VIII

SÁBADO

En la gran sala central se han reunido brujos y brujas y están rezando una letanía alrededor del macho cabrío, el símbolo solar convertido en el Diablo.

LA MADRE BRUJA.—Lucifer.

EL CORO. Miserere nobis.

LA MADRE BRUJA.—Belzebuth, el mosquero.

EL CORO. Miserere nobis.

LA MADRE BRUJA.—Astaroth, de la Orden de los Serafines

EL CORO.— Ora pro nobis.

LA MADRE BRUJA.—Sabaoth, el de la cabeza de asno.

EL CORO. Ora pro nobis.

JAUN.—No vale la pena de venir aquí. Esto es una caricatura estúpida.

CHIQUI.—¿Así te parece?

JAUN.—¡Claro que sí! Me decías que la religión cristiana que viene es judía, con un barniz romano; vuestra magia es también judía y también emplea el latín. Verdaderamente, estas sorguiñas no valen nada. Creo que las voy a decir que se vayan de mis ruinas de Errotazar.

CHIQUI.—Déjalas aún un poco. Vamos a ver esta agorera. ¡Eh, tú, vieja!

LA AGORERA.—¿Qué deseas, maestro?

CHIQUI.—¿No podías hacernos algunas habilidades de las tuyas?

LA AGORERA.—¿Qué quieres que haga? ¿Queréis que os muestre vuestro porvenir en este caldero de agua?

MACROSOPHOS.—Este arte se llama lecanomancia.

CHIQUI.—Exacto. (A Jaun.) Esto tiene su mérito si se hace bien.

JAUN.—¡Ya veremos!

(La agorera revuelve el caldero y lo ilumina con una antorcha encendida.)

CHIQUI.—¡Eh! ¡Eh! ¡Cuidado con las llamas!

BASURDI.—Jamás había visto esto.

MACROSOPHOS.—Ni yo tampoco. ¡Cómo salen las llamas del caldero!

TIMOTEUS.—¡Vade retro, Satán! ¡Vade retro!

CHIQUI. (Confidencialmente a Jaun.) Las llamas se consiguen con el potasio y el sodio y otros metales alcalinos.

JAUN.—Yo no he visto llama ninguna en el caldero.

CHIQUI.—¡Qué hombre! ¡No hay manera de darle la castaña!

LA AGORERA. (Mirando al Mediodía.) Yo te exorcizo, Uriel Serafín, por los setenta y dos nombres de Dios Todopoderoso, por Adonai, por Belial, por Astaroth, príncipe del Infierno, para que nos hagas ver en esta agua, sin falacia ni engaño, todo lo que te voy a pedir. ¡Abraxas! ¡Abraxas! Ahora podéis mirar.

MACROSOPHOS.—¡Qué horror! ¡Qué monstruos!

BASURDI.—¡Da espanto mirar ahí!

TIMOTEUS.—¡Vade retro! ¡Vade retro! ¡Fuera! ¡Fuera, espíritus malignos!

JAUN. (Mirando.) ¿Qué hay? Yo no veo nada.

CHIQUI.—¿No ves nada?

JAUN.—No veo más que el fondo del caldero.

CHIQUI.—Nos estamos desacreditando. ¿Así que no ves nada?

JAUN.—Nada.

(Salen todos al salón central)

CHIQUI.—Ya la gente viene a celebrar el Sábado.(Entran brujos y brujas montados en palos de escoba)

LOS BRUJOS.—Lunes, martes, miércoles: tres.

LAS BRUJAS.—Jueves, viernes, sábado: seis.

BASURDI.—Domin…

CHIQUI.—¡Silencio! ¡Que no se le ocurra a nadie pronunciar el nombre del domingo!

LAS ESCOBAS.—Al fin hemos sido rehabilitadas. Durante siglos y siglos se nos ha tenido empleadas en ocupaciones viles, en contacto con el polvo y las inmundicias. Únicamente, como objetos de arte suntuario, hemos aparecido en el Carnaval en manos de las máscaras destrozonas. Nuestras admirables condiciones para la navegación aérea no nos han sido reconocidas, pero ha llegado el día de la redención: le jour de gloire est arrivé. ¡Qué marchas hacemos a ciento cincuenta kilómetros por hora! ¡Qué viradas! ¡Qué aterrizajes! ¡No, no, no hay que consentir que nos vuelvan otra vez a emplear en viles menesteres! No estamos en tiempo de oscurantismo. Somos aparatos de navegación aérea, no recogepolvos, ni limpiasuelos.

(Todos los brujos y brujas bailan la ronda con sus escobas, y un aldeano toca la cornamusa. Algunas viejas tienen en las manos huesos de persona; Basurdi y Macrosophos dicen que alumbran; Timoteus, que echan vapores de azufre; Jaun las ve tan sin luz como cualquier otro objeto. Las viejas, sofocadas de tanto bailar, se van poniendo en camisa.)

BASURDI.—¡Anda! ¡Anda! ¡Lo que se va a ver aquí!

CHIQUI.—Bueno, abuela bruja: el espectáculo es un poco cansado para nosotros y nos vamos.

LA MADRE BRUJA.—¿Os vais ya?

CHIQUI.—Sí, nos vamos.

(Jaun reconoce a un leproso, que vive en uno de los caseríos lejanos del barrio de Alzate.)

JAUN.—¿Qué haces tú aquí?

EL LEPROSO.—Vengo, señor…

JAUN.—¿Por qué vienes?

EL LEPROSO.—Porque éste es el único sitio en que me tratan como a un hombre.

(Chiqui y sus acompañantes salen del molino abandonado.)