LA MADRE BRUJA
La noche está sombría; jirones desgarrados de nubes negras navegan por el cielo; y la Luna, como espantada, corre en contra de ellas con la cara pálida de terror. Los perros ladran furiosos. Jaun de Alzate, con Macrosophos, Basurdi, Chiqui y Timoteus, el sacristán de la iglesia de Vera, van a Sorguiñ-eche, a presenciar el Sábado.
CHIQUI.—Ya Urtzi Thor se nos fue, amigo Jaun.
JAUN.—¿Y adónde va?
CHIQUI.—Al panteón de los dioses muertos, adonde irán los dioses cristianos con el tiempo.
JAUN.—¿Y no deja nada Urtzi Thor?
CHIQUI.—Es posible que la degeneración de Urtzi Thor sea la fábula del rey Arthur, y que la famosa Tabla Redonda no sea más que un símbolo del firmamento. El padre de Arthur es el dios Uter, Cabeza de dragón, dios de batallas, que vive en el cielo y tiene como escudo el arco iris; es un dios sideral como Urtzi. Por otra parte, Arthur es un guerrero, como Thor, y, muerto, sube al cielo y brilla en la Osa Mayor. Uter y Urtzi; Arthur, Aitor y Thor; Urtzi y Artza (el oso) y la Osa Mayor, todo esto es, sin duda, de la misma familia.
JAUN.—De lo cual se deduce que estamos ya dominados por el cristianismo.
CHIQUI.—¿Te molesta?
JAUN.—Sí.
CHIQUI.—Yo comprendo que a los vascos no les agrade el cristianismo, que no es más que la avalancha judía con un barniz latino.
JAUN.—¡Que no les agrada! Todo el mundo se hace cristiano.
CHIQUI.—¡Qué quieres! El hombre no tiene la mirada bastante fuerte para contemplar la Naturaleza cara a cara. Ya estamos en Sorguiñ-eche. Presenciaremos el Sábado.
MACROSOPHOS.—Las fiestas sabasias son especie de lupercales en que se celebra el macho cabrío de Príapo-Baco-Sabasius.
JAUN.—Es posible que aquí no se hayan ocupado para nada de Baco ni de Príapo.
MACROSOPHOS.—¿Cómo que no? Todo esto no es más que una reminiscencia de la brujería romana y griega.
JAUN.—¿Por qué? Cuando me convenzan de que el que come un higo en la China ha imitado al que lo come en Atenas, creeré en esa unidad de los conocimientos, de las ideas y de las supersticiones.
MACROSOPHOS.—Las ideas vienen del mismo tronco. Hay unidad en todo: en lo bueno como en lo malo.
JAUN.—Y variedad también en todo.
MACROSOPHOS.—¿No viene el hombre de una pareja única?
JAUN.—Quizá; yo creo que no.
(Chiqui da con el puño en la puerta desvencijada de Errotazar, y su golpe suena como un martillo.)
UNA VOZ CASCADA.—¿Quién es?
CHIQUI.—¡Abrid con diez mil pares de demonios, que si no tiro a patadas la puerta!
(Se franquea la entrada y pasan los compañeros de Jaun adentro. Hay en las ruinas varios pasillos, y en medio, en una gran sala, un maniquí de mimbre con la figura de un macho cabrío que tiene entre los dos cuernos una antorcha encendida. Alrededor de la sala, junto a las paredes, descansan algunos hombres y mujeres venidos de todas partes, y las viejas, con una tabla sobre las rodillas, juegan al truque y al mus En los pasillos hay gallinas locas, gatos negros y sarnosos, perros flacos y sapos vestidos de terciopelo y con cascabeles en el cuello. En los vasares de las paredes se ven cuerdas de ahorcado, fetos en alcohol, lagartos y calaveras de caballo, de perro, de mono y de puerco.)
JAUN.—Todo esto es bien desagradable.
CHIQUI.—Vamos a ver a la madre bruja.
(Recorren los pasillos y entran en un cuartucho pequeño.)
LA MADRE BRUJA.—¿Cómo os atrevéis a entrar aquí?
CHIQUI.—Soy yo: Chiqui.
LA MADRE BRUJA.—¡Ah! ¿Eres tú, Chiqui? Ingrato. Con lo que yo te quiero, y no vienes nunca a verme.
CHIQUI.—Bueno, abuela; ¡basta de sentimentalismo!
(La madre bruja es muy vieja y muy arrugada, calva y de nariz ganchuda. Tiene los ojos turbios y la boca sin dientes, la piel arrugada, terrosa, y unos pelos grises en la barba. La madre bruja cuida de un caldero que hierve: dos buitres, inmóviles como dos quimeras de piedra, le vigilan; un gato negro le mira con sus ojos amarillos, y las ratas corren por el cuarto.)
CHIQUI.—¿Quién es esta rata de ojos rojos, abuela?
LA MADRE BRUJA.—En esta rata vive ahora el alma de Lanzarote del Lago.
JAUN.—¡Qué fantasía!
CHIQUI.—¿Y ese otro ratón que echa fuego por la cola?
LA MADRE BRUJA.—Es mi confidente. Es el que me cuenta todos los secretos del pueblo y de sus contornos.
CHIQUI.—¿Qué programa tienes para esta noche?
LA MADRE BRUJA.—El de todos los sábados, hijo mío.
CHIQUI.—Eso me parece una cosa muy ramplona.
LA MADRE BRUJA.—¿Queréis que os presente algunos diablillos?
CHIQUI.—¡Una revista de diablos! (A Jaun.) ¿Qué te parece?
JAUN.—Bueno.