ARBELÁIZ
La biblioteca de Jaun de Alzate es una sala de la torre que tiene una chimenea en un rincón. Cerca de ésta hay un hornillo con retortas. En la pared, blanqueada, un armario lleno de pergaminos.
Del techo cuelga un caimán disecado, y en un estante hay calaveras de diversos animales.
En las paredes se ven signos y amuletos: la cruz esvástica, emblema del fuego y del dios Thor; varios abraxas y el sello de Salomón, el Trutenfuss de los mágicos alemanes, que se compone de dos triángulos equiláteros entrelazados.
Es de noche, y Jaun está sentado, delante de una mesa, con un libro en la mano, a la luz de una lámpara.
BASURDI.—¡Jaun!
JAUN.—¿Qué hay?
BASURDI.—Aquí está Arbeláiz, que quiere verte.
JAUN.—¡Que pase!
ARBELÁIZ.—¡Amigo Jaun! Ya no se te ve. ¿Qué haces?
JAUN.—Estoy buscando la verdad.
ARBELÁIZ.—¿Y la encuentras?
JAUN.—A veces tengo esperanzas de encontrarla; me parece que veo una luz a lo lejos, y marcho por aquí y por allá en su busca; luego la luz se pierde, y no hay más que oscuridad.
ARBELÁIZ.—¿Y después de haber leído tanto no has encontrado nada?
JAUN.—Nada. Todo esto no es más que un fárrago de palabras. ¡Quimeras! ¡Vanas quimeras!
ARBELÁIZ.—Macrosophos ¿no sabe?
JAUN.—Sí, sabe las quimeras que saben todos. Es su oficio. El que sean verdad o mentira, a él no le interesa.
ARBELÁIZ.—¿Cómo? ¿No le interesa que una cosa sea verdad o mentira?
JAUN.—No.
ARBELÁIZ.—¿De qué casta es entonces ese hombre? ¿Qué clase de pájaro es?
JAUN.—Es de esa clase de pájaros que llaman escolásticos… Y en Alzate, ¿qué pasa?
ARBELÁIZ.—De eso venía a hablarte. El catolicismo va entrando en el pueblo como una inundación. Ayer, día de fiesta cristiana, se encontraba la iglesia que están construyendo en Vera completamente llena. Dicen que los santos hacen más milagros que nuestros dioses; que los curas dan a comer un pan blanco… Como esta gente es así, ya los católicos nos llaman a nosotros idólatras y gentiles, y quieren prendernos y quemarnos.
JAUN.—Y tú, ¿qué vas a hacer?
ARBELÁIZ.—Yo no sé. Dependerá de ti, de lo que tú hagas; si tú te sometes, me someteré.
JAUN.—Yo no me someteré, a no ser que esté convencido.
ARBELÁIZ.—Mientras tú estés firme, yo permaneceré a tu lado.
(Llaman)
JAUN.—Será Prudencio, el rector de Vera, que viene a catequizarme. Puedes quedarte, si quieres, a oír nuestra conversación.
ARBELÁIZ.—Bueno, me quedaré.