EL VIAJE AÉREO
CHIQUI.—¡Bueno, señores, prepararse! Ahora vamos a hacer el gran viaje. ¡A embarcarse todos! ¿Ya estamos?
TODOS.—¡Ya estamos!
CHIQUI.—Ya vamos subiendo. ¡Cuidado con la vela! ¡Qué viento!
BASURDI.—Se me va a escapar el gorro.
TIMOTEUS.—A mí se me va a marchar el bonete, y cuando vuelva no voy a poder ir a la iglesia.
MACROSOPHOS.—¿No hay bonetería en Vera?
TIMOTEUS.—No. Este bonete me lo han traído de Bayona de contrabando.
CHIQUI.—¡Mirad ahora qué terribles abismos hay debajo de nosotros!
BASURDI.—¡Qué miedo da eso!
MACROSOPHOS.—¡Qué tremendas concavidades! ¡Horresco referens!
CHIQUI.—Vamos al Mediterráneo, paralelamente a los Pirineos.
MACROSOPHOS.—¡Alto ahí! ¿Cómo paralelamente? Eso no puede ser. Estrabón afirma que los Pirineos van de Norte a Sur, en dirección paralela al Rin.
CHIQUI.—Estrabón se equivoca.
MACROSOPHOS.—Estrabón no se puede equivocar.
JAUN.—Pues se equivoca. Plinio, el Antiguo, comprendió que los Pirineos van de Este a Oeste, y Tolomeo marcó la posición de los dos puntos extremos: uno, el promontorio de Easo, en el Océano; y el otro, el templo de Afrodita, de Portus Veneris, en el Mediterráneo.
MACROSOPHOS.—Hay que ver quién tiene más prestigio, si Tolomeo o si Estrabón.
JAUN.—No; hay que ver quién dice la verdad.
CHIQUI.—Tolomeo le puede, en este caso a Estrabón. Ahora vamos por el río Ebro. ¡Ya estamos en el mar Mediterráneo!
MACROSOPHOS.—¡Qué oleaje!
BASURDI.—He visto una ballena.
JAUN.—¿Una ballena en el Mediterráneo?
MACROSOPHOS.—Será algún leviatán.
JAUN.— No hay tales leviatanes. Eso es una farsa bíblica.
CHIQUI.—Nos acercamos a las costas de Italia. ¡Ya estamos en Roma!
MACROSOPHOS.—Veo las siete colinas y el Capitolio. Y,-cerca del Capitolio, la Roca Tarpeya: Saxum Tarpejum. Creo que veo también la Loba.
JAUN.—¿Y no ves los célebres gansos?
MACROSOPHOS.—No. ¡Todavía, no!
JAUN.—A mí me parece que los estoy viendo.
BASURDI.—¿Y el Papa? ¿No se le ve al Papa por ninguna parte?
CHIQUI.—Ese que lleva tiara y un báculo es.
BASURDI.—¡Infeliz! ¿Y es tan pobre?
CHIQUI.—¿No ves que está prisionero, según dicen las beatas?
BASURDI.—¿No tiene casa?
CHIQUI.—¿Para qué la quiere? Si es representante de Cristo, que nació en un establo.
MACROSOPHOS.—¡Cómo se ve la grandeza de Roma!
BASURDI.—¡Qué pueblo! ¡Qué plazas del mercado rodeadas de calles! Ahí sí que habrá buenas cosas que comprar, y no pasará como en Alzate, que para cualquier cosa tenemos que ir a Lesaca o a San Juan de Luz.
CHIQUI.—Haría transparentes los tejados de las casas de la Ciudad Eterna con la fórmula de mi colega Asmodeo; pero como los hombres, clérigos y seglares, probablemente estarán haciendo ahora alguna bellaquería, no quiero convertiros en misántropos. ¿Adónde queréis ir después de Roma?
MACROSOPHOS.—Yo quisiera ver los países célebres de la Antigüedad.
CHIQUI.—¡Arriba, entonces! Allí se ve Atenas y el Partenón. A ese otro lado están las columnas de Hércules. Ese gran río que viene del país de la canela es el Nilo. Por eso algunos sabios encuentran a sus aguas cierto ligero sabor a natillas. Ahí tenéis la tierra de las amazonas y la isla de la Trapobana.
MACROSOPHOS.—En esa isla hay, según los autores, en cada año dos veranos y dos inviernos.
JAUN.—Eso es mentira.
CHIQUI.—Ésos son los etíopes.
MACROSOPHOS.—¡Ah, los etíopes! De los etíopes se sabe que imitan a su rey de tal manera, que cuando el monarca es cojo, todos cojean, y cuando es tuerto, todos andan con un ojo cerrado.
CHIQUI.—Cuando el rey de Etiopía sea tonto, lo que es frecuente en los reyes de todos los países, los etíopes andarán con la lengua fuera; fingiéndose más estúpidos de lo que puedan ser.
MACROSOPHOS.—Seguramente.
CHIQUI.—Pues eso pasa, más o menos, en todas partes, amigo Macrosophos. Ésta es Babilonia y su torre.
BASURDI.—¡Caramba! Es más alta que la de la iglesia de Vera.
CHIQUI.—Ésta es la reina de Saba, con su espada.
BASURDI.—¡Buena moza! ¡Buen pecho! ¡Cualquiera se acerca a ella con ese charrasco!
CHIQUI.—Ahí tenéis Egipto.
MACROSOPHOS.—Aquí, según dice Dión Crisóstomo en uno de sus discursos, hay una ciudad en donde todos los hombres y todas las mujeres son taberneros.
JAUN.—¡Fantasía!
CHIQUI.—¿Son también oradores?
MACROSOPHOS.—¿Por qué?
CHIQUI.—Porque si lo son, ese pueblo será el ideal del partido socialista. Esos otros son los Atlantes.
MACROSOPHOS.—¡Ah! ¡Los Atlantes! Ésos son seres gigantescos que viven donde hay una montaña de sal, y no tienen nombre.
JAUN.—¿Y cómo se distinguen entre ellos? ¿Por números?
MACROSOPHOS.—No sé. Es punto que no he dilucidado.
CHIQUI.—Éstos son los trogloditas, que viven en cuevas.
MACROSOPHOS.—Y que se llaman uno a otro toro, cabra, carnero, cerdo, burro… Así lo dice Diodoro de Sicilia.
BASURDI.—También nosotros nos llamamos cerdos y burros unos a otros.
MACROSOPHOS.—Sí, pero hay la diferencia, amigo Basurdi, que entre los trogloditas se llaman así sin ánimo de ofenderse.
CHIQUI.—Ahí están los ictiófagos, que se alimentan tan sólo de peces, y los lotófagos, que viven de la flor del loto. Ahora vamos a los yermos de la Escitia. Éste es el país de los pigmeos, que, según creencia general, se pasan la vida luchando con las grullas.
MACROSOPHOS.—Cierto. Pero hay que observar que Aristóteles coloca los pigmeos en Egipto, hacia las fuentes del Nilo. Filóstrato los supone en Asia, en las orillas del Ganges. Plinio, en la Escitia. Los unos, la mayoría, dicen que los pigmeos combaten con las grullas que les atacan; los otros, como Menecles, historiador griego en Atenea, sostienen que hacen la guerra a las perdices. Unos afirman que montan en pájaros; otros, en carneros. Los pigmeos, según Juvenal, no tienen más que un pie de alto: Quorum tota cohors pede non est altior uno. Los padres de la Iglesia, San Agustín, San Jerónimo, afirman la existencia de los pigmeos; y Santo Tomás dice que se pueden reducir los hombres a un tamaño que no pase de una hormiga. Según Filóstrato, los pigmeos son hijos de la Tierra y hermanos del gigante Anteo. Tienen un codo de alto; las mujeres son madres a los tres años, y viejas a los ocho. Sus casas son los cascarones de los huevos de grulla.
JAUN.—¡Cuántas majaderías!
MACROSOPHOS.—¿Cómo majadería? ¡Es la Ciencia! Hay también pueblos corredores en donde los hombres no tienen más que una pierna y un solo pie.
JAUN.—¿Y andan?
MACROSOPHOS.—¡Claro que andan! Plinio los llama sciápodos.
JAUN.—Los llamará como quiera. No creo que existan esos personajes.
MACROSOPHOS.—Los sciápodos tienen este nombre: pie de sombra en griego, porque su pie es tan enorme que cuando quieren librarse del sol el pie les sirve de sombrilla.
JAUN.—Eso es ya el colmo de lo absurdo.
MACROSOPHOS.—¿Por qué? ¿No hay cinocéfalos? ¿No hay monóculos? ¿No hay fanesianos, que se cubren el cuerpo con las orejas?
CHIQUI.—En la realidad o en la imaginación los hay.
JAUN.—Sobre todo en la imaginación.
CHIQUI.—Aquí están Gog y Magog.
MACROSOPHOS.—¡Ah! Gog y Magog. Son gigantes sin cabeza, con los ojos en el pecho y la boca en el estómago.
BASURDI.—¡Quizá por eso entonces nosotros hablamos de la boca del estómago!
MACROSOPHOS.—No; confundes las especies. Por tener los ojos en el pecho a esos individuos se les llama sternophtalmos.
JAUN.—¡Se les llama! La cuestión es que existan.
CHIQUI.—Gog y Magog son los tártaros y los mogoles. Éste es el rey Bersebi, y este otro, el rey de Gambaleque.
MACROSOPHOS. Civitas Cambaleth magnis Canis Cathayo: la ciudad Cambaleth del gran Kan de la China.
CHIQUI.—Por último, ahí está el Anti-Cristo, que, como veis, lleva el número apocalíptico 666. Ahora, si queréis, podemos subir a la isla de Thulé y a la isla de Ierne, donde, según dicen, se comen los unos a los otros; pero supongo que en esas latitudes nórticas hará mucho frío, y no llevamos ni un mediano tapabocas, ni un mal chaleco de Bayona. Volveremos, pues, a nuestro país. Ya estamos en Francia. Ahora pasamos por la Aquitania tercia o Novempopulania. Ya estamos otra vez en Larrun. Vamos a dormir. ¡Buenas noches!