LAS LAMIAS
LA LAMIA.—¡Pst! ¡Pst!
JAUN.—Se ha oído como un siseo entre las ramas. Mira, Basurdi, si hay alguien por ahí.
BASURDI.—Ya voy.
LA LAMIA.—¡Pst! ¡Pst!
JAUN.—Han vuelto a llamar. Ya te he dicho que veas quién es.
BASURDI.—No voy.
JAUN.—¿Por qué?
BASURDI.—Porque tengo miedo.
JAUN.—Tienes miedo. ¡Cochino!, ¡cobarde! (Por lo bajo.) El caso es que yo también lo tengo. ¿Y por qué tienes miedo?
BASURDI.—He visto una mujer blanca y rubia sobre las espumas del río, con una rueca de plata. Debe de ser una lamia, una mamurra.
JAUN.—¡Mentiroso! ¡Holgazán! ¡Granuja! Te voy a romper la cabeza por cobarde y por falso.
LA LAMIA.—¡Pst! ¡Pst! ¡Jaun! ¡Jaun!
JAUN.—Llaman otra vez. ¡Voy!
SHAGUIT.—Sí, vamos los dos.
JAUN.—¿Quién es? ¿Quién me conoce aquí? ¿Quién me llama?
LA LAMIA.—Soy yo: una lamia. ¡Ven!
JAUN.—No me fío. Acércate tú a la orilla. La humedad del río me hace mucho daño.
LA LAMIA.—Me han dicho que te vas a hacer cristiano, Jaun. ¿Es verdad? ¿Nos vas a abandonar?
JAUN.—No.
CORO DE LAMIAS.—¡Ven, Jaun! Hoy es nuestro día, sábado, neskeguna, día de las damas jóvenes que reparten la felicidad. Nosotras te llevaremos a palacios de diamantes y de perlas, y nos verás bailar en rondas con los gnomos y con los trasgos. Hilaremos para ti, en ruecas de oro, las telas más finas con los hilos más sutiles, y bordaremos en su tejido estrellas de plata. Tenemos hilos que son rayos de luna y rayos de sol; hacemos tocados perfectos, ropas de niño, galas de las desposadas, el pañolito de la dama elegante y los sudarios de los viejos. Verás nuestros husos, hechizados, cómo dan vueltas frenéticas en el aire. ¡Ven, Jaun; ven tú también, Shaguit!
SHAGUIT.—Vamos, vamos con ellas.
JAUN.—No, no. He oído decir que una vez se casó un ferrón con una de vosotras.
LA LAMIA.—Y fue feliz.
JAUN.—A mí me han dicho que enflaqueció, se puso amarillo como un cirio y que murió cuando averiguó que estaba casado con una bruja.
LA LAMIA.—Nosotras no somos brujas. ¿Cómo puedes decir eso tú, que vives en la orilla de Lamiocingo-erreca? No nos juntamos nunca con las brujas. Aquí, junto al lado del río, tenemos nuestra piedra Lamiarri, y en Zugarramurdi una cueva especial, Lamien-lezea. En el país vasco francés nos consideran cada vez más: Atherey, la gruta de Isturitz y la fuente sagrada de Atharratz son nuestros puntos de reunión. ¡Venid!
JAUN.—Todas tus frases no me convencen. ¡Adiós!
MACROSOPHOS.—¿Qué era?
JAUN.—Una lamia.
MACROSOPHOS.—Los maestros dicen que las lamias se despojan de sus ojos y los toman cuando quieren. La lamia es emblema de la curiosidad y del amor propio. Plutarco habla en su tratado De curiositate de una lamia ciega que, cuando quería salir de su espelunca, sacaba sus ojos de una caja destinada a guardarlos.
JAUN.—Extraño capricho.
MACROSOPHOS.—Filóstrato, el antiguo, representa a las lamias muy lascivas, y dice, en la Vida de Apolonio de Tiana, que atraen a los hombres jóvenes que desean devorar a sus escondrijos, y que les gustan los mozos guapos cuando están relucientes y gruesos.