XI

EL LAMENTO DEL AGOTE

Soy el agote, el despreciado agote. Vengo del lado de Arizcun, y allí por donde voy, por la orilla de este río, me odian. No sé qué me reprochan. Me acusan de ser descendiente de leprosos, pero no tengo el aliento más envenenado que los demás hombres. Me obligan a llevar un pedazo de paño rojo en forma de pata de ave cosido en la mísera ropa que me cubre. Los viejos vascos no cristianos me odian sin motivo, y los cristianos, también. ¿Por qué? No lo sé. No puedo enmendarme, porque, si he delinquido, no sé cómo ni cuándo. Mi delito es haber nacido en esta casa y no en la otra. Extraño delito.

MACROSOPHOS.—Ese miserable se queja.

JAUN.—Y tiene razón.

MACROSOPHOS.—No tiene razón. Desciende de heréticos. El castigo es merecido. Las faltas de los padres tienen que pagarlas los hijos, y las de una generación, la que la sigue.

JAUN.—¡Qué cosa más absurda!

MACROSOPHOS.—Absurda, no. ¿No pagamos nosotros la culpa de nuestro padre Adán?

JAUN.—¡Bastante haríamos con pagar nuestras culpas! Otra cosa sería injusta.

MACROSOPHOS.—La justicia humana no puede ser estrictamente justa, y hasta es conveniente que no lo sea.

JAUN.—¿Por qué?

MACROSOPHOS.—Por varias razones: prima, secunda et tertia.

JAUN.—Muy bien. ¡Vamos a ver!

MACROSOPHOS. Prima, porque si la justicia humana fuera estrictamente justa, no habría necesidad de justicia divina, lo cual sería un mal; secunda, porque si la justicia humana tuviera que descender a todos los particulares, causas y concausas que determinan un acto, no podría juzgar, lo que sería perjudicialísimo; y tertia, porque esta labor inquisitiva relajaría la moral de las sociedades, lo que sería malo y peligroso.

JAUN.—Así que ¡viva la justicia, sobre todo cuando es injusta!