POR LA MADRUGADA
JAUN.—¿Qué hacemos ahora? ¡Una muchacha que ha dejado su padre bajo mi protección! Me he lucido.
PAMPOSHA.—Tú no tienes la culpa, Jaun. Yo tengo la culpa de todo.
JAUN.—Te he robado el honor, como dicen los castellanos.
PAMPOSHA.—¡El honor! ¿De dónde? No lo he notado.
JAUN.—Es una manera de hablar… figurada.
PAMPOSHA.—Ya me chocaba que me hubieses robado algo.
JAUN.—Me siento como un gavilán que se ha lanzado sobre una pobre paloma.
PAMPOSHA.—Aquí la paloma está muy contenta en las garras del gavilán.
JAUN.—Sí, pero ¿qué hacemos?
PAMPOSHA.—Pues yo me iré a Sara, como he pensado.
JAUN.—¿No estás desesperada? ¿No me odias?
PAMPOSHA.—No, ¿por qué? Te he elegido a ti como hubiera elegido a otro. ¿Es que sólo los hombres vais a tener el derecho de elegir?
JAUN.—¡Qué admirable inconsciencia! ¿Cuándo vas a marcharte?
PAMPOSHA.—Pasado mañana.
JAUN.—¿Y quieres que mañana y pasado nos veamos?
PAMPOSHA.—Sí, querido Jaun, sí.
JAUN.—¿Aquí?
PAMPOSHA.—Aquí.
JAUN.—¿No me odias? ¿No me tienes rencor?
PAMPOSHA.—¿Por qué?
JAUN.—Por eso… del honor.
PAMPOSHA.—No, no. Ahora lo único que tengo, ¿sabes?, es mucho sueño.