hace millones de años, y que no se ha dado cuenta todavía de mis suspiros.