LOS HOMBRES CÉLEBRES Y LOS ESPEJOS MÁGICOS
CHIQUI.—La verdad es que a este Jaun no hay manera de engañarle. Quiere ver sólo lo que existe en las cosas, como si ésta fuera una condición humana. Me ha fastidiado. No sé qué hacer para quedar en buen lugar. Le voy a enseñar unas estampas en color y unos espejos de los que deforman la figura. (A Martín Ziquin.) A ver, tú, Martín, ten cuidado. Yo les mostraré a éstos unas estampas al trasluz, y te diré quién es el personaje que representan. ¿Comprendes? Luego tú adornas la relación como puedas.
MARTÍN ZIQUIN.—Bueno. Está bien.
JAUN.—¿Qué vamos a ver aquí?
CHIQUI.—Primero beberemos.
MACROSOPHOS.—Muy bien: bibamus.
(Beben todos, y Chiqui desaparece)
MARTÍN ZIQUIN. (Con voz de charlatán de feria.) ¡Adelante, señores, adelante! ¡Aquí verán ustedes los hombres célebres y los espejos mágicos!
MACROSOPHOS.—Hay quien asegura que es peligroso mirar en algunos espejos, porque se puede perder el alma.
JAUN.—¡Bah! ¡Qué tontería!
MACROSOPHOS.—Sí, sí; la ciencia de la catoptromancia tiene sus principios. Según Varrón, citado por San Agustín, De civitate Dei, esta ciencia procede de los persas.
MARTÍN ZIQUIN.—¡Adelante, señores, adelante! ¡Aquí verán ustedes los hombres célebres y los espejos mágicos!
CHIQUI.—Éste es Julio César.
MARTÍN ZIQUIN.—Este calvo que tenéis delante es Julio César, rival de Pompeyo, a quien llamaban así porque era hombre de mucha pompa. Este Julio fue el que dijo aquello de Veni, vidi, vici, o sea: Vine por el camino del vicio, porque parece que este señor tenía una vida un tanto disoluta.
MACROSOPHOS.—¡Qué disparate!
MARTÍN ZIQUIN.—Lo más célebre que hizo Julio César fue el paso del Rubicón, que era un río que tenía cuatro o cinco varas de ancho. Todo el mundo le decía a Julio: «¿A que no lo saltas?» Y él tomó carrera y lo saltó a pies juntos.
MACROSOPHOS.—¡Absurdo! ¡Absurdo!
CHIQUI.—Éste es Nerón.
MARTÍN ZIQUIN.—Este gordo coronado de laurel es Nerón, que tenía la costumbre de ir a tocar la flauta al retrete, donde lo mataron. Entonces él dijo: ¡Qué artista se pierde el mundo!, porque antes que él había habido flautistas de teatro, de café y de taberna, pero flautistas de retrete no había habido ninguno hasta él.
MACROSOPHOS.—¡Cuánta barbaridad!
CHIQUI.—Ahí está Carlomagno.
MARTÍN ZIQUIN.—Éste de la barba blanca es Carlomagno, a quien llamaban así por su estatura. Tiene un manto rojo, su corona con plumas negras, una espada en la mano y la bola del mundo en la otra.
MACROSOPHOS.—Este hombre no sabe lo que dice.
MARTÍN ZIQUIN.—¡Adelante, señores, adelante! ¡Aquí verán ustedes los hombres célebres y los espejos mágicos!
CHIQUI.—Éste es Mahoma.
MARTÍN ZIQUIN.—Aquí se nos presenta el célebre Mahoma, con su nariz afilada y su barba negra y puntiaguda. Éste es el que dijo aquello de: «Puesto que el monte no viene a mí, yo iré al monte a cazar conejos.»
MACROSOPHOS.—¡Qué hombre más ignaro!
CHIQUI.—Ése es Atila.
MARTÍN ZIQUIN.—Aquí está Atila, el famoso Atila, que tenía un sistema especial para aplastar la hierba y que no volviera a salir. Su procedimiento fue el precursor del macadam. Como veis, Atila es bajo de cuerpo, de pecho ancho, de cabeza grande, nariz aplastada, ojos pequeños, barba rala y tez cobriza.
CHIQUI.—Ése es Roldán.
MARTÍN ZIQUIN.—Este jovencito, con cara de mujer y con un espadón en una mano y un escudo con su águila de dos cabezas en la otra, es Roldan, muerto por los vascos en Roncesvalles. Aquí lo tenéis de nuevo rodeado de los doce pares de Francia con el gigante Ferragus y el terrible Fierabrás.
JAUN.—Pero esto no es ya historia, sino novela.
MARTÍN ZIQUIN.—Novela o historia, a la larga yo creo que todo es novela, amigo Jaun. ¡Adelante, señores, adelante! ¡Aquí verán ustedes los hombres célebres y los espejos mágicos!
CHIQUI.—Éste es Merlín, el encantador.
MARTÍN ZIQUIN.—Este viejo, de triste aspecto, que se halla en una situación incómoda, es Merlín, el sabio encantador, encerrado en un espino por las malas artes de su amada Bibiana. ¡Fiaos de las mujeres! La rubiota es Melisenda y éste don Gaiferos… Y ya creo que se han acabado las estampas.
BASURDI.—Yo he oído hablar del Judío Errante.
MARTÍN ZIQUIN.—Os lo mostraré en seguida. ¡Eh, Chiqui! ¡El Judío Errante! Aquí está Isaac Laquedem: lleva, como veis, unas barbas muy grandes, un palo muy grueso, una montera en la cabeza y abarcas en los pies.
CHIQUI. (Saliendo de nuevo.) Perdonad los disparates que ha dicho mi compañero. Ahora, si os parece, os enseñaré la Danza Macabra. ¡Un momento! Os dejo la botella para que os entretengáis.