EL SAPO
Ahora parece que nos utilizan las brujas en sus hechizos. Nos azotan con frecuencia, nos ponen unos capotillos molestos y nos hacen tragar una hostia consagrada para hacer supuestos venenos con nuestra sangre. Los hombres, esos animales sanguinarios, cuando nos cogen, nos atraviesan con una rama y nos dan una agonía lenta.
Somos tranquilos y dulces, nuestro placer es tocar la flauta en el crepúsculo; no nos sentimos diabólicos ni venenosos: quisiéramos que se nos tuviera afecto, y nos pesa la soledad cuando en el agujero en que moramos oímos el latido de nuestro pobre corazón.
MACROSOPHOS.—La opinión entre los sabios es que existe una antipatía invencible entre el sapo y la araña, y que suele haber combates que acaban a veces con la victoria de la araña.
JAUN.—No lo he visto nunca. Eso es una fantasía.
MACROSOPHOS.—No. Magister dixit.
JAUN.—Cuando lo vea lo creeré.
MACROSOPHOS.—Dudar así es no tener un espíritu escolástico.